19 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Guía turística alternativa

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, junio, junio (www.cubanet.org) - Amalia se sacó la lotería cuando conoció por casualidad a Mathieu, un sesentón europeo que dedicó sus años a pregonar en la Net las comodidades que un alquiler en Cuba en casas particulares puede aportarle al bolsillo y al reposo. Él les envía turistas europeos a su hospedaje particular.

Para muchos, rentar una habitación en una pensión cubana es una opción preferible a integrarse en un circuito hotelero tradicional.  A pesar de esto, ya la industria turística cubana alojó un millón de huéspedes hace un buen rato y espera alcanzar para fines de año el segundo millón, según informaciones oficiales.

Amalia pertenece al sector privado de la hostelería, pero con permiso del estado. Paga en divisas cada mes por la licencia de alojar turistas extranjeros en su casa. Forma parte de una red de hospedajes y cuando tiene llenas las dos habitaciones que alquila, puede alojar a los solicitantes en casa de alguna de sus amistades cercanas. También ella gana cinco pesos CUC diarios por llevar clientes a cualquiera que alquile. Asimismo tiene que llevar una hoja de modelos para las autoridades de inmigración.

Además, la red de empleo no termina en ella. Amalia dio trabajo a una chica para las labores domésticas más pesadas, limpiar toda la casa, lavar la ropa de cama y toallas y cualquier prenda de los huéspedes que haga falta. Mientras, ella se ocupa de preparar el desayuno consistente en comidas ligeras. Por la habitación cobra $25 diarios añadidos los 3 o 4 del desayuno por persona. Lo que no deja mucha ganancia, si se tiene en cuenta lo que debe pagar de impuestos, los servicios de la doméstica, del panadero, un mensajero que le busca los comestibles frescos, sobre todo vegetales; el gasto en productos de aseo y limpieza, pues todo lo tiene que comprar en las shopping. Sin olvidar a los inspectores a quienes debe engrasarles las manos periódicamente.

Sin embargo, Amalia se considera una mujer con suerte y batalladora en el sentido más vital, porque ella era ya una cuarentona cuando decidió abandonar su trabajo de administradora de una tienda de ropa y volcarse de lleno en la aventura del alquiler a turistas extranjeros, pues contaba con la casa que fue de una de sus tías, en la planta baja y con seis cuartos y tres baños. Un monstruo de casa que mantener en pie cuesta un esfuerzo titánico si no la usa como pensión.

Aún no acaban aquí las posibilidades que se ofertan al turista alternativo, una de ellas es la de un guía que Amalia le propondrá. Javier, un joven de veinte años, se gana la vida como guía de turistas. Habla inglés, italiano y francés lo suficiente para comunicar lo fundamental. El inglés lo aprendió en una escuela especializada, en tanto los otros dos los conquistó a fuerza de autodidactismo y también por necesidad de adquirir ventajas. Cobra de 5 a  10 dólares, según el tiempo que ocupen sus servicios, y revela a los turistas sitios realmente interesantes. Su estrategia es proponerles visitas a casas de amistades. Berta, la santera, mostrará lo que es el ritual de la santería; Pedro, el pintor, les dejará visitar su estudio, y de paso les venderá un cuadrito si les gusta; el Pepe hace joyería en plata y alpaca, así les muestra gente interesante, decente, sin mucha complicaciones. Asimismo les indicará dónde pueden ir en la noche, los espectáculos que pueden verse en la ciudad. Y casi siempre le dejan más de lo que él cobra.

A esto pudiéramos llamarle la red directa. Existe una parte que pudiera denominarse indirecta, compuesta por quienes suministran alimentos: queso, carne de cerdo, vegetales y frutas frescas, necesarios para Amalia a la hora de componer sus menús.

Por otra parte, este mundo no está exento de conmociones porque casi siempre rumores amenazadores sobre la prohibición de estas rentas sacuden el sueño de Amalia. Al lado del turismo institucionalizado, se extiende el turismo alternativo, también controlado por el estado hasta cierto punto, pero a menos precio y más en contacto con la población, al tiempo que sostiene un sector de la población menos dependiente de la presión del control estatal directo.

 

 

 

 
 
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