Los
indoblegables
CARLOS ALBERTO MONTANER
George W. Bush acaba de concederle la medalla Presidencial de la
Libertad al Dr. Oscar Elías Biscet, un preso de conciencia
condenado a 25 años de cárcel. Fue un gesto solidario
que le agradecen casi todos los cubanos. Se trata de uno de los
galardones más preciados de Estados Unidos. La creó
Kennedy en 1963 y la han recibido personajes como Nelson Mandela
y Martin Luther King. Mandela y King, por cierto, son dos de las
tres fuentes de inspiración de Biscet. La otra es Gandhi.
Biscet también es un pacifista que rechaza la violencia y
defiende los derechos humanos.
Una de las razones por las que lo encarcelaron es
porque denunció el alto número de abortos que se realizan
en la isla. En Cuba se producen más abortos que partos. Biscet
es médico, cristiano, joven y mulato. Nació en 1961.
Tiene algo de apóstol bondadoso. Es el verdadero hombre nuevo
surgido de la revolución: una persona horrorizada con la
dictadura comunista. Su mujer, Elsa Morejón, otra heroína,
es su mano derecha. No han podido doblegarlos.
No sé si Biscet podrá recibir la medalla
algún día. La cárcel política en Cuba
es espantosa. Tal vez muera antes de que llegue la libertad. A España
acaba de arribar el ex preso político Héctor Palacios
Ruiz y las historias que le relató a la prensa son terribles.
Héctor es un hombre de 65 años, ex comunista, jovial
y rotundo. Estuvo con el Che y creyó a pie juntillas en las
buenas intenciones de Castro. Hasta 1980 formó parte del
aparato en misiones y trabajos siniestros e importantes. Rompió
con el partido cuando vio que las turbas enviadas por la Seguridad
golpeaban en las calles a las personas que manifestaban su deseo
de abandonar el país. Le dio asco.
Poco a poco, se fue ligando a la oposición
democrática. En la década de los noventa llegó
a fundar un think-tank independiente para estudiar la inverosímil
realidad cubana. Lo detuvieron veinte veces. Una de ellas, incluso,
lo fusilaron con balas de salva para comprobar su resistencia moral.
Por fin, en abril de 2003, junto a otros 75 disidentes absolutamente
inocentes, fue condenado a prisión. ¿Delitos? Pedían
elecciones plurales, prestaban libros prohibidos y se comunicaban
con la prensa extranjera. Como a Biscet, lo sentenciaron a 25 años.
Hace pocas fechas, como estaba muy mal de salud, con inminente riesgo
de muerte, el gobierno español pidió que se lo entregaran
para tratar de salvarlo.
¿Qué le hicieron en la cárcel?
Héctor Palacios mide 1.90 y es un hombre corpulento. Durante
dos años lo encerraron en una caja de metal y concreto de
1.60 de alto, por 1.75 de largo, por 1.20 de ancho. La celda, una
especie de catafalco en forma de iglú, construida por los
soviéticos en los sesenta, está a la intemperie, en
el patio de una prisión conocida como Kilo 5.5 en Pinar del
Río. No tiene ventanas y el sol cubano la convierte en un
horno. Héctor vivía acostado en posición fetal
y en semipenumbra. Bajó cuarenta kilos. Respiraba por el
resquicio de la puerta. Su compañía eran los ratones
y las cucarachas que ascendían por el hueco en el que defecaba.
Llegó a ver con indiferencia a estas alimañas. En
realidad, llegó a ver la vida con indiferencia y varias veces
creyó que fallecía. Una vez al día, durante
unos minutos, sus carceleros abrían una pila de agua para
que pudiera tomar unos sorbos y descargar el infecto agujero sanitario.
Pudo resistir mentalmente porque es psicólogo y estaba preparado
para ese calvario.
Físicamente, en cambio, su organismo se quebró
en pedazos: la inmovilidad, la sed y la mala alimentación
le destrozaron el sistema circulatorio. Cuando salió de ese
infierno tenía insuficiencia cardiaca y sus debilitadas piernas
apenas podían bombear la sangre. Todas las válvulas
de la circulación de retorno estaban dañadas. Cuando
lo vi le pregunté: ''¿Crees que te salvarás?''.
Sin alardes, me respondió otra cosa: ''Lo importante es que
no pudieron doblegarme''. No supe qué decirle.
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