22 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Tiburón

Leonel Alberto Pérez Belette

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Tiburón es un sui generis personaje de la fauna capitalina, apodado así por ser un mago de la sobrevivencia. Padece un grado tal de enajenación que en ocasiones no recuerda su nombre. Y aunque pertenece al grupo de seres humanos a los cuales las autoridades cubanas llaman deambulantes, para no aceptar la existencia de indigentes, su particular ingenio mercantil lo convierten en una curiosidad que lejos de hacernos reír nos invita a reflexionar.

Tiburón pernocta en los bancos de la céntrica esquina de las calles Línea y Paseo, en el Vedado; aunque a veces duerme donde lo tumba el cansancio de sus más de sesenta años. Es negro como sus mugrientos ropajes, huele mal y no suele hablar mucho; tampoco pide limosnas. Para ganarse su comida diaria y algunos pesos para beber, este sujeto recurre a reciclar y vender de todo cuanto desechan sus conciudadanos.

Hace pocos años era común verlo recoger lo que quedaba tirado en el piso, después del cierre de un cercano punto de venta de productos agrícolas. Cargaba con todo lo que encontraba: lechugas, zanahorias, plátanos. Al día siguiente extendía un nilón sobre la acera y lo asombroso es que conseguía vender rápidamente los despojos a personas aparentemente muy claras. Las ganancias las gastaba inmediatamente en ron y un plato de arroz con frijoles, en una cafetería de mala muerte denominada California. Aún hace lo mismo, sólo que ahora tiene que comprar el ron en otra parte, pues el régimen subió los precios, e inhabilitó la venta directa a los ciudadanos de ron a granel.

 A la par rebuscaba objetos en los latones de basura y en vertederos. Zapatos viejos, implementos de plomería, libros muy gastados, antiguos discos de placa de acetato y otros enseres. Los remendaba y también los vendía en diversos precios. En una ocasión un adolescente le compró una caja vacía de cigarros  Marlboro y me atreví a preguntarle al muchacho cuál era la finalidad. Su propósito era simplemente el de aparentar y sin darme más detalles introdujo una caja de Populares dentro del envoltorio recién adquirido. Un hombre, a mi lado, aseguró que era posible vender cualquier porquería en Cuba dado al desabastecimiento del mercado.

Pero el colmo es que una hermana de Tiburón vende café en la calle y los vasos plásticos desechables que usa son los que él recolecta de los depósitos de desperdicios situados en los centros de venta en moneda convertible que circundan la zona.

Tiburón es sólo uno de los tantos hombres y mujeres que recorren las calles y rebuscan dentro de la inmundicia objetos para su uso personal, o para la venta. Basta recorrer los parajes de la ciudad para apreciar el aumento de estos personajes, a pesar de la persecución policial. Algunos de estos individuos tienen problemas psiquiátricos, otros simplemente practican esta forma de vida con fines económicos, y una buena parte se iniciaron incentivados por los premios materiales obsequiados por las mismas autoridades que pretendían así recoger mayores cantidades de materias primas.

El régimen cubano tiene como política imponer severas multas a estos individuos y en determinados casos han llegado a ser enjuiciados por el presunto delito de atentar contra la salud pública; lo cual resulta polémico, pues el Código Penal en vigencia excluye a aquellas personas con incapacidad mental y a los adictos crónicos al alcohol. Los que requieren de tratamiento especializado rara vez son internados debido a que necesitan de un acompañante para ser aceptados en los hospitales. Los otros problemas que sirven de génesis a este problema son espinosos. La solución no se avista a mediano plazo.

 

 

 

 
 
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