14 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Sin permiso del muerto

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - El poeta y escritor José Lezama Lima no podrá descansar en su Paradiso después de tanto infierno en Trocadero 162. Los cómplices y asesinos temporales de su obra literaria se lo impiden.

La presentación el pasado sábado de los libros de José Rodríguez Feo: Mi correspondencia con Lezama Lima (Editorial Unión) y Lezama Lima sin pedir permiso, de Reynaldo González (Letras Cubanas), confirman la manipulación de que son víctimas los escritores y artistas de acuerdo a los intereses de la política cultural cubana.

Condenado al ostracismo desde que se publicó  Paradiso (Unión, 1966)  por ser esta novela “escandalosa, muy difícil o hermética”, según sus detractores, y un “golpe maestro, jaque mate al hado”, de acuerdo con Virgilio Piñera, Lezama Lima se convirtió en un enemigo rumor acusado de múltiples aventuras sigilosas.

Solitario y tenaz, el también autor de los poemarios Muerte de Narciso (1937), La fijeza (1949) y Dador (1960), se dedicó a viajar por medio de su correspondencia.

Sin embargo, hoy su cadáver literario resucita no sólo para las editoriales, pues películas como El viajero inmóvil, una suite de igual nombre, galerías, agencias de viajes y bibliotecas se apropian sin permiso de una obra que incluyó los ensayos Tratados en La Habana (1958) y La Cantidad Hechizada (1970), así como la novela Oppiano Licario, publicada póstumamente en 1977.

La capacidad de los funcionarios cubanos para hacer borrón y cuenta nueva de autores y obras antes marginados y sólo resucitados tras su muerte es, aparte de cínica, proverbial.

Hacer un monumento de la vida y la obra de quién “cargaba también, junto a la flor y las tribulaciones, un mapa azul con su trayectoria de carencias, incomprensiones y soledades y otro, que cabía en la palma de su mano, con la devoción y el afecto de unos amigos”, al decir de Raúl Rivero, constituye, más que un homenaje, un sacrilegio a su memoria.

Y no por falta de merecimientos, sino porque las razones que decretaron su muerte literaria aún persisten, alimentadas con las mismas manos de matar que hoy pretenden devolverle la vida.

Mi correspondencia con Lezama Lima nos muestra al autor de Paradiso en su aventura compartida con Rodríguez Feo en la edición de la Revista Orígenes (1944-1956).

Lezama Lima sin pedir permiso resume los textos críticos que sobre la vida y obra del autor se han publicado en Cuba, sin revelar a fondo las causas para borrarlo hasta su muerte (1976) de los espacios culturales cubanos.

Ninguno de los dos aborda el día en que “partió de Trocadero 162, serio y callado, envuelto en uno de sus trajes grises y gastados con los que se podía tapar, al menos, el sol de Centro Habana”, bajo rumores enemigos que lo persiguieron hasta el final.

 

 

 

 
 
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