PRENSA INTERNACIONAL
Junio 22, 2004
 

Iglesia y cambio en Cuba

Eduardo M. Barrios, S.J., El Nuevo Herald, 22 de junio de 2004.

Existe un amplio consenso sobre la urgencia de un cambio en Cuba. El experimento socialista ya cumplió 45 años, tiempo suficiente para una evaluación definitiva. Esta arroja que se impone un cambio de rumbo. Esa necesidad la perciben los cubanos que viven en el exterior y mucho más los que viven en la isla, perdón, el archipiélago. Incluso dentro del gobierno cubano hay funcionarios deseándolo... a medias. Podrían calificarse de ''criptodisidentes''. No externan su parecer, pues tienen mucho que perder: mansiones de l'ancien régime disfrutadas por ''sacrificios protocolarios'', automóviles enchoferados, dieta por encima del chícharo y del picadillo de soya, viajes al extranjero, y muchos beneficios más.

Pero ¿cómo propiciar el cambio?

La triste experiencia de las guerras inclina a las mayorías a promover una transformación socio-político-económica por la vía pacífica.

Entre los exiliados de la primera hora, los que se autobautizan como ''exilio histórico'', prevalece la opción por las presiones económicas, es decir, por endurecer el embargo. Piensan que el pueblo hambriento se lanzaría a la calle y derrocaría al gobierno a mano limpia. Parecen de-

sear también un cambio instantáneo hacia el sistema democrático. Aspiran a que Cuba se convierta de la noche a la mañana en un país políticamente modélico.

Los que se exiliaron a partir del éxodo marielita califican a los que escaparon temprano como ''exilio histérico'', mientras que ellos a su vez reciben el sobrenombre de ''dialogueros'' u otros términos por el estilo.

Hay, por tanto, marcadas diferencias entre los dos grupos. Los pertenecientes al primero no tienen ya familiares cercanos en Cuba, gozan de una posición económica tan holgada que les permite contribuir a las campañas políticas republicanas o demócratas con pingües donativos y, además, poseen la ciudadanía norteamericana, la cual se traduce en derecho al voto. Entre los llegados al exilio más recientemente muchos carecen todavía de la ciudadanía y pertenecen a un nivel socioeconómico más bajo. Tampoco tienen una visión tan satanizada del régimen cubano. Saben que Cuba es un país tranquilo (en la superficie), al que se puede ir de visita sin sufrir represalias. Viajan a la Perla de las Antillas no por turistear, sino por llevar ayuda humanitaria a sus familias. Ellos creen que los contactos entre los cubanos de dentro y de fuera crean un ambiente favorable para diseñar una nueva Cuba. Piensan, además, que cuatro décadas bajo un régimen socialista dejan huellas profundas en la psicología de un pueblo. Aceptarían una metamorfosis gradual hacia la democracia.

Entre los que viajan a Cuba prevalece el sentir de que todo recrudecimiento del embargo beneficia políticamente al régimen, pues convierte el embargo,

que la oficialidad llama ''bloqueo'', en el culpable

de las penurias de los cubanos. Los viajeros han podido constatar que al país llegan productos de Brasil, México, España, Chile, República Dominicana, Italia, Canadá y de otros muchos lugares. El embargo norteamericano pesa poco en la práctica. Lo que sí pesa es la inhabilidad del socialismo para generar riquezas exportables que a su vez posibiliten las importaciones.

Posición de la Iglesia (por Iglesia entendemos aquí la Iglesia Católica en los Estados Unidos. Más aún, sólo nos referimos a la jerarquía eclesiástica).

El pasado 21 de mayo, el presidente de la Conferencia Episcopal Católica de este país, monseñor Wilton Gregory, hizo pública una carta dirigida al presidente George Bush. El prelado comparte con la administración del Presidente ''el fuerte deseo y la determinación de lograr la libertad plena del pueblo cubano, especialmente en el campo de los derechos humanos y de la libertad religiosa''. Monseñor Gregory añade: ''Los obispos norteamericanos hemos denunciado enérgicamente la represión que el gobierno cubano desató contra los promotores de los derechos humanos en marzo y abril del 2003 y lo seguimos haciendo''. Continúa la carta: "Por mucho tiempo el pueblo cubano ha sufrido excesivos controles sociales, políticos y económicos, los cuales han causado que un elevado número de cubanos hayan emigrado en pos de libertad. Apreciamos la atención que la comisión gubernamental norteamericana presta a tales injusticias tan cercanas a nuestras fronteras''.

Ahora bien, a la hora de señalar hacia el método para llegar a la meta de una Cuba nueva, el obispo se distancia de la posición del Presidente de la Unión: "La meta se alcanzará mejor si aumentan los contactos entre

los pueblos norteamericano y cubano, no restrin-

giéndolos''.

De modo que la Iglesia aquí no apoya que se promueva la causa de una Cuba libre mediante el aislamiento y el estrangulamiento económico.

ebarriossj@aol.com

El autor es un sacerdote jesuita.

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