10 de julio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Un fiel guardián

Richard Roselló

LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Murió “el cojo Lugo”. Era un viejo combatiente en tiempos de paz, defensor de las leyes represivas. Centinela del barrio. Un sujeto gris residente en la barriada de Mantilla. Fiel aliado del Ministerio del Interior. Lleno de medallas que cuentan batallas contra ladrones de gallinas y disidentes.


La “nostalgia” invade cada rincón del reparto habanero. Se le ha despedido con bombos, platillos y mucho ruido. Desde su jubilación, “el cojo Lugo” se enroló en el programa del Sistema Único de Vigilancia. El  combatiente estaba al tanto del que entraba y salía de su cuadra, de lo que guardaba la jaba de fulano, la caja dudosa de mengano y la mochila de Toñito, el niño inquieto del barrio.

Lugo era así. Ponía Diego donde decía digo. Eso sí, tenía una persistencia innata para envidiar. Con su aura a lo James Bond y la mirada de perro Doberman, el cojo celebraba cada semana su propio record de denuncias a las autoridades. Las acciones lo alteraban demasiado y trataba de calmarse fumando un cigarro tras otro.

Cuenta Roberto, el vecino, que tardó tres meses en fabricar una chapeadora para cortar la mala hierba del jardín. Pero el gato no sabía lo que haría con el ratón. Hasta que se le ocurrió a Lugo decomisar el equipo. En la estación de policía Roberto demostró el origen del motor y la correa, la cuchilla y las ruedas construidas por él, e incluso hasta el acetileno con que soldó el artefacto. Todo estaba aparentemente en orden. Aunque no justificó el gasto de corriente y no pudo salvarse de una multa de 500 pesos.

Un día, la policía entró en el cuarto de Roberto, al amanecer. Los agentes al pie de su cama. Reposaba junto a la mujer. El Papa estaba por llegar y le prohibieron al hombre que saliera a la calle en una semana.

La historia que vivió  Roberto, vigilado constantemente por el cojo, después de ocho años de prisión política, terminó cuando huyó con su familia en una balsa rumbo a la Florida.

“El cojo Lugo” era así. Cada día despertaba como juez de la vida de los demás, saboreando su próxima delación. Padecía de delirio totalitario y amnesia histórica. Para él, sólo la televisión y el Granma decían la verdad.

La muerte llegó sin avisarle. Dicen que gritaba en sueños: ¡Abajo la gusanera!, ¡Viva Fidel Castro! Lugo quedó ciego y sordo, el cáncer lo fulminó en pocos días. Cuba perdía a otro gladiador vencido, siempre dispuesto a delatar.

 

 

 

 
 
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