13 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Maniobras y elecciones

Luís Cino

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Siempre que hay elecciones generales en los Estados Unidos, suenan tambores de guerra en Cuba. Desde hace casi medio siglo, el relevo presidencial en Washington pone nerviosos a los mandarines de La Habana.

La primera movilización militar en Cuba por el traspaso de poderes ocurrió en 1960, cuando John F. Kennedy sustituyó en la presidencia a Dwight Eisenhower. Fue por todo lo alto y con todos los hierros. En espera del ataque norteamericano, la isla se llenó de trincheras y parapetos. Las cuatro bocas apuntaban al cielo y las luces de los reflectores alumbraban la noche. Camiones cargados de milicianos con armas rusas, belgas y checoslovacas vagaban en todas las direcciones por las carreteras. Sólo se sabía que iban para algún lugar de Cuba.

En aquella ocasión, no andaban mal encaminados los temores. Ike legó al reluctante Jack la invasión de Bahía de Cochinos. Dos otoños después, la isla, erizada de misiles soviéticos, esperaba el Apocalipsis nuclear. Las dos superpotencias se desafiaban con las manos a la altura de los gatillos atómicos en la puerta de la taberna más belicosa del mundo: Cuba.

Fueron los tiempos de las últimas movilizaciones militares en Cuba que obedecieron a amenazas reales. La crisis de octubre de 1962 se zanjó con el compromiso norteamericano de no atacar a Cuba a cambio de la retirada de los misiles soviéticos. El pacto se cumplió con inusual caballerosidad, pero igual siguieron las movilizaciones militares en Cuba. Las decretaron tanto en tiempo de elecciones en Estados Unidos como cada vez que le convino a los mandarines de La Habana agitar el (siempre conveniente para sus intereses) espantajo del inminente ataque imperialista.

Alguna vez lo dijo Fidel Castro: ni aún en el improbable caso de que Estados Unidos se convirtiera en un país socialista, Cuba dejaría de prepararse para enfrentar una agresión.

Lo peor es que siempre hubo quien se creyó el cuento de la inminencia del peligro de guerra. Recuerdo una tarde de finales de los años 80. Luego del almuerzo y varias cervezas, los tres hermanos jugábamos dominó con nuestro padre en el portal. Mi hermana, siempre devota del credo fidelista, lamentó que los yanquis estuvieran a punto de estropear tanta felicidad. No  sé si se refería a nuestros matrimonios en crisis, las casas al borde del derrumbe, los salarios que no alcanzaban, mi nuevo despido laboral por problemas ideológicos o la enfermedad que no queríamos nombrar, pero que irreversiblemente se llevaba a papá.

 Eran los años de Reagan y la isla, con más huecos que un queso, se llenaba de refugios de hormigón, que sólo servían a las parejas que no tenían donde hacer el amor.

Se derrumbó el bloque comunista, pasaron los años, el Período Especial, y un águila sobre el mar…y siguieron las movilizaciones militares.

Desde la noche que anunciaron la enfermedad del Comandante, en julio de 2006, se desarrolla con más o menos discreción, la Operación Caguairán. Millares de reservistas, con uniforme nuevo y de otro color, han sido llamados a filas. En la maniobra Moncada, el Ejército Oriental acaba de probar sus armas de Camaguey a Maisí.

Para fines de año se anuncia una nueva edición de la maniobra Bastión. No por casualidad coincidirán con las elecciones en el vecino del norte. Sólo que estas elecciones norteamericanas son muy peculiares.

La  presidencia se decidirá entre el afroamericano Barak Obama y el belicoso  veterano de los bombardeos aéreos contra Vietnam del Norte John McCain. Uno, proveniente de un ambiguo entorno, tiene un discurso carismático por un impreciso cambio. El otro, con variaciones, seguirá las políticas de George W. Bush por otros medios.

Si me permiten opinar, ninguno de los dos me atrae. Hubiera preferido a Hillary Clinton. No sólo por su perseverancia y sus mañas políticas, que esta vez no resultaron. Desde el caso Lewinsky, admiro su valentía. También, por qué no, me gustan sus piernas.

Obama y McCain, los dos (paranoico que soy) me dan mala espina para Cuba. Uno por muy duro. El otro, por demasiado blandito. Definitivamente, no me gustan.

Últimamente escribo sobre mis pesadillas con la esperanza de conjurarlas para que no se materialicen. A veces, el método funciona.

Parece (al menos eso perciben por Washington) que el problema de Irak no tendrá solución sin tener en cuenta a Irán. A veces, la administración saliente deja hechos consumados al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Eso hizo Eisenhower con Kennedy.

Un demoledor golpe aéreo a los reactores nucleares iraníes hacia el mes de noviembre pudiera ser una escalofriante probabilidad. El presidente Bush suele ponerse mesiánico cuando escucha voces lejanas. Obama o McCain asumirían las consecuencias. Vaya usted a saber por qué le dé entonces a los sucesores cubanos, siempre prestos a aprovechar las cortinas de humo para reprimir a la disidencia. Súmele al coctel alguna nueva locura del delirante Hugo Chávez. Las maniobras militares en Cuba, no faltaba más, estarán en marcha. Sólo me consuela que en los mares cubanos aún no han descubierto petróleo. Dios nos coja confesados.

 

 

 

 
 
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