PRENSA INDEPENDIENTE
Mayo 31, 2005
 

SOCIEDAD
Del Mar INIT al DIMAR

Adrián Leiva

LA HABANA, Cuba - Mayo (www.cubanet.org) - La comida tradicional cubana cuenta con una rica variedad de platos heredados de la tradición hispana y de su privilegiada posición geográfica. Esta última característica de la Mayor de las Antillas propició desde la llegada de los colonizadores que por su suelo transitaran emigrantes de paso o que decidieron fijar sus vidas en esta tierra. Con ellos vinieron sus gustos, tradiciones, creencias y comidas que de alguna forma se integraron a la nacionalidad naciente.

Las costas de la Isla, abiertas al Mar Caribe y al Atlántico, proporcionaban uno de los recursos fundamentales para la alimentación de aborígenes y colonos. Estos últimos traían de su tierra un gusto especial por la cocina que se basaba en los pescados y mariscos, que legaron a sus descendientes en esta parte del mundo y que los cubanos asimilarían de muy buen grado como parte de su dieta habitual. Si bien las carnes rojas y blancas siempre han sido bienvenidas en la mesa del criollo, ellas han tenido como compañeras los productos del mar.

Siempre recuerdo con agrado los días que en mi casa aparecía en el plato del día algún pescado de nuestros mares o los sabrosos mariscos. Variedades como pargo criollo, el perro, la cherna, el aguají, la sierra, el serrucho, la aguja y otros más pequeños del tipo de la vieja lora y la rabirrubia, hicieron las delicias en el paladar de mi familia. Junto a los camarones, langostas, ostiones, almejas, gozaban de gran preferencia, incluso a veces más que el pollo o la carne vacuna.

Cuando comenzó la escasez en los años 60 y con ellos la libreta de racionamiento, un mal que se pensaba sería transitorio hasta que los nuevos planes estatales comenzaran a rendir sus frutos, los productos del mar comenzaron a escasear en el hogar cubano. Esta situación quedó grabada en mi memoria de niño, al alterar mis gustos en el comer. Dentro de mi inocencia infantil sólo cabía la pregunta de por qué no había pescado, y llegaba casi a exigir su presencia a la hora de la comida.

Mientras transcurrían los años, la situación se agudizaba en todo el país y la carestía aumentaba. Paralelamente se produjo la total nacionalización de los pocos centros gastronómicos privados que todavía existían en Cuba. Con la confiscación o intervención de los restaurantes, muchos de los cuales eran reconocidos por su especialidad en la cocina de mar, toda la gastronomía pasó a manos del Estado bajo el control del Instituto Nacional de la Industria Turística, INIT.

Así fue creada una red de unidades estatales bautizadas como Mar INIT que asumieron la confección de este tipo de comidas y que al principio funcionó con más o menos regularidad. A sus puertas se congregaban las largas colas de gente que acudía a esos centros para ampliar su dieta, sobre todo después de los primeros quince días del mes cuando se agotaba la reserva vendida por la libreta y comenzaban a escasear los abastecimientos en las casas.

También existía la necesidad de satisfacer otro tipo de hambre, que no era precisamente motivada por la falta de alimentos, sino provocada por la monotonía diaria de la cocina hogareña. Por aquella época en no pocas ocasiones mi padre se sumergía en aquellas colas para satisfacer su gusto por este tipo de platos y poder llevar una ración extra a la casa, siendo ésta la única forma en que podíamos probar alguna rueda de cherna o un filete de pargo. A veces esta vía se alternaba con la gestión de algún amigo de mi padre que le proporcionaba una buena pieza de pescado, en especial un pescador que vivía en el poblado costero de Cojímar, cerca de La Habana y que muchas veces nos dio gratos alegrones con el producto de su pesca.

Pasados unos años ya la calidad de los productos de los famosos Mar INIT había disminuido considerablemente y las langostas y camarones así como otros ejemplares de exquisita carne, habían sido sustituidos por las mal llamadas merluzas, y jureles, macarelas y otras de mala calidad, incomparables a los que se pescaban en nuestras aguas. Muchos de éstos, por su tamaño, en otros tiempos eran utilizados más como carnada que para comer.

