1 de mayo de 200   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

El último tranvía

Oscar Mario González                                               

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - El 29 de abril de 1952, en el turno de la madrugada, el tranvía número 388 realizaba su último viaje, poniendo fin a casi 90 años del servicio de transportación a base de este tipo de vehículo.

La vida y peripecias del tranvía comenzaron  el primero de junio de 1862 al quedar inaugurado el primer tramo que uniría a los caseríos de la Víbora y Luyanó con  el Carmelo, en la zona del Vedado. Al acto asistiría el gobernador Don Francisco Domínguez, Duque de la Torre.

Estos primeros armatostes que rodaban sobre rieles eran movidos por tres caballos y conducidos por un cochero el cual trabajaba de uniforme y gorra  de plato con visera de concha de yarey, provisto de un látigo o fusta para despabilar a las bestias en el trayecto de 56 kilómetros de recorrido.

La población los identificaba con el nombre de “carritos’ y advertía su aproximación por el tintineo de las campanillas o cascabeles que colgaban del cuello de las bestias.

Años después los carritos de tracción animal fueron sustituidos por otros a vapor que paulatinamente se iban diseminando, al abrir nuevas rutas y recorridos con trenes de dos o tres vagones movidos por una locomotora. Fue el primer tranvía de tracción no animal que tuvo el país. Los capitalinos, con esa fértil imaginación con que casi un siglo después bautizaron al “camello”, dieron en llamarles “cucarachas”.

Pero los tranvías, tal y como los conocieron los que hoy pertenecen a la tercera edad, hicieron su aparición en el año 1900 y un año después, en marzo de 1901, fue inaugurada la primera línea de tranvías eléctricos como una novedad llamada a transformar la fisonomía de nuestra capital.

Las principales vías de nuestra ciudad y otras calles  secundarias se animaban con una febril actividad renovadora, llenándose de cables eléctricos, líneas férreas y estaciones terminales o paraderos  donde fluía la corriente del comercio y destellaba la chispa cultural del cubano en toda su diversidad.

Treinta y dos rutas garantizaban un eficiente servicio de transportación con estaciones terminales en el Vedado, Cerro, Carlos III y Víbora. La fuerza expansionista del tranvía por la periferia daba lugar a sitios tan representativos y originales como el  “Crucero de la Playa” donde hoy se cruza la Avenida 31 de Miramar con la calle 44. Allí se encontraban las líneas que venían del Vedado y de la Habana con las que regresaban de Marianao y la Playa de la Concha. Allí, según mi tío, iba por las mañanas a saludar desde el andén, a su amor imposible. Una bella marianense de ojos achocolatados y cabellos de sol. De paso aprovechaba para comer cremitas de leche al precio de un centavo cada una que, según él, eran las mejores de la Habana.

Ya en la década del treinta del siglo pasado empezaron a tomar fuerza los autobuses y algunos años después competían con éxito. Económicamente era bien costoso  para la Havana Electric Railway Company tener que costear los gastos de mantenimiento del tendido eléctrico y de las líneas férreas. Por otra parte los nuevos  vehículos automotores eran más rápidos y confortables y más a tono con la modernidad. Esta y no otra fue la causa real de la desaparición del tranvía.

Al final de los años cuarenta se inició una enérgica y voluminosa labor constructiva para desenterrar los rieles, reconstruir las calles y desmantelar todo el tendido de alimentación eléctrica. Aquella sociedad desprovista de los recursos técnicos de hoy, sin trabajo voluntario ni comités de defensa; sin planes quinquenales ni trabajadores sociales pudo acometer aquella enorme tarea en un tiempo record.

Era el término del tranvía cuyo nacimiento fue traído de las manos del progreso y cuyo final corría a cargo de esas mismas manos que un día le dieron vida. Era el inevitable paso de la prosperidad cuya veloz carrera barre obstáculos y sepulta frenos  en su inexorable movimiento que sólo admite un sentido: el futuro.

 

 

 

 
 
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