PRENSA INTERNACIONAL
Junio 25, 2004
 

Veinticinco aņos de viajes y remesas

Benigno Nieto, El Nuevo Herald, 25 de junio de 2004.

En los sesenta, Castro le juró al exilio una condena eterna: ''Jamás volverán a pisar el suelo sagrado de la patria''. Pasaron los años, y en nuestros exilios dudábamos si jamás volveríamos a ver a nuestros seres queridos en Cuba. El comunismo avanzaba, parecía invencible. De súbito, en 1978, presionado por el fracaso económico, Castro inventó los viajes de ''la comunidad''. Entre perplejos y felices los exiliados iniciaron sus viajes de regreso. ¿Qué encontramos en Cuba? El dolor de ver al país en ruinas, y la felicidad de abrazar a nuestros seres queridos. En los aeropuertos, castristas desconfiados y rencorosos registraban nuestras maletas repletas de regalos para la familia. Les irritaba nuestro regreso triunfal, los regalos y los dólares. Al salir, una multitud de compatriotas nos contemplaba con extrañeza y un brillo de envidia. Eramos los gusanos desterrados que regresábamos del imperialismo perverso convertidos en diplomáticos del dólar. La emoción mayor era el reencuentro con nuestras familias. Hay un cuento de Carlos Victoria: Ana vuelve a Concordia, que retrata magistralmente aquel instante único.

En Santiago encontré las casas corroídas, las fachadas apuntaladas para que no se derrumbaran. Cuba en ruinas, pero sobraban carteles con consignas ominosas que proclamaban la guerra, la victoria, la invencibilidad de la revolución y el servilismo al comandante. Un economista del partido, que vino a visitarme de noche, me contó que para justificar el regreso de ''la comunidad'' en el extranjero, Fidel les había enviado un video a los dirigentes de las provincias donde explicaba que la revolución necesitaba cien millones de dólares, urgentemente. "Lo increíble fue que, en meses, recolectamos 700 millones. ¡Jamás imaginamos que el exilio tuviese tanto dinero!''.

La presencia de ''la comunidad'' provocó un descalabro moral al castrismo. La condena al exilio eterno de Castro, una maldición simbólica de raíces bíblicas, terminó en un burdo engaño. ''Los gusanos'' volvían triunfadores y radiantes, se hospedaban en hoteles para extranjeros, gozaban de privilegios como comprar en diplotiendas, alquilar autos, etc. Volvíamos convertidos en hombres libres, razonablemente felices y prósperos. El rebaño revolucionario nos contemplaba entre atónitos y envidiosos. Una noticia humorística recorrió la isla: ''Los gusanos se han convertido en mariposas''. El contraste entre nuestra libertad y la esclavitud que ellos padecían resultó demoledor. Meses después estalló el descontento: miles de cubanos asaltaron la embajada del Perú. La rebelión en la granja sorprendió al patrón que se creía amado por sus siervos. Enfurecido, ordenó que podían marcharse los que quisieran. Pero calculó mal, se produjo una estampida que no imaginaba. El éxodo masivo del Mariel era una derrota brutal. Castro contraatacó, calificó de ''escoria'', de ''lumpen'' a los que huían de su finca. Para justificar estas acusaciones, liberó a los asesinos de las cárceles, a locos de Mazorra, y los mezcló con las familias que escapaban. Creó ''las brigadas de respuesta rápida'' y los monstruosos ''actos de repudio''. Acciones calculadas diabólicamente para amedrentar a los indecisos, y para que sus capataces pudieran descargar su odio y su crueldad contra los cimarrones en fuga.

Aun así, Castro no pudo evitar el daño: ''los viajes de la comunidad'', abrieron los ojos a una parte del pueblo. El imperio de sus mentiras se resquebrajó. Escritores que aún vivían atrapados en las consignas del credo, se horrorizaron. Hay fronteras donde el hombre decente se detiene, y retrocede. Los actos de repudio mostraron, de manera inequívoca, la profunda perversión del totalitarismo. César Leante, un intelectual, confesó que fue su punto de ruptura. Leante se asiló en España; en castigo por su deserción, durante ocho años el régimen mantuvo como rehenes a su esposa y sus dos hijos. Menciono un caso, entre miles.

Han pasado 25 años de viajes y remesas. Podemos, pues, sacar un balance. Lo positivo, primero: las familias se han reencontrado y reunificado. Una parte de los disidentes encarcelados, los más lúcidos y pudorosos, empezaron a deslindarse del régimen por aquella época. El exilio ha apoyado a estos disidentes y periodistas. Otros focos de resistencia florecen hoy en la isla. Existe hoy una comunicación permanente que permite denunciar los atropellos, las corruptelas y torturas. Cada día, el periodismo independiente arriesga su vida en informarlo. En lo negativo: la represión no ha disminuido. En 25 años, Castro ha recibido alrededor de $30 mil millones del exilio. Según la OIM, sólo en el 2003 los cubanos enviaron mil doscientos millones en remesas, y pudo recibir otro 30% adicional que no declaran los visitantes. Son sumas sustanciales para una economía en bancarrota. Esto explica el disgusto de Castro y la rápida concentración de un millón en el Malecón de La Habana, para protestar ante la oficina de intereses de EEUU. Para colmo, esta mala bestia que dividió con odio y saña a las familias, y secuestró a esposas e hijos, sale ahora hipócritamente en su defensa.

Pero su peor fruto es el envilecimiento de ese rebaño dócil que lo acompaña y aplaude. Desfilan, obligados o no, junto al patrón que los explota, llevando tenis comprados con dólares del exilio. Han perdido la moral y la dignidad. Cuando se ganan las rifas de visas, ese día entregan el carnet del partido. Luego, en Miami, reniegan del trabajo duro y afirman que en Cuba vivían mejor, con los dólares que les mandaban. Salvando las madres, los ancianos y los perseguidos, el resto son como sanguijuelas. No les duele que sus hermanos, hijas o abuelitas se revienten trabajando en las factorías de Hialeah para enviarles los fulas salvadores.

Todo esto es triste. Ojalá fuera mentira. Cada mañana me avergüenzo al recordar que hay centenares de presos en Cuba y sigue la fiesta de los dólares y los viajecitos, y el patrón desfilando con su rebaño de ovejas.

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