14 de agosto de 2008
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PEKIN 2008 / TIEMPO EXTRA
De unos Juegos 'únicos' a la patada cubana

RAUL RIVERO

Lo han dicho en estas dos semanas de Juegos Olímpicos un centenar de jefes de estado y de gobierno. Lo han repetido, con los ojos húmedos antes las cámaras, funcionarios, doctores y cronistas de los cuatro puntos cardinales. Lo dicen, con una mano sobre el corazón y en todos los idiomas modernos, empresarios, santurrones y pícaros de cartel: como estos Juegos no, no habrá ninguno. Dios los oiga.

La garantía de que nunca más se celebrarán esas competencias en un país como este produce un sosiego que se necesita con urgencia después del confuso carnaval que le20han ofecido al mundo los herederos del Gran Timonel. Eso significa que en ninguna otra parte de la tierra habrá espacio para una sociedad que ha nacido y crece como fruto de un concubinato obsceno entre lo peor del capitalismo y lo más cruel del comumismo totalitario. Una economía de mercado desbocada y selvática, unida a un control absoluto de partido único, una represión policial sin cauce (con tecnología de punta) y una vigilancia que compromete hasta el cepillo de dientes, no puede ser, no debe repetirse, ni creo que sea el próximo sueño de la humanidad. Eso sí, soñadores no faltan, por ejemplo en América Latina, pero esos señores del sopor y la audacia no tienen, por fortuna, ni geografía, ni población donde caerse muertos.

Aquí sí prospera esa mezcla. Su eficacia fatal se ha demostrado con la organización de los Juegos Olímpicos. Han tenido el respaldo financiero que proviene del sistema que combatieron durante años y el instrumental que preparó el estalinismo para conducir, controlar y reprimir a la población.

Con los cuchillos afilados y renovados por los aportes de lo último en avances técnicos, cedidos con gentileza por socios comerciales para garantizar la seguridad de las competencias y las vidas de participantes e invitados de alto nivel, desalojaron a miles de vecinos, borraron del mapa barrios y vecindarios. A los perjudicados los reubicaron lejos y con una cuota de miedo adicional, que es lo único que pudo producir en abundancia el comunismo.

Con los recursos del antiguamente podrido y vil capitalismo levantaron los estadios munumentales, hicieron carreteras, villas, complejos de piscinas y para movilizar a los atletas, periodistas y otros invitados, dispusieron de una flota de automóviles nuevos y 1.700 autobuses. Con los dos elementos unidos han tenido en la calle y en las instalaciones olímpicas a unos 400.000 voluntarios. En ese mismo capítulo aparecen 300.000 cámaras de video que funcionan ahora mismo en la ciudad.

Hemos asistido a unos Juegos Olímpicos disciplinados, solemnes, llenos de nuevos récords y de figuras legendarias del deporte que han afianzado o extendido su leyenda en Pekín. El medallero de los anfitriones es impresionante. La calidad de las competencias, la música, los espectáculos, los fuegos artificiales y los chorombolos de la quincalla comunista, que no olvida a los líderes nacionales con niños cargados y con un portafolios para prestar ayuda a países amigos, se han recibido con mucho aprecio por la dirigencia china.

Les sirve para dar la imagen que se propusieron y para mostrar a la humanidad su pasaporte de superpotencia. El anuncio definitivo de que ellos se van a quedar en esta parte del mundo, felices y obstinados, viendo como crece su criatura. Les ayuda en su pretensión de que con las fiestas y los jolgorios, la gente olvide los 29 periodistas y los 50 ciberdisidentes presos y en muy malas condiciones de salud. Que se olviden a los defensores de los derechos humanos, a los condenados a muerte, la represión en el Tíbet y a los grandes sectores de la población humillados bajo esas dos enormes piedras forman la estrutura de poder en China. Lo mejor será, como ha dicho cierta servidumbre ilustrada, que no se realicen nunca otros juegos como estos. Jamás. En Londres habrá medallas, récords, ceremonias, saludos y reencuentros. Y habrá llegadas tardes, desórdenes, protestas, debates en la prensa, personas libres y vivas. Y en Madrid también.

El taekwondista cubano Angel Volodia Matos metió la pata en Pekín y violó el espíritu olímpico. El peleador le disparó una patada en la cabeza al árbitro sueco Clakir Chelbet. El antillano y su entrenador protestaban airadamente una decisión cuando Matos lanzó el golpe que dejó mareado al juez, y a él y a su mentor fuera del deporte para toda la vida.

La bronca se escenificó mientras el cubano disputaba la medalla de bronce en la categoria de 80 kilogramos con el kazajo Arman Chilmanov. Matos ganaba el combate 3 a 2 en el segundo round. En ese momento recibió un golpe en un pie y Chelbet le dio un minuto para que se recuperara. Como el caribeño no se restableció enseguida, el árbitro tomó la decisión de declarar vencedor al kazajo.

Durante el pleito, tanto el deportista como su entrenador, habían insultado al árbitro20y lo acusaron a gritos de estar comprado. Pero el hombre se hacía el sueco.

Volodia ganó el oro en su especialidad en Sydney y tiene 31 años. La Federación Internacional de Takewondo decidió deparar a los cubanos definitivamente del deporte.

Durante las competencias de judo de los juegos, el entrenador cubano agredió

verbalmentea unos jueces chinos, pero ningún atleta se atrevió a aplicarle una llave a un árbitro.

 

 

 

 
 
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