PRENSA INTERNACIONAL
Junio 28, 2004
 

Kerry debe leer a Clinton para saber cómo lidiar con Castro

Carlos Alberto Montaner, El Nuevo Herald. 27 de junio de 2004.

El mismo día en que aparecía la autobiografía de Bill Clinton, Fidel Castro leía públicamente en La Habana una ''epístola'' al presidente Bush. En su carta, el comandante volvió a amenazar a Estados Unidos con un nuevo éxodo incontrolado como los que desatara en 1964, 1980 y 1994, subrayando implícitamente que un incidente de esa naturaleza podía costarles las elecciones a los republicanos.

¿Qué relación tienen estos hechos aparentemente tan dispares? Muy sencillo: en su libro, Bill Clinton, sin proponérselo, ofrece un curso rápido sobre cómo enfrentarse al incómodo vecino caribeño cada vez que provoque una crisis. La media docena de menciones de Castro y de sus incesantes conflictos que hace el ex presidente norteamericano, la dedica a subrayar la necesidad de siempre responderle con firmeza.

Para Clinton es obvio que la derrota de Carter en 1980, y su propia derrota en esas elecciones, en las que no logró hacerse reelegir como gobernador de Arkansas, en buena medida se debió a la imagen de debilidad que transmitió Jimmy Carter durante la crisis de Mariel, cuando Castro lanzó sobre el sur de la Florida 120,000 refugiados, entre los que colocó una cantidad notable de criminales violentos y locos sacados de las cárceles y de los manicomios. Unos veinte mil de esos refugiados fueron a parar a la base militar de Fort Chafee en Arkansas, donde se amotinaron. En 1994, cuando Castro volvió a repetir su agresión, Clinton le transmitió un mensaje amenazador muy claro: ''Ya yo perdí una elección por esto y no voy a perder la segunda''. El dictador detuvo el éxodo.

El portador del mensaje fue Gabriel García Márquez, amigo personal de Fidel Castro y el escritor contemporáneo más admirado por Clinton. Durante una cena celebrada en la casa del novelista William Styron, García Márquez le pidió el levantamiento del embargo comercial a Cuba, y Clinton le respondió que sólo lo haría como respuesta a una evolución hacia la libertad y la democracia en la isla. García Márquez, pues, no regresó a La Habana con buenas noticias para el dictador, sino con una sombría advertencia.

Dos años más tarde, en febrero de 1996, Clinton demostró que hablaba en serio. En efecto, tras el asesinato de cuatro jóvenes pilotos civiles cubanoamericanos ejecutados por la fuerza aérea de Castro mediante el derribo en aguas internacionales de dos avionetas desarmadas de Hermanos al Rescate, una organización humanitaria de exiliados dedicada al auxilio de náufragos y balseros, el presidente norteamericano firmó la ley Helms-Burton y tomó otras medidas administrativas que afectaban severamente al gobierno de La Habana. El mensaje era muy claro: toda acción brutal, toda agresión, recibiría un castigo. Castro entendió la lección, y durante el segundo periodo de Clinton se comportó prudentemente, y hasta se excusó en privado del incidente de las avionetas, explicando que había sido un trágico error.

John Kerry haría bien en leer cuidadosamente las memorias de Clinton. Hoy el candidato demócrata tiene posibilidades de ganar las elecciones, y es muy probable que quien habite en la Casa Blanca entre el 2005 y el 2009 deba enfrentarse con la muerte de Castro y el inicio de la transición en Cuba. Si es Kerry, haría bien en revocar algunas de las medidas erróneas últimamente dictadas por Bush, como las limitaciones a los viajes de los exiliados o al envío de remesas a sus familiares o amigos en Cuba, pero sin eliminar las presiones económicas al gobierno de Castro o las transmisiones de Radio y TV Martí, que deben ser potenciadas, la defensa de los derechos humanos de los cubanos, la solidaridad con los disidentes de la oposición interna y externa, y el mantenimiento de una intensa presión política y diplomática internacional sobre la última dictadura comunista que existe en Occidente.

Ya Kerry cometió un lamentable error, señalado por David Brooks en el New York Times, cuando en una entrevista con Andrés Oppenheimer dio muestras de una cierta debilidad frente a Castro y criticó severamente a Oswaldo Payá, un disidente cristiano que busca poner fin a la dictadura por medio de una consulta electoral, como ha sucedido en casi todos los países europeos que consiguieron liquidar las tiranías comunistas y establecer regímenes democráticos. Algo realmente inconcebible, tratándose de una persona a la que el Parlamento Europeo le otorgó el premio Sajarov por su lucha ejemplar, y a la que el National Democratic Institute, la gran fundación del partido del senador Kerry, le entregó recientemente un galardón similar.

Como el presidente Clinton sostenía, y como cree el actual presidente Bush, los intereses y los ideales de Estados Unidos y de Cuba --perfectamente compatibles-- sólo pueden ser satisfechos cuando en esa isla exista una democracia respetuosa de las libertades, cuya organización social, política y económica sea capaz de ofrecer esperanzas a sus ciudadanos, para que no tengan que lanzarse al mar en busca de un futuro digno. La historia ha demostrado que eso sólo se logrará con firmeza.

© Firmas Press

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