POLITICA
Cuba: por una férrea
censura de prensa
Ludmila Volapukova
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - El cable
de la agencia de prensa EFE es más bien
un EUFEmismo. Hablar, a propósito del Día
Internacional de la Libertad de Prensa, de que
en Cuba "la libertad de prensa simplemente
no existe" es, paradójicamente, un
postura muy pasiva de cara al pueblo cubano: casi
un golpe de EFEcto al estómago de dicho
pueblo. Y me explico enseguida, creo.
Por muy mal que puedan sentarle al gobierno cubano
las declaraciones de Reporteros Sin Fronteras
(RSF) de que Cuba es "la mayor cárcel
del mundo para la prensa", siempre será
necesario reaccionar ante las veleidades del lenguaje:
ese gran mitómano. Consecuentemente, por
muy bien que puedan sentarle a los movimientos
pacíficos de oposición, y a sus
decenas de encarcelados, las declaraciones de
que Cuba es un "suplicio para la prensa independiente",
igual siempre será necesario reaccionar
con tal de no escamotearnos la magnitud real de
la barbarie incivil en que se ha trocado nuestra
sociedad. Y, al respecto, asumo incluso el riesgo
de ser tildada -al estilo de cierto personajillo
de William Saroyan- como una de las escrituras
"más radicales de este país".
Mi tesis es la siguiente: reclamar una "libertad
de prensa" en Cuba sería, ni más
ni menos, una demanda metafísica, pues
la conjunción de los ideologemas "libertad"
+ "prensa" genera, dentro de la Isla,
algo así como un cortocircuito en la mayoría
de los sujetos actuantes y/o pensantes aquí.
Y, por lo demás, es muy lógico este
fenómeno, ya que en el último medio
siglo de nuestra historia se nos ha desterrado
la noción fáctica de dichas palabras,
se han vaciado de significado -como casi todos
los conceptos vivos-, y no disponemos de ningún
referente inmediato para rellenar semejante carencia
de sentido.
De esta manera, se me ocurre que una táctica
mucho más competitiva -y cínica-
sería comenzar los reclamos a un nivel
más abajo, por los conceptos individuales
de "libertad" y "prensa",
antes que ensamblarlos en una superestructura
ante la cual el pueblo de Cuba en Cuba siempre
queda tan impresionado como inutilizado, sin hallar
jamás la punta del hilo por donde zafar
la trabazón de la patria. O, para estirar
mi tesis hasta los límites mismos de lo
racional, se me ocurre comenzar los reclamos por
sus antípodas. Léase: llegar a la
"libertad de prensa" abogando por la
reimplantación en Cuba de una "censura
de prensa" tan férrea como lo permita
la desarticulación económica de
la institución oficial.
Porque sí, porque en Cuba ni siquiera
es posible hablar de "censura de prensa",
dado que es imposible censurar aquello que no
existe: es decir, la prensa en sí. Y porque
contar con una red de censores tal vez sea el
primer paso para tomar conciencia de este agujero
mediático, por donde se fuga la pluralidad
cívica y se cuela el monólogo castrense.
Y porque, toda vez sentado tras un enorme buró
-escudo y bandera a su espalda-, el Secretario
General de Censuras tendría que reparar
en la total ausencia de contenido de trabajo para
el Aparato dirigido por él. Y porque sólo
entonces, tal vez, nuestro burócrata propondría
a la instancia superior la necesidad de crear
"órganos de prensa" a los cuales
censurar, so pena de terminar todos ridículamente
desempleados.
Cuando Fulgencio Batista parqueaba en la redacción
de Bohemia un camión lleno de casquitos
para secuestrar la tirada de la revista, era evidente
que existía la "prensa" y, a
partir de ella, la "censura" de su "libertad".
En las condiciones actuales acaso ya sólo
nos quede la esperanza de invertir los términos:
así, regenerando un "censura"
clueca -más aburrida que abominable-, quizás
lleguemos a una precaria "prensa" a
reprimir, a partir de la cual comenzar, entonces
sí, el pugilato textual y físico
contra los camiones de boinas negras que Fidel
Castro habrá de parquear en esta o aquella
redacción.
Y así, también, la "dictadura
paradisíaca" cubana, como gentilmente
la denominan los de RSF, mostraría un perfil
todavía más demoníaco para
con sus "enemigos públicos",
que para entonces ya incluiría no sólo
a escritores y periodistas independientes, sino
también al sector editorial en formación,
además del incipiente público lector
que trae consigo toda difusión de información.
De suerte que esta hipotética "Revolución
de los Censores" podría terminar siendo,
por paradoja histórica -y nuestra Historia
está llena de tales exquisiteces- la que
por fin ponga fin al "monopolio del Estado''
sobre las lecturas de la realidad.
No sé qué opinará en este
punto Robert Ménard, Secretario General
de los RSF. Ésta es sólo mi tétrica
tesis, acaso más rabiosa que radical.
Y, por favor, se permiten los comentarios: ¡el
autismo también aburre!
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