Reagan y la disidencia cubana
Adolfo Rivero Caro, El
Nuevo Herald, 12 de junio de 2004.
Ronald Reagan ha muerto y la disidencia cubana
despide al más fiel de sus amigos. El calibre
de un dirigente se mide por la magnitud de los
problemas que tiene que enfrentar. Es por eso
que Woodrow Wilson y F.D. Roosevelt están
junto con Abraham Lincoln, que tuvo que afrontar
el más difícil de todos los retos:
la guerra civil norteamericana. Ronald Reagan
pertenece a ese grupo selecto.
Reagan llegó a la presidencia en medio
de un profunda recesión económica.
En 1979-80, la inflación llegaba al 12%
anual y la tasa de interés al 21%, la más
alta desde la Guerra de Secesión. El crecimiento
estaba estancado y la productividad, disminuyendo.
Reagan impulsó una vigorosa expansión
económica que básicamente se ha
prolongado hasta nuestros días. No sólo
eso. El comunismo parecía una fuerza incontenible.
Tras el bochorno de los rehenes norteamericanos
en Irán, el prestigio internacional de
Estados Unidos estaba en su punto más bajo.
Reagan cambió radicalmente esa situación
al conseguir, tras duros combates y en medio de
una feroz oposición interna, el triunfo
de EEUU en la guerra fría.
El presidente número 40 de la nación
era considerado por los ''liberales'' americanos
como una amable nulidad. Era, en realidad, un
hombre de férreos principios burlonamente
indiferente a las opiniones de la intelectualidad
y la gran prensa de Estados Unidos. Profundamente
religioso, creía que Dios había
hecho libres a los hombres, y que nadie podía
quitarles ese derecho. La libertad era un bien
sagrado por el que merecía la pena luchar,
y morir. De ahí su irreductible oposición
a considerar la existencia del campo socialista
como parte del orden natural de las cosas. La
opresión del hombre no podía formar
parte de ese orden. El campo socialista era un
''imperio del mal'' y, por consiguiente, existía
el imperativo moral de combatirlo.
Su gobierno empezó una enérgica
contraofensiva que, entre otras medidas, dio apoyo
militar y material a los movimientos que estaban
luchando contra las dictaduras sostenidas por
los soviéticos. Tal fue el caso de las
guerrillas anticomunistas en Afganistán,
Camboya, Angola y Nicaragua. En 1983, tropas norteamericanas
liberaron Granada, derrocando al gobierno marxista
y propiciando elecciones libres. Para los cubanos,
la primera demostración práctica
de la nueva política de EEUU fue la creación
de Radio y TV Martí. Por primera vez, gracias
a Reagan, la oposición cubana dentro de
la isla adquiría voz y podía hacerse
escuchar.
A mediados de 1985, tras la creación de
Radio Martí, que se había vuelto
enormemente popular, Ricardo Bofill le escribió
al presidente Reagan, a nombre del Comité
Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH), felicitándolo
por esa iniciativa. En la carta le decíamos
que la dictadura de Fidel Castro formaba parte
de lo que él había calificado como
''el imperio del mal''. Bofill le pidió
que Estados Unidos llevara las denuncias de las
violaciones de derechos humanos en Cuba ante la
Comisión de Derechos Humanos de Naciones
Unidas en Ginebra. Hasta ese momento, las violaciones
de los derechos humanos de la dictadura castrista
nunca habían sido escuchadas en Ginebra.
Para enorme sorpresa de todos, un funcionario
de la Sección de Intereses en La Habana
le hizo llegar una respuesta de Reagan. El Presidente
de EEUU reafirmaba personalmente su solidaridad
con todos los que sufrían los efectos de
la opresión comunista. Bofill hizo pública
la carta, llevándola a las embajadas y
agencias de prensa extranjeras en La Habana.
Bofill fue a visitar la embajada de Francia en
1986 para denunciar el recrudecimiento de la represión
pero, al ver que la seguridad había rodeado
la embajada, decidió solicitar asilo político.
Casi inmediatamente, toda el movimiento disidente
de la isla fue a dar a Villa Marista. Es decir,
Elizardo Sánchez, Enrique Hernández,
Samuel Martínez Lara, Eddy López
Castillo y yo. Seis (largos) meses después,
la intervención personal del presidente
Mitterand hizo posible que Bofill pudiera salir
de la embajada francesa sin ser detenido. Y, por
supuesto, pocos días más tarde,
los restantes miembros del CCPDH pudimos salir
de las tapiadas de Villa. No lo sabíamos
entonces, pero empezaba un impetuoso crecimiento
de la disidencia cubana, que no se ha detenido
hasta el día de hoy. Recuerdo que cuando
llegué a Altamira, el modesto bar restaurante
que había frente a mi casa, el mulato cantinero
me puso un trago, gratis y sin comentarios. Al
poco rato vi pasar a Carlos Jesús Menéndez,
el primer rostro amigo en seis meses. Poco después,
nervioso y sin saber qué esperar, me fui
a ver a Adriana.
Aproximadamente por aquella época, Maureen,
la hija de Reagan, había leído Contra
toda esperanza, la formidable denuncia de Armando
Valladares, y le había hablado a su padre
sobre el impacto que le había hecho el
libro. El Presidente se interesó en conocer
a Valladares. La reunión se produjo y en
1987 el Presidente decidió nombrarlo embajador
de EEUU ante la Comisión de Derechos Humanos
de Naciones Unidas. Es obvio que el azar jugó
un papel pero sin su interés personal por
el caso cubano, el comentario de su hija hubiera
podido pasar inadvertido. No fue así. Y
el nombramiento de Valladares puso a un apasionado
luchador anticastrista en el centro mismo de la
lucha por los derechos humanos.
En 1988, Valladares, como embajador de EEUU y
esgrimiendo las denuncias que mandábamos
de Cuba, hizo una enérgica condena de la
situación de los derechos humanos en la
isla, consiguiendo que se le pidiera al gobierno
cubano recibir a una comisión especial
para investigar la situación. La comisión,
entre cuyos miembros había un embajador
de la Bulgaria comunista, llegó a Cuba
en septiembre de 1988. Hospedada en el Hotel Comodoro,
recibió a 1,500 testigos, increíblemente
movilizados por el CCPDH, que dejaron constancia,
por escrito, de las violaciones a los derechos
humanos en la isla. El impacto sobre la comisión
fue abrumador. Sus miembros redactaron un informe
de 400 páginas que Valladares presentó
al año siguiente en Ginebra. Su resultado
fue la primera condena al gobierno cubano por
violación a los derechos humanos. Esas
condenas han continuado hasta el día de
hoy.
En noviembre de 1988, a su llegada al exilio,
Bofill fue invitado a la Casa Blanca para entrevistarse
con el presidente Reagan. ''Una reunión
inolvidable'', comentó. Cómo no
lo iba a ser. El presidente Reagan será
siempre un personaje inolvidable en la historia
de la disidencia cubana.
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