17 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Multiplicar los pesos

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Eduardo Hernández vive solo pero cada día visita a sus padres, en cuya casa come y hace la sobremesa sin preocuparse por nada. Su progenitor trabaja en una de las fábricas del municipio Cotorro, al sureste de La Habana. El viejo gana poco, pero comercializa por la izquierda algunos productos de la entidad.

El padre de mi vecino no es un caso aislado. Muchos trabajadores tienen “su búsqueda” en las fábricas, almacenes o en los centros comerciales donde laboran. El mercado negro se nutre de quienes arañan la economía estatal. La gente no se siente dueña de nada, pero se apropia de cualquier cosa.

En municipios como El Cotorro, Boyeros, Guanabacoa o San Miguel del Padrón, el desvío de recursos es habitual. En el primero de estos territorios industriales, la prosperidad de las personas depende del “invento”. Los jóvenes “hacen dinero” de lunes a viernes para la fiesta de fin de semana.

Janet vende aceite y galletas a domicilio. Ya no labora en la fábrica, pero mantiene los contactos. Ella “explotó”, más no era la única ni la última. Sus ofertas compiten ventajosamente con los precios de las tiendas estatales.

Una “red de ninjas” salta las cercas de la cervecería Hatuey, actual Guido Pérez, mártir local evocado por los trabajadores que gritan su nombre en los actos de la fábrica, mientras piensan en las ganancias de los sacos de cebada, producto imprescindible para producir cervezas, vendidas discretamente en cajas y en pomos plásticos.

Hace unos meses, uno de los implicados en una operación clandestina contrató a un matón y entró con este, pistola en mano y enmascarados, al taller donde sus cómplices guardaban los sesenta mil pesos. La investigación policial favoreció la detención de los atracadores y la debacle de la banda. El juicio reveló los entresijos de varias infracciones y la complicidad de custodios y funcionarios de la Hatuey.

Otro centro lucrativo es el Complejo Lácteo de La Habana. Allí los delitos contra la economía tienen en jaque a los directivos, a los custodios y a los agentes de la Seguridad del Estado. El robo es habitual. Los empleados roban bolsas de leche y de yogurt, tinas y potes de helados, queso, mantequilla y componentes alimenticios de difícil acceso para la población. Roban para el consumo familiar o para vender a domicilio. Los más audaces contratan camiones para transportar mayor cantidad de mercancías, a veces con papeles acuñados por la administración y hasta en vehículos de la propia entidad.

Las fuentes consultadas aseguran que muchos trabajadores del Complejo Lácteo de La Habana hablan con desenfado sobre “sus búsquedas” cotidianas. Entran en la empresa para “asegurar el melón –dinero- y comer todo lo que pueden durante la jornada”. Tal vez por eso, los juicios en el tribunal municipal no conmueven a nadie.

La administración despide a los infractores, pero éstos contratan a un abogado que los represente. “Si son restituidos en sus puestos siguen robando”, comenta un jurista decepcionado por la reincidencia de tres malhechores defendidos por él.

Hace poco, un juicio laboral inquietó a jueces y abogados. Una veintena de trabajadores de la textilera La Facute, actual 9 de abril, apelaron contra la medida de despido, pero la administración de la fábrica trajo un video –algo borroso y mal enfocado- que revelaba el rostro de varios infractores, mientras sustraían pacas de frazadas de piso y otros productos. El uso del video sorprendió, aunque los afectados dijeron que los funcionarios trataban de encubrir diversos robos.

Sucede lo mismo, pero en menor escala, con las cabillas de la Antillana de Acero, sacadas en trenes y camiones de hornos y almacenes. Los constructores privados se nutren así del metal necesario para placas y zapatas, así como angulares para puertas y ventanas de las casas. Decenas de soldadores de El Cotorro han prosperado con las plantas metalúrgicas de la localidad, pues no existen ferreterías ni almacenes que suministren esos materiales, aunque la carpintería de aluminio empieza a despegar con precios estratosféricos.

El desvío, apropiación y venta de productos es notable también en la Gomera de El Cotorro y en la de Cuatro Caminos, donde “los ninjas” coordinan con los custodios, a pesar del descalabro técnico de esas fábricas, las cuales están casi paralizadas en espera de inversiones extranjeras.

Una funcionaria de la Gomera me comentaba: “La gente se habitúa a robar; si no hay tenis se llevan los neumáticos de bicicletas, los rollos de nailon u otra cosa que le aporte dinero, sin pensar en la ética ni en las consecuencias económicas de sus actos”. 

 

 

 

 
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente.