19 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

La reforma de los controles

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - El idioma nos hace, y nosotros, en pago, deshacemos el idioma. En Cuba pronto ya no tendremos idioma que deshacer. Entre ladridos y cacareos nos vamos entendiendo.

 Una de las últimas escaramuzas por independizarnos del idioma la libramos actualmente en defensa del “cambio”, palabra que no significa, como malentiende el diccionario, acción y efecto de cambiar, sino acción y efecto de cambiar para peor. Y la pelea más sonada por nuestros cambios se acomete ahora en la agricultura.

 Para tener una idea de lo mucho que estamos cambiando, basta con leer los elogios que se gastan ciertos medios internacionales de información, los cuales hablan ya de una segunda reforma agraria. Y tan radical como la primera, aquella reforma del marabú, que exterminó viandas y frutas y extinguió al ganado, convirtiendo nuestros campos en infinitos y estériles latifundios del estado. 

 Pero ahora será mejor. Tenemos experiencia y estamos aprendiendo a cambiar. Somos conscientes de que el marabú no se come, o al menos no alimenta. Sabemos que en la agricultura se decide hoy nuestro destino. Así que nada de reformas del marabú. Vamos a lo esencial, o sea, a la reforma de los controles.

 De hecho, se han organizado ya delegaciones del Ministerio de la Agricultura en cada municipio del país, para cada caballería y para cada centímetro de tierra. Un batallón de agrónomos, de especialistas e ingenieros se apresta para aplicarle la ciencia al boniato. Crece el aparato, y claro, también engorda.

 Asimismo vamos consolidando un sistema de trabajo integral que descansa en el principio básico del control estatal y la atención controladora a la base productiva.
 Ahora menos que nunca podemos darnos el lujo de errar el tiro. Nada de asignarle la tierra al campesino y de crearle una eficiente infraestructura de servicios para luego dejarlo trabajar en paz, exigiéndole únicamente que produzca y que nos retribuya en justo intercambio con una buena parte de sus cosechas, además de pagar las imposiciones fiscales que son de rigor en cualquier parte.

 Hacerlo así significaría crear las bases para la formación de una clase media rural solvente y autónoma. Y entonces, ¿para qué necesitarían al régimen esos guajiros autosuficientes? Sin contar que tampoco tendríamos dónde emplear a la inconmensurable cantidad de jefes, delegados, técnicos, asesores y empresas enteras que hoy nos dan su aporte en la reforma de los controles.   

 Ya que de cambiar se trata, habrá que cambiar para peor. Hay que ser consecuentes con el idioma y los principios revolucionarios. Tareas para las cuales nos hemos capacitado a tope, luego de medio siglo sin que pueda reprochársenos un solo cambio como acción y efecto de cambiar, así, sin apellido.

 

 

 

 
 
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