17 de julio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

El error de Juanito

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Juanito vive de acuerdo a las reglas de la sociedad cubana. Es miembro del CDR. Hace las guardias nocturnas, vigila, recoge latas desechadas para la recuperación de materias primas, se levanta temprano los domingos para arreglar los jardines, asiste a todas las reuniones de la cuadra y de la circunscripción.

Jubilado ya, afirma que de la televisión solamente ve el noticiero, por las mañanas  lee el periódico. Ni  va al cine y nunca ha entrado en un teatro en sus setenta y pico de años. Pero desde hace un mes, un dolor en la cintura lo obliga a  renquear a cada paso. La doctora de la familia le recetó unas pastillas, más el dolor continuó. Por eso prefirió acudir al especialista. Este último lo remitió al fisioterapeuta para desarrollar un ciclo de ejercicios.

Muy contento fue al departamento de fisioterapia de su policlínica. Una sección nueva construida hace un año. Antes de entrar, desde la calle, había podido ver los relucientes aparatos y los pacientes esperando su turno, sentados en el portal en cómodos asientos. Él está satisfecho con la revolución por estas obras.  

Entregó el papel de remisión a la encargada de los turnos. Ella le indicó que se sentara a esperar el suyo. Cercano a la euforia como estaba por los avances revolucionarios, no reparó en el pedido de la joven. Eran las 8 y 40 de la mañana. Entonces, comenzó a transcurrir el tiempo.

Se entretuvo en leer los carteles con consignas que adornaban las paredes, en contar los asientos, hablar con una  vecina, mirarse la punta de los pies, echarle un ojo a la muchacha que daba los turnos, porque ya había visto a tres personas que llegaron mucho después de él que pasaron sin detenerse. Pero no lo llamaban.

Minutos después de la primera hora de espera, Juanito fue ante a la recepcionista y le preguntó por su turno. Ella le dijo que todavía no pasaría aún debido a la ausencia de la enfermera que operaba el aparato de ultrasonido. En caso de que no apareciera la enfermera,  otra cubriría los turnos cuando terminara con los propios.

Continuó esperando y a las 11 se levantó incómodo. Volvió a preguntar por su turno y le respondieron lo mismo. Regresó al asiento de la sala de espera. Sin embargo, ya no le interesaba releer las consignas de las paredes. Entró una conocida de él, quien lo saludó y comentó, de paso, que venía por lo del ultrasonido. La recién llegada dio un paquetico a la recepcionista y enfiló hacia el pasillo. Al rato, salió y ni se despidió de él.

A las 11 y 40 pensó que llevaba tres horas de espera y le molestaba la dureza del asiento. Fue a indagar de nuevo  y ahora la respuesta fue que ya estaban al llamarlo, porque habían comenzado a pasar los turnos de ultrasonido. Pensó que sería el primero. En un instante pasaron frente a él un batallón de personas. Y él seguía esperando.

Decidió soltar un discurso en contra de las irresponsabilidades y el mal trabajo en la atención a los pacientes y lo único que logró fue que la empleada le llamara la atención por levantar la voz. Si tenía una queja, a escribirla y depositarla en el buzón de quejas y sugerencias. Juanito buscó el recipiente, pero no lo vio. De todas formas, tampoco tenía un papel. Pidió ver al responsable del departamento y la misma joven contestó que el compañero estaba reunido con la empleada del ultrasonido.

El viejo cederista  pensó que iba a explotar y se le trabaron las palabras.

-Me habían dicho que la enfermera del ultrasonido no había venido al trabajo

-Claro que vino, solamente que luego de llegar, el administrador la llamó para reunirse con ella y todavía están reunidos -ripostó ya enojada la joven -; si está molesto vaya a protestar donde quiera porque yo no tengo la culpa. 

A esa hora, con el estómago reclamando algo sólido, optó por marcharse y venir otro día. Ya vería cómo le iba la próxima vez. Salió del salón como un toro al ruedo.

Encontró en la parada del ómnibus a la vecina que hacía rato vio entrar y salir y soltó su decepción en sus oídos. El único consuelo de la vecina fue decirle que la próxima vez llevara una merienda para la recepcionista y otra para la del ultrasonido, así saldría rápido. ¡A las fieras las doman con comida!

 

 

 

 

 
 
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