15 de julio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Lo que el viento se llevó

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - De los derechos sociales, tal vez el más caro sea la atención a la salud en cualquier parte del mundo. Garantizarlo implica un costo para el Estado, las instituciones sanitarias y para los propios pacientes y sus familiares. El gobierno de Cuba lo sabe y trata de garantizarlo a todos los niveles, pero no dispone de los recursos financieros recibidos desde la antigua Unión Soviética hasta 1990. El problema se acrecienta con la exportación de miles de profesionales que trabajan para el Estado en más de veinte naciones, lo cual desestructura los servicios médicos dentro del país, pues tan “humanitaria tarea” sacrifica a nuestros ciudadanos y multiplica los problemas del sector.

Las expectativas creadas por la propaganda oficial parecen un cuento. Los logros de los años ochenta son cosa del pasado. El sistema médico cubano involuciona, aunque las autoridades insisten en presentarlo como estandarte de legitimidad internacional. Basta con asistir a cualquier consultorio, clínica u hospital para percatarnos del caos, a pesar del esfuerzo del personal por cubrir las vacantes y las carencias técnicas y sanitarias.

Ni la solidaridad internacional ni la graduación de médicos emergentes en cualquier rincón del país resuelve el laberinto creado por las carencias y por la estrategia de exportación con fines políticos. Nuestros galenos prefieren cumplir “misión internacionalista” que atender a los familiares y vecinos; se sienten más reconocidos en otros países que en las instalaciones cubanas, donde reciben un salario simbólico y laboran sin los recursos imprescindibles.

Si bien las autoridades cubanas cobran los servicios a otros países en moneda convertible, las entidades del Ministerio de Salud Pública apenas se benefician de los dividendos y sólo destinan unas migajas para los “internacionalistas”, quienes aprovechan “la misión” para traer equipos electrodomésticos que usan o comercializan para atenuar la miseria familiar, lo cual los convierte en mercaderes de bata blanca. Algunos no regresan a la isla y se liberan de la tutela estatal.

El envío de miles de médicos a otras naciones afecta a los pacientes de clínicas y hospitales, donde a veces son atendidos por estudiantes no aptos para brindar atención especializada, pues se trata de emergentes que estudian por teleconferencias. No pocos de ellos son becarios extranjeros que hacen la carrera en la isla, lo que resulta paradójico y preocupa a los pacientes.

Cualquier centro hospitalario de La Habana ilustra la crisis de nuestro sistema de salud, a excepción de los habilitados para extranjeros y altos funcionarios, como la clínica Cira García, el Hospital Cimex y varias salas del Hermanos Amejeiras. Tal vez sean la excepción de la regla y la cara de los servicios sanitarios insulares. Veamos tres instalaciones diferentes.

El Miguel Enríquez, antigua Benéfica del Centro Gallego, ampliado en la década del ochenta, parece un hospital bombardeado y abandonado por los nazis. Allí apenas funcionan los elevadores, faltan puertas y ventanas, los pasillos son deprimentes, la iluminación es pésima, las tuberías casi siempre están tupidas y algunos salones apestan o están cerrados. Me consta, sin embargo, el esfuerzo del equipo médico en las salas de emergencia, cuidados intensivos y en algunas consultas y áreas de recuperación.  

Recientemente visité tres veces al padre de un amigo ingresado por infarto en el hospital Clínico Quirúrgico Joaquín Albarrán, ubicado a unos pasos de la Ciudad Deportiva. Si bien las condiciones físicas y hospitalarias son mejores que en la Benéfica, la entrada del cuerpo del guardia es deprimente y ciertas salas son un desastre. Se observa, además, la falta de higiene, la carencia de iluminación en los pasillos, el escaso avituallamiento, pésima ventilación y el déficit de personal calificado, palpable en la tensión de los galenos y en las “consultas” cubiertas por estudiantes y médicos sin experiencia, varios de ellos extranjeros, casi todos amables, fundamentalmente en la sala de cuidados coronarios, en mejores condiciones que otras y con personal muy competente.

También es patético el hospital Manuel Fajardo, ubicado en El Vedado. El mismo se mantiene en “coma constructivo” desde hace algunos años. Allí la higiene y la atmósfera de abandono son palpables. Al recorrer sus salones y pasillos nos sentimos realmente decepcionados. El estado general es deprimente, aunque es posible coincidir con doctores y enfermeros amables y atentos a la evolución de los pacientes.

Si bien carecemos de estadísticas específicas y no es apropiado caer en generalizaciones arbitrarias, basta con visitar los hospitales mencionados y conocer la odisea de las mujeres que paren o atienden a sus niños en La Fátima, situada en Guanabacoa; en Hijas de Galicia, ubicado en Luyanó, o en el materno-infantil de San Miguel del Padrón para percatarnos de las limitaciones de un sistema sanitario que solo funciona bien en los espacios informativos de la radio y la televisión.

 

 

 

 
 
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