PRENSA INTERNACIONAL
Mayo 26, 2005
 

Unidos por una ráfaga de AK-47

Lázaro González Valdés, ex prisionero de conciencia. Semanario a Fondo, 25 de mayo de 2005.

Se llamaba Virginia Herrera Brito. Era morena y tenía unos treinta años de edad. Nació, vivió y murió en la barriada de Mantilla ubicada en la capital de Cuba. Fue empleada de la oficina situada en la calle Paco, barriada Víbora Park, donde se pagan las multas que imponen los funcionarios comunistas del municipio Arroyo Naranjo. No soy familia suya. Tampoco la conocí pero su muerte me unió a ella para siempre. Soy quien investigó y denunció su asesinato.

El capitán de la policía política (G-2) de apellido Cortina ordenó sacarme del calabozo sin agua corriente ni luz eléctrica donde estuve tres días incomunicado y durmiendo en el piso de concreto junto a ocho delincuentes comunes.

"Lázaro González Valdés, te encuentras en grave problema" -amenazó Cortina sin esperar a que me sentara en una de las dos sillas atornilladas al suelo del cuarto de interrogatorios de la estación policial ubicada en el reparto Poey.

"¿Cuál es ese problema?" -cuestioné.

"No te hagas el ingenuo, tú sabes que la mal llamada Radio Martí sigue repitiendo la mentira que grabaste para esa emisora enemiga".

"¿Qué mentira? ¿Qué enemigo?" -inquirí recordando la conveniencia de responder con preguntas a los interrogadores.

Cortina no siguió mi juego y fue conciso: "Divulgación de noticias falsas con el propósito de dañar la imagen internacional de la revolución implica años de prisión. Esta vez me encargaré personalmente de que te juzguen y condenen con severidad a menos que…"

Capté instantáneamente la insinuación pero no pude rebatirla porque el del G-2 prosiguió con su exposición intimidante.

"A menos que confieses por escrito tu delito pues contra revolucionarios como tú, antisociales como tú, deberían ser fusilados para evitarle problemas al estado" -sentenció Cortina quitándose los espejuelos y colocándolos sobre la mesa que nos separaba, la cual también estaba atornillada al piso.

"Fusilar a quien denuncia un crimen es ponerse al lado del criminal" -dije lentamente al tiempo que imaginaba el regreso al calabozo de tres metros cuadrados donde los excrementos y orines humanos provenientes de la letrina repleta se mezclaban al correr por el suelo para herir con saña el olfato de los detenidos.

"¡Eres un falta de respeto! La revolución debería autorizarme a meterte un disparo en la cabeza" -chilló Cortina sacando su pistola Makarov, la que cargó antes de apuntarla hacia mí.

No dije nada. Sólo atiné a mirarlo fijamente. El policía tenía hinchadas las venas del cuello. Su mirada metía miedo. Respiraba ruidosamente. Este individuo mataría si se lo ordenan. Sentí sus ganas de matar.

"¿Qué vas a hacer, Lázaro González Valdés?" -cuestionó Cortina poniendo la Makarov sobre la mesa pero sólo donde él podía alcanzarla.

"Voy a escribir la confesión que usted quiere" -respondí.

El capitán levantó su cuerpo sexagenario de la silla, salió de la habitación y regresó con un bolígrafo y unas hojas blancas de tamaño legal.

Escribí la fecha, 29 de Julio de 1994, y debajo la frase "A quien pueda interesar". Me detuve.

"Voy a confesar, pero con una condición".

"¿Cuál?"

"Que usted me pare delante a Virginia Herrera Brito".

"Eso es imposible porque ella está muerta" -indicó Cortina.

"¿Cuál fue la causa?"

"Tú la sabes. Un accidente".

"Usted llama accidente a morir por una ráfaga de fusil automático AK-47".

"Los hechos no ocurrieron como tú dijiste por la enemiga Radio Martí".

"Dígame usted cómo ocurrieron" -indagué

"Un soldado estaba de guardia, se le disparó el arma y desgraciadamente impactó a la mujer quien había entrado a la unidad militar sin autorización. Admite que calumniaste a la revolución y a lo mejor te puedo ayudar a salir del problema" -declaró el oficial del G-2.

