30 de julio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Dos caras de un mismo problema

Adrián Leiva

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – Cuba, antes de 1959, si bien no era el infierno que nos han pintado durante cincuenta años, tampoco estaba exenta de que provocaron una revolución que devino totalitarismo. A pesar de los indicadores positivos mostrados en las estadísticas republicanas, había puntos deficientes por resolver. Uno de estos era el de la salud.

La nación contaba con algo más de seis mil médicos y una infraestructura limitada de hospitales públicos, sin contar clínicas y consultas privadas para cubrir la demanda de los seis millones de habitantes que existían en esa época. A pesar de que esto representaba para Cuba una posición privilegiada en comparación a otros países, la realidad indicaba que los habitantes de la Isla carecían de un servicio de calidad al alcance de todos. 

El gobierno encabezado por Fidel Castro dedicó priorizó el desarrollo de la salud  desde los primeros años de poder revolucionario. El tema pasó a ser una obsesión para la máxima dirección del país, haciendo de este servicio el rostro mejor vendido en el exterior. impuesta al pueblo por el sistema político imperante.

En menos de veinte años se graduaron más médicos que el total existente durante la historia independiente del país. Para finales de la década del 70 la masividad de instalaciones hospitalarias, policlínicas, postas médicas e institutos de investigaciones afines con esta ciencia alcanzaba todo el territorio nacional.

Llegó el momento en que la cantidad de médicos existentes permitió retomar una vieja práctica. El médico local, desaparecido con la erradicación del ejercicio privado de la medicina, cobró notoriedad a través del plan del médico de la familia. La idea, que no es original ni exclusiva de Cuba, basa su acción en la medicina preventiva y el vínculo directo entre paciente y galeno, mediante una atención primaria y teóricamente esmerada.

La concepción de un servicio tan especializado y sublime, realmente era difícil materializarlo en la práctica y mucho menos en un terreno tan complejo como la capital cubana. En cambio, era factible y practico en las zonas rurales y pequeñas comunidades.

Con el corte del apuntalamiento económico que la extinta URSS, brindaba al gobierno cubano, el sistema de salud sufrió una vertiginosa caída convirtiéndose en una caricatura de lo que fuera en décadas anteriores. El período especial vino apareado con enormes carencias de medicinas, reactivos e insumos, así como una pésima  retribución salarial de los profesionales. Esta situación terminó por repercutir de manera negativa contra el proyecto del médico de familia, que vio cómo se iniciaba su declive. 

Paralelo a este deterioro, la población observaba que el servicio brindado a pacientes extranjeros iba desmarcándose en calidad del que ellos recibían. El carácter político, disimulado tras el sentido humanitario o internacionalismo, no podía zanjar el malestar popular. 

Las continuas críticas de la población y el cúmulo de problemas en el sector de la salud, surtieron efecto. El gobierno de Raúl Castro replanteó la situación, y en la medida de sus posibilidades, ha iniciado un reordenamiento de la situación. En poco menos de tres años se aprecia una ligera mejoría, según la opinión generalizada. Ese proceso contempla mejoras dirigidas al personal médico, el aumento de medicinas disponibles en las farmacias, así como la reparación general de las cien policlínicos de la capital y otras en el interior de la nación, a lo que hay que agregar nuevas instalaciones y servicios.

La idea que impulsó la creación del médico de la familia todavía debe rendir los frutos para el cual fue diseñada. Ello depende de la exigencia de los funcionarios que se encargan de esa esfera. Un primer paso ya se dio con la reorganización del servicio, pero todavía queda un largo trecho por andar. 

 

 

 

 
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente.