18 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

La cuenta no da

Ana Leonor Díaz

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) – La complejidad de la situación debido a la subida del precio de los combustibles y los alimentos, ha sorprendido al régimen de La Habana, que enfrenta el problema, ya crítico en la Isla, con la poca halagüeña perspectiva de sucumbir en un callejón sin salida.

La crisis económica que desde hace meses afecta al planeta, en Cuba ya cumple casi dos décadas: 17 años exactamente, cuando en 1991 se derrumbó el comunismo, y el régimen cubano declaró oficialmente un “período especial” que agravó aún más la vida del país al quedar virtualmente paralizado.

Desempleo, hambre y represión han soportado los cubanos, que además de la orfandad económica, debieron enfrentar los huracanes que devastaron casi varios puntos geográficos  y el ya desmedrado fondo de viviendas.

La dependencia económica externa, desde la energía hasta los alimentos, se agravó debido a los palos de ciego que la política del gobierno dio al condenar al país en los años 70 a depender de la caña de azúcar, papel que la llamada integración del bloque socialista asignó a Cuba.

A cambio de azúcar Cuba recibiría alimentos y bienes de consumo pasados de moda, convirtiéndose en mercado cautivo de productos inservibles para permitir la sobrevida de un proceso que se derrumbó por su propio peso a finales del siglo XX.

Ahora se importa más del 60 por ciento de los alimentos que el país consume a cuentagotas, a través de una cartilla de racionamiento que apenas cubre la cuarta parte de las necesidades básicas de la familia cubana, agravado esto por la corrupción entronizada en todos los niveles de la sociedad, desde el bodeguero que roba a los clientes para vender lo que roba en el mercado negro, hasta los médicos y dentistas que cobran por ofrecer servicios más eficientes. O los policías que reciben “propinas” para hacerse de la vista gorda a la hora de poner una multa.

La crisis del mercado alimentario mundial ha llevado al gobierno a declarar que se trata de un asunto de seguridad nacional, en un país con una agricultura en ruinas, donde el 80 por ciento de la tierra cultivable permanece ociosa,  y sólo el 20 por ciento restante (en manos de agricultores privados) aporta la mayoría de los productos agropecuarios.

La propaganda, enfilada a machacar en la población la idea de que los cubanos viven bien porque el régimen subsidia los alimentos racionados a pesar de los altos precios internacionales, sufrió un descalabro cuando los cubanos vieron por televisión las protestas en Haití, India y otros países por el alza de los precios del arroz, y la decisión de Estados Unidos de regular su venta.

Sin embargo, un indicio de lo que se avecina es la reciente declaración de que el gobierno renuncia a proseguir con su faraónico plan de construcción, luego de que (por segundo año consecutivo) incumplió la promesa de terminar 100 mil viviendas. El déficit habitacional  es de un millón, y tiende a incrementarse con el deterioro del 80 por ciento del fondo actual, considerado en malas condiciones.

Las inversiones para la reparación de hospitales, policlínicas y escuelas se han convertido en un saco sin fondo, pues las obras supuestamente terminadas no pueden utilizarse porque presentan filtraciones, o las instalaciones eléctricas y sanitarias están incompletas.

La reparación del hospital infantil Pedro Borrás, en el Vedado, se ha prolongado durante 15 años, y aún no se sabe cuándo va a terminar.

Recientemente, el gobierno de La Habana anunció que se realizaron varios operativos policiales en fábricas clandestinas de alimentos y artículos de aluminio. La noticia no sorprendió a la población, pues hace unos años allanaron una fábrica privada de cervezas y refrescos enlatados en San Francisco de Paula, y ya es tradicional la producción paralela de cigarros y tabacos.

La corrupción es imparable, y sólo es cuestión de tiempo el desenlace del fenómeno en un país donde la cuenta no da.

 

 

 

 
 
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