16 de mayo de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Los hijos de Putín

Leonel Alberto Pérez Belette

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) -  Resulta penosa la impunidad de que gozan algunos sujetos en nuestro país. No sólo disfrutan de las remesas que envían sus familiares desde el exterior, sino que de vez en cuando se dan el lujo de tomarse unas vacaciones en casa del “enemigo imperialista”. Cuando regresan, renovados, se dedican con más vehemencia a promover actos de repudio contra disidentes y opositores. 

Miguel Martínez Bonachea no posee un alto nivel cultural, es un simple panadero; sin embargo, hasta hace poco ocupaba un importante puesto en la Empresa de Pan y Dulce. Más tarde pasó a ser el administrador de la dulcería La Flora. Dirigió la reparación del restaurante El Cochinito, y hoy es el representante no oficial de una empresa italiana que vende muebles al sector hotelero. A pesar de tanto lauro proletario, este hombre camina palpándose la espalda como si llevase una pistola. Miguel es un furibundo militante de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), de las Brigadas de Respuesta Rápida y de la Asociación de Combatientes. Nora, su esposa, es idéntica al marido y, además de custodiar las urnas electorales para garantizar el fraude, como dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) se dedicar a espolear y machacar a cuanta joven no encaje dentro de los cánones del “proceso revolucionario”.

Miguel, junto a su esposa Nora, tienen una nueva: vigilar desde su balcón cada movimiento del opositor de 80 años Alfredo Guilleuma Rodríguez. No le pierden pie ni pisada al anciano; basta que entre o salga alguien de su vivienda para que se asomen de inmediato a vigilarlo. Sobre todo cuando se aproximan fechas históricas o celebraciones revolucionarias.

Es asombroso que a pesar de lo anterior, Martínez Bonachea y su esposa Nora salgan de paseo frecuentemente a los Estados Unidos, donde tienen familiares. Pasan como tiernas ovejitas ante el consulado americano en La Habana, donde les otorgan sus visas de turistas para entrar a aquel, para ellos, “país enemigo”.

Además, gracias al dinero que envían sus familiares desde “el norte revuelto y brutal”, ostentan un nivel de vida superior al de la media. Otro familiar, que administra la seguridad de un casino en la Isla San Martín, también les hace llegar sus regalías y hasta el hijo de la pareja ha pasado temporadas en esa isla caribeña.

Enriqueta es otro ejemplo. Esta anciana parroquiana de la Iglesia del Perpetuo Socorro; es de las tantas personas que se sumaron al camino de la fe, después que la Revolución lo permitiera, cuando la terrible crisis de los 90. La señora comparte una lujosa mansión en el barrio Nuevo Vedado con su esposo José, un ex-funcionario del Ministerio de Comercio Exterior (MINCEX), su hijo y un nieto. Enriqueta sí que comprende la importancia de tener FE (Familiares en el Exterior). Recibió a bombo y platillo a su hermana, procedente de USA, que pasó una temporada en la residencia familiar. La hermana llegó cargada de regalos y desde Estados Unidos envía dinero a esta familia para su sostén.

Lo verdaderamente camaleónico es que en la vivienda de Enriqueta se han organizado los actos de repudio contra del opositor Vladimiro Roca. Enriqueta, en su delirio de heroína de la tercera edad, no sólo alardea de esa hazaña de hostigamiento, sino que suele censurar a otros miembros de la comunidad católica cuando expresan alguna opinión contraria al régimen.  Es un milagro que no haya puesto a las monjas a hacer trabajo voluntario para la Revolución.

Es triste ver que al final siempre son los de abajo los que terminan aplastados, mientras estos camaleónicos “hijos de Putín” siempre salen a flote. Delatan, censuran, reprimen y luego reciben remesas de los “gusanos” y hasta se van a USA de vacaciones.

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