7 de julio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Vivir el socialismo

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – Un viejo cuplé que interpretó en sus años de gloria Sara Montiel, aconseja: “Agua que no has de beber, déjala corre, déjala, déjala”. Y eso es lo que pasa en una casa donde el agua de la cisterna ya repleta, corre hacia la calle.

Pasé por frente a esa vivienda donde residen esos afortunados habitantes cuando caminaba hacia la casa de unos familiares para ir a bañarme. No crea que iba allá porque tienen piscina. El asunto es que en donde vivo no tengo agua ni para bañarme. ¡Y con las temperaturas que nos cocinan!

No es menos cierto que en los diarios nos exhortan a que cuidemos la higiene del entorno. Pero, ¿quién cuida por mi higiene si no yo? ¡Hace la friolera de seis años que la poca agua que utilizo la traen camiones cisternas (conocidas por pipas)!  Ducharme es un lujo impensable para, aunque en el noticiero de la televisión se anuncie la elaboración de una vacuna contra el cáncer de pulmón, flamante éxito de la biotecnología nacional. Las autoridades del acueducto del sur son incapaces de resolver el problema técnico en nuestra cuadra.

Quizás alguien acepte que el gobierno cubano es muy bueno y solidario con los habitantes de otros países por el cumplimiento de misiones a zonas en catástrofe. Tan es así que la falta de médicos es patente en muchos lugares en la isla. ¡Ellos cumplen misión en otros países! Pero el desastre del agua en mi cuadra es tal que estamos a punto de pescar una buena sarna por bañarnos a medias.

Tal vez un recién duchado revolucionario me riposte con las mil y una sinrazones que la burocracia partidista deposita en los oídos de sus creyentes fundamentalistas. Cuando escucho o leo en la prensa acerca de las campañas de salud contra los mosquitos y los salideros de agua, me pregunto: ¿Y por qué tengo que sufrir la escasez de agua?
En diciembre durante las elecciones fui testigo de un milagro. El agua limpió las cañerías. Turbia primero, menos turbia después, bajó hasta  mis manos como una de las maravillas de la civilización sin necesidad de que el gitano Melquíades viniera a revelarme el prodigio del agua corriente a casi cincuenta años de soledad. Pero las familias vecinas y yo que vivimos bajo el designio de la indiferencia burocrática de los ineficientes ingenieros de la empresa Aguas del Sur de La Habana y los gobernantes municipales, no tenemos derecho a la esperanza.

Tendremos que seguir cargando el agua en cubos, vertida por una manguera en un jardín de al doblar la esquina para calmar la sed provocada por estos meses de agobiante calor. No importa que vivamos en el paraíso de los trabajadores, ni que paguemos el recibo que la empresa de acueductos envía mensualmente con puntualidad prusiana. Probar a vivir en un medio casi desértico de manera artificial, es sin duda una prueba para prepararnos a cumplir alguna misión en un país del Sahara.

Ya estaremos preparados entonces para vivir con tres galones de agua para todas las necesidades del día y luchar contra el derroche  y el consumismo que significa sentir rodar por el cuerpo el agua fresca de una buena ducha. Déjala correr. ¡Felices los mortales elegidos, mío será el reino del socialismo tropical!

 

 

 

 
 
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