16 de julio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Recordando

José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - “No me formes espectáculo. Si no dices que pusiste la bandera, te tiro el perro arriba para que te destroce”.

Esas fueron palabras que me dijo casi al oído un oficial de la Seguridad del Estado el 9 de diciembre de 1981, cuando me encontraba tendido en el suelo, mientras que un perro pastor alemán tiraba de la pata de mi pantalón, rasgándolo junto a uno de mis calcetines, y a pesar de que tenia bozal también rasguñó mi pierna derecha.

La mañana de ese día apareció una bandera estadounidense, de unos sesenta centímetros de longitud, en los bajos del edificio donde  residía, tercera entre cuatro y seis, en  el  Vedado, a un costado del hotel Riviera

El lugar estaba lleno de personas, incluidos varios policías y  más de una decena de oficiales de la Seguridad del Estado vestidos de uniforme y de civil. Algunos fueron a mi hogar en el piso diez, y sin decir los motivos me indicaron que los acompañara.

En los bajos del edificio habitaba una perrita. Le pusimos por nombre Sorpresa algunos de los vecinos que le dábamos de comer. Cuando soltaron al  rastreador fue directamente hasta donde ella estaba ; la perrita se atemorizó, echó a correr, pasó por encima de la bandera tirada en el piso, y fue a buscar refugió entre mis piernas. Me encontraba de pie al final de los cuatros escalones a la entrada del edificio.

Un uniformado detuvo al pastor alemán que también pretendía pasar por entre mis piernas, y otro policía sacó a Sorpresa de la escena.

Llevaron al perro hacia  la bandera, lo soltaron. Fue de nuevo hasta donde me encontraba, me haló por la pata del pantalón, perdí el equilibrio y caí a la acera junto con él.

Dando palmadas en el piso exigí que me quitaran al perro. Fue entonces cuando uno de los oficiales de la policía política dijo lo que reproduje al inicio de este relato.
Me detuvieron para interrogarme y realizar pruebas caligráficas –la bandera tenía algo escrito en su superficie-, mientras otros oficiales de la Seguridad del Estado que invadían  mi hogar sin orden judicial, trataron que dos de mis pequeños hijos buscaran dentro de la casa presuntas pruebas contra mí. Quedé en libertad en horas de la noche.

En esa época no existía oposición pacífica organizada, y faltaba aún tiempo para que surgiera la prensa independiente.

16 años más tarde, en Guantánamo, no en la parte que está bajo jurisdicción estadounidense, sino en el cuartel de la Seguridad del Estado, otro oficial, mientras me miraba con odio, dijo: “Le vamos a arrancar la cabeza. Téngalo en cuenta, le vamos a arrancar la cabeza”.

A su vez el oficial aseguraba que yo iba a comenzar a trabajar para la CIA. Parece que se creyeron su propio invento, porque después de ese incidente sufrí varias provocaciones y hasta registraban la basura de mi casa.

En el año 2005, el 28 de enero, en la estación policial  El Capri, uno de dos oficiales de la Seguridad del Estado con grados de mayor que me interrogaban, dijo que en caso de que  obtuviera visa para salir al extranjero, me darían el permiso de salida sólo si comenzaba a entregarles mis trabajos periodísticos antes de publicarse para que ellos los revisaran.

Recordé esas cosas, y otras de similares características, cuando leí en el diario Granma que un periodista liberado de la Base Naval de Guantánamo denunció torturas e intentos de soborno.

El periodista, de origen sudanés,  de la cadena televisiva Al Jazeera, fue detenido en la frontera de Pakistán con Afganistán en diciembre de 2001.

Los medios oficialistas de Cuba no tienen necesidad de nutrirse de ese tipo de informaciones foráneas. En la isla, sin que exista ninguna situación bélica ni actividades terroristas, hay historias de igual o mayor interés que la narrada por el periodista árabe.

fornarisjo@yahoo.com

 

 

 

 
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente.