7 de mayo de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Entre el ritual y el dogma

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press


LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - El proletariado en Cuba salió a festejar sus “conquistas” el primer día del mes de mayo. Puede que desconozca la génesis de los triunfos pero basta una señal para que asista- en masa- a la convocatoria. Un previo acuerdo donde quedan establecidas las siguientes pautas: ustedes desfilan y nosotros les perdonamos la vida. Son las reglas entre el poder absoluto y sus vasallos. 

En este capítulo de la farsa no hay tiempo para ejercer la espontaneidad. Es menester cumplir sin chistar lo que viene en un libreto donde el color amarillo define el uso indiscriminado y el largo período las máscaras de  la integridad revolucionaria. Entre el elenco hay quien ríe. Otros vibran con una emoción que tiene en su núcleo un notable por ciento de miedo. Han aprendido a ser versátiles en un ambiente que requiere de mimetismos y otros ardides para no caer en el rango de las palabras tales como apátrida y contrarrevolucionario. Bajo esos universos, además de truenos, no faltan excelentes clavos para la crucifixión.

No se permiten debilidades, ni caras que presenten signos de aburrimiento. En la multitud debe primar el júbilo y los gestos que sirvan como evidencias ante el mundo de la voluntad y la consagración de la clase trabajadora en Cuba.

En la muchedumbre que desfila debe quedar subrayada la unanimidad en torno al sistema de ordeno y mando. Allí, sobre el terreno, se fragua parte de la legitimación del mismo poder con diferente dueño.

 ¿Quién va a poner en dudas la capacidad de convocatoria del nuevo castrismo?, ¿Cómo explicar el rechazo al socialismo real ante un mar humano que desde la madrugada se congrega para desfilar bajo el sol o la lluvia?

 La respuesta es sencilla: mucho terror. Un disuasivo con el que el hombre ha lucrado a través de la historia. Afortunadamente no todos, sino aquellos que gustan de fundar reinados y manicomios.

Un pueblo que de cierta manera aplaude a sus castigadores, ¿acaso no está bajo el influjo de algún maleficio?

Sencillamente no es normal aherrojar a millones de seres humanos por medio del cercenamiento de sus derechos y la puesta en práctica de un dispositivo de represión con grados de eficiencia. Esa ha sido la fórmula para mantener la quietud fronteras adentro.

Poco antes del llamado Día Internacional de los Trabajadores el gobierno adelantó  un paquete de medidas tendientes a aumentar las pensiones hasta un 20% y el salario de los trabajadores del sistema judicial hasta un 55 %.

La significación de tal iniciativa no excede lo meramente simbólico mientras no exista un despegue en los índices de productividad que provoque una baja en los precios de los productos de primera necesidad.
Este movimiento táctico tiene características que nada tienen en común con un plan coherente de desarrollo integral a largo plazo. Más se asemeja a una finta populista con vistas a cosechar rápidos dividendos políticos.

Incluso tal decisión contribuiría a alzar los de por si insostenibles niveles de inflación endureciendo las anillas de un círculo vicioso que daría al traste con la estabilidad y otros parámetros esenciales para mantener a flote el gobierno de sucesión.

Es increíble que el país tenga que importar este año alrededor de mil 900 millones de dólares en alimentos, 300 millones más que el año precedente. ¿Por qué no invertir parte de esa suma en el desarrollo de alternativas que favorezcan un paulatino autoabastecimiento?

El derroche y la ineficiencia tienen raíces profundas que no van a desaparecer con disposiciones de poca trascendencia.

El trabajo hay que revalorizarlo cambiando las reglas vigentes. Nadie aportará todo su potencial sin resultados que redunden en un ascenso de su nivel de vida.

Los trabajadores seguirán en el cumplimiento mecánico de su función: esforzarse lo menos posible e idear planes de supervivencia desde la ilegalidad.

Eso sí, mantendrán intactas las fuerzas para aplaudir con pasión y pagar la cuota de afiliados a un sindicato en el que no creen ni en estado de somnolencia.

 

 

 

 
 
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