12 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Música y movimiento

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Los recién estrenados ómnibus chinos marca Yutong están provistos de un equipo de audio que, por lo común, halaga  al oído del viajero con una mezcla acompasada de música y movimiento.

La novedad es muy bien aceptada por un pueblo de tradición musical donde los más han tocado algún que otro instrumento en su vida, trátese de un flamante piano de cola o de un cornetín de plástico fabricado por un “buscavida” en cualquier chinchal clandestino. Claro que la música de las guaguas, al ser gratuita, desconoce gustos personales, y depende, únicamente, de la preferencia del chofer.

Como los choferes generalmente son “tembas” (personas de mediana edad), los números preferidos  pertenecen a la década de 1960 y sobre todo a la de 1970. Sin incluir a The Beatles o TheRolling Stones, por supuesto, quienes en aquel tiempo estaban  prohibidos por considerárseles nocivos para la formación del hombre nuevo
Así pues el recorrido en guagua por las calles de la capital no constituye un acto en solitario o acompañado de seres indiferentes a uno; significa ir en unión de un bolero sentimental del español Julio Iglesias o de una ranchera amorosa del mexicano Luis Miguel. No pocos pasajeros, identificados con los números musicales por razones de edad, estén de pie o no, tararean las canciones en un movimiento de labios casi imperceptible en los más recatados pero visible en los más efusivos.

La señora que rebasa la media rueda, elegante y de porte distinguido, desde su asiento clava los dedos en la superficie del portafolio que descansa en su regazo, al ritmo de los Van Van.  Su compañera de asiento, casi septuagenaria pero con menos control emocional, hace cimbrear el cuerpo en torno a la cintura, y la muchachita del pre, que está sentada al frente, menea todo el cuerpo con la gracia y la desenvoltura propias de la edad juvenil.

Pero cuando la cosa se pone mejor es en esos viajes largos hacia las localidades de Alamar o Jaimanitas, por ejemplo, en una guagua articulada, no muy llena. Si el que maneja es un tipo con “swin” -entiéndase de gustos modernos- y le da por poner un reguetón o un rap  los muchachotes no pueden contenerse. Es posible que alguno salga al pasillo a marcar el ritmo y hasta aparezca una compañera de baile que acepte ser pareja.

Claro, como todo en este mundo, el asunto tiene su lado objetable. A veces las preocupaciones o el dolor ante la pérdida de un familiar querido nos llaman a la meditación en el silencio. No resulta nada deseable un ritmo de salsa cuando se sale de un hospital o se va a una funeraria.

Pero en las condiciones actuales de Cuba en que todo parece detenido bajo la sombra del pesar y la desesperanza, un poco de música adicional y gratuita resulta refrescante. Sirve, además, para mitigar la carga de una existencia plena de esfuerzos e  insatisfacciones.

Que sigan pues, Adalberto Álvarez y su Son, La Charanga Habanera y los Van Van, entre otros, como alegres compañeros de viaje en esos recorridos por las calles de La Habana. Que el compás de la música pegajosa haga tararear a los menos jóvenes canciones del amor y del recuerdo; que los muchachos y muchachas hagan contornear sus cuerpos; y, aunque los gestos danzarios modernos resulten morbosos para algunos, siempre serán preferibles a las discusiones y reyertas, tan frecuentes en nuestros ómnibus urbanos.

 

 

 

 
 
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