En esa época el gobierno cubano había adquirido una vasta flota de barcos pesqueros que navegaba por los mares del mundo, haciendo que nuestros trabajadores del mar salieran de los límites del Golfo de México. A la flota camaronera y a los rústicos barcos existentes hasta hacía unos pocos años antes, ahora se unía la potencia en número y tecnología avanzada de la flota atunera, que hacía su acopio en el Atlántico del Norte y después en la zona sur de ese océano.

La contradicción se hacía evidente, pues si la revolución había adquirido estos potentes buques haciendo que el país contara por primera vez con naves especializadas en la pesca de altura, no se entendía la razón de que el pueblo no tuviera pescado para comer. Esta pregunta, que se hacía mucha gente, se respondía con el argumento de la necesidad imperiosa de pagar aquellos barcos comprados en el extranjero mediante el producto de sus campañas. Una vez cumplimentados los pagos, entonces toda la producción proveniente de sus capturas llegaría irremisiblemente a la mesa de los cubanos, ahora con abundancia y variedad. Estábamos pasando por los primeros años de la década del setenta.

Al poco tiempo, casi todos los restaurantes de mariscos y pescado habían desaparecido. Sólo a mediados de los ochenta es que se a crea una nueva red de pescaderías que comercializaba pequeñas variedades de productos elaborados en base de pescado y alguna esporádica venta de ejemplares cuya talla les hacía incompetentes en el mercado internacional.

De nuestros peces autóctonos no se veían ni las escamas. Las pescadillas los desplazaron completamente de las vitrinas y neveras, quedando visibles solamente en coloridos espacios de revistas y documentales. No obstante, en la década del ochenta reaparecieron los restaurantes de comidas marineras. Estos y muchos hoteles tenían en su menú varias ofertas culinarias a partir de pescado y mariscos, y las ostioneras volvieron a abrir sus puertas en varios lugares de la capital y del país.

Con el inicio del período especial, donde se verificó el mayor retroceso de la subsidiada economía cubana desde principios de los noventa, estas pescaderías se vieron privadas de mercancías, mientras que los pescados de baja calidad volvieron a ocupar un lugar en las páginas de la libreta de alimentos. Su cuota para la venta no rebasaba las once onzas mensuales por persona en la capital del país, situación que se mantiene hasta la actualidad. La otrora flamante flota cubana de pesca quedó prácticamente extinta al quedarse sin barcos.

En el transcurso de los últimos años se ha visto un resurgimiento de los establecimientos dedicados a la venta de pescado o sus derivados. Así se encuentran funcionando en distintos puntos de La Habana una especie de pescaderías que expenden en moneda nacional desde croquetas y salchichón de pescado hasta pargos, ruedas de tiburón o filetes de raya. Claro que el precio de las especies más apreciadas resulta oneroso. Pero al menos se pueden adquirir unas libras de rabirrubia o de ronco criollo.

En cuanto a los centros gastronómicos, hace unos meses quedó inaugurado a dos cuadras del lugar donde vivo una unidad que me trajo a la memoria aquellos Mar INIT. Las de nueva creación, en cierto parafraseo a las DiTu que venden pollo frito, reciben el nombre de DIMAR. Estas unidades, pertenecientes a la cadena comercial de nombre homónimo con varios locales en la capital, tienen marcadas diferencias con los centros que le precedieron en años anteriores. Los productos se venden solamente en divisa, a precios que pueden costar el salario de todo el mes a un trabajador cubano, que además no cobra en esa moneda. En el lugar se brinda una variada oferta de enchilados de camarones, cocteles de ostiones, filetes de pescado canciller, entre otros platos, lo que es considerado por muchos como una falta de respeto al pueblo trabajador. Además, a pesar del tipo de moneda en que se cobra este servicio y lo elevado de su costo, la calidad no es su mayor atributo.

Viendo estas altas y bajas en la comercialización de los productos de la pesca en Cuba, y recordando aquellas promesas para cuando se pagara la deuda contraída en la compra de la famosa flota que llegó a ser orgullo nacional, sale una reflexión concreta y es que los cubanos nunca más han tenido acceso de manera constante y asequible a un buen pescado o a los mariscos, como ocurría antes de la estatalización de la economía cubana en los años sesenta.


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