Un reto para la Iglesia
La Iglesia Católica
ha expresado su voluntad de mediar en un diálogo
nacional, afirma el padre José Conrado
Rodríguez, en entrevista para 'Encuentro
en la Red'.
Jorge Salcedo, Cambridge. Encuentro
en La Red.
"Adondequiera que va el Papa, realiza actividades
muy importantes. Pero ninguna lo es tanto como
la celebración de la misa. Yo también
quiero celebrar la misa con ustedes". Son
las 9:15 p.m. Sobre la mesa de la sala, el padre
José Conrado ha dispuesto el pan y el vino
como lo hará habitualmente en su parroquia
santiaguera de Santa Teresita de Jesús.
La habitación está repleta y algunos
han decidido tomar asiento en el piso. Hay un
senador a mis pies. También hay periodistas,
académicos, jueces, comerciantes, estudiantes
y unos cuantos anónimos parroquianos de
Cambridge -católicos, protestantes, judíos,
agnósticos y ateos- que hemos venido a
esta cena que se celebra en su honor. "Sea
breve, padre", ruega la anfitriona. "La
misa dura lo que dura la misa", responde
él.
A las 11 de la noche consigo su atención.
Su estilo llano y alegre -"Alegre es mi segundo
apellido"- facilita el intercambio. Mañana,
a primera hora, tendrá lugar esta entrevista.
Tras la visita del Papa en 1998, aumentó
el número de cubanos que se acercó
a la Iglesia Católica. ¿Fue éste
un fenómeno momentáneo o ha sido
un proceso sostenido?
Inmediatamente después de la visita del
Papa, sí se notó el aumento de personas
que iban a la iglesia. También hubo una
mayor receptividad de la gente a la labor realizada
por la Iglesia en la preparación de la
visita, que fue realmente extraordinaria. Pero
en el pueblo de Cuba hay como un cansancio, un
cansancio que alcanza inclusive a comunidades
de creyentes muy vivas, a personas muy comprometidas,
muy fieles, que han sido fieles