Guardé silencio. Rememoré que una fuente confiable del Partido Pro Derechos Humanos de Cuba (PPDHC) me avisó el 23 de julio de la muerte de Virginia Herrera Brito en la finca de auto consumo que el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) tiene en la carretera de El Lucero, donde Virginia, otra vecina de la zona y cuatro niños le pidieron permiso al soldado de guardia para recoger algunos mangos. El militar los autorizó a entrar en la finca advirtiéndoles que sólo podían recoger los frutos que se hallaban en el suelo. Las dos mujeres y los menores cumplieron con este requisito pero cuando estaban terminando de recolectar mangos apareció otro militar quien los regañó por estar dentro de la propiedad del MINFAR. Fue entonces que Virginia le dijo al oficial que estaban allí autorizados por el soldado de guardia en la entrada. El hombre no la escuchó y le gritó: "¡Cállate, negra de mierda, si no te voy a callar yo!". Cuando terminó de ofender verbalmente a Virginia, el militar cargó el fusil y le disparó una ráfaga que le reventó ambos senos a la mujer quien murió al instante.

"Admite que calumniaste a la revolución y a lo mejor te puedo ayudar a salir del problema" -repitió el capitán Cortina golpeando la mesa con el canto de su mano derecha como acostumbran los karatekas.

No dije nada. Seguí recordando el trabajo que me costó convencer a la vecina de Virginia para que testimoniara sobre el asesinato. Le dio un ataque de nervios cuando saqué la grabadora, pero por fin pude obtener la información de fuente confiable como es ella, uno de los sobrevivientes. También escuche la versión de uno de los niños. Por su parte la familia de Virginia no colaboró en nada. Estaba aterrorizada. Luego vino la odisea de comunicarse con Antonio Tang Báez por teléfono en Canadá para que este activista le hiciera llegar el reporte a Radio Martí y otros medios. No fue fácil porque éramos objeto de una oleada represiva desde que el 13 de julio activistas del PPDHC investigamos y denunciamos el hundimiento del remolcador 13 de Marzo. Los pocos teléfonos con que podíamos contar para estas llamadas habían sido desconectados a pesar de que el servicio estaba pago. Los dueños de los teléfonos también estaban bajo represión del G-2. Sin embargo, se abrieron nuevas puertas y pude denunciar el asesinato de Virginia Herrera Brito el 25 de julio. Al otro día me arrestaron.

"No puedes calumniar a la revolución, dañarla internacionalmente y quedar impune" -sentenció el oficial del G-2.

Aquello era el colmo del cinismo.

"Si me trae a Virginia Herrera Brito viva y me la para delante yo confieso que difamé a la revolución esa de la cual usted me habla" -repliqué.

La cara de Cortina enrojeció considerablemente. Al parecer accionó algún dispositivo electrónico porque se presentaron dos policías y me tomaron por los brazos para regresarme al calabozo.

"¡Tú vas a saber lo que son derechos humanos!" -gritó el capitán del G-2 cuando me sacaban del cuarto de interrogatorios.

Horas después fui liberado sin cargos. En tres días de encierro contraje cinco enfermedades: infección renal, gripe, amigdalitis, pediculosis y sarna.

Cortina siguió arrestando arbitrariamente activistas del PPDHC y de otras organizaciones. Su crueldad le consiguió el ascenso al grado de mayor en febrero de 1996 por dirigir acciones represivas contra los integrantes del Concilio Cubano. Algunos de sus subalternos hoy por hoy son funcionarios (aparentemente civiles) de corporaciones castristas que comercian con empresarios extranjeros.

La ráfaga de AK-47 que asesinó a Virginia Herrera Brito me unió a ella para siempre. Cada año, cuando se acerca julio, trato de imaginar inútilmente el rostro de la morena de Mantilla que nunca conocí. Quizás me lo deje ver cuando le hagan justicia. Entretanto, revelo esta historia para dejar constancia de otro asesinato del partido comunista… para honrar la memoria de esta compatriota.

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