10 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Un recital a puertas cerradas

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Siempre fue una costumbre en Cuba que en las casas de los escritores se reunieran grupos de amigos para leer poemas, cuentos y fragmentos de novelas de sus libros inéditos o editados.

En el siglo XIX se hicieron célebres numerosas familias por sus tertulias literarias. A la casona de Nicolás de Azcárate asistían los famosos poetas Plácido y Heredia; a la de Esteban Borrero y su hija Juana, los poetas Julián del Casal y los hermanos Carlos Pío y Federico Urbach. También la casa de Domingo del Monte se hizo célebre por sus tertulias, y ya en el siglo XX los escritores Dulce María Loynaz y José Lezama Lima brindaban su casa para recibir a los creadores literarios.

En la década del 40 y 50 la casa de Angelita Caíñas, en la calle Cuarteles 72, en la Habana Vieja, fue sede de la organización La Casa de los Poetas, donde acudía lo más representativo de la lírica popular cubana, como por ejemplo, Carilda Oliver Labra, Francisco Riverón, Ángel Casas, Rafael Enrique Marrero y muchos otros. En años recientes la poetisa Reina María Rodríguez utilizó la azotea de su vivienda habanera para reunir, sobre todo, a los jóvenes que sobresalían en nuestro mundo literario.

Sin embargo, estas tertulias hogareñas dejaron de ser una práctica cotidiana cuando el gobierno castrista fundó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba -UNEAC-, es posible que con el fin de tener bien controlados a los creadores. Así, los recitales comenzaron a ofrecerse en la sala Villena, o en la cafetería El Hurón Azul, carentes estos locales de un verdadero calor humano, de esa secreta intimidad hogareña, tan necesaria para la poesía, principalmente amorosa.

Pero algo fuera de lo común ocurrió el pasado 20 de mayo, cuando en la casa de la poetisa Mercedes García Ferrer, en 21 y N, en pleno corazón del Vedado habanero, se reunieron varias personas con el propósito de escuchar, de labios de su nieto Ángel Alejandro Milián Castañeda, joven actor de teatro, los poemas del libro Declaro que estoy loca, que tan merecidamente le publicara a Mercedes la escritora Zoe Valdés, en su Editorial Lunáticas, de Francia. Mercedes García nació en Camajuaní, Villaclara, en 1933. Antes de trasladarse definitivamente para La Habana en 1958, se graduó de Bachiller en Letras en la ciudad de Santa Clara.

Me cuenta Cecilia su hija que la noche del recital estuvieron presentes varios amigos de Mercedes, que al famoso pianista Ulises Hernández se le escapaban las lágrimas, que el físico nuclear Luis Frade, el trovador Augusto Blanca y los dramaturgos José Milián y Gerardo Fulleda León guardaban silencio muy conmovidos.

En esa extraña cita faltó su amiga Carilda Oliver Labra. También Miguel Barnet y los canta autores Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, todos mal vistos por el régimen castrista, y por lo que acudían a la casa de Mercedes en busca de solidaridad. Faltaron además sus grandes confidentes Filiberto Hebra y José López Horta, la escritora Zoe Valdés, el actor de cine Oscar Álvarez, la cantante Juanita Bacallao. Falté yo y por qué no, también los agentes de la Seguridad del Estado merodeando la casa de Mercedes, como hicieron durante muchos años.

Pero sobre todo, faltó Mercedes, con su dulce voz, su lindo, juvenil y alegre rostro y aquél mágico poder de comprensión que poseía para acoger a cuanto ser triste, atormentado, marginado o disidente tocara a su puerta, porque Mercedes murió, para fatalidad de sus muchos amigos, un 5 de abril de 1988, justamente cuando una parte importante de la población cubana comenzó organizadamente a reclamar respeto a los derechos humanos, algo que, estoy segura, ella también hubiera hecho.

 

 

 

 

 
 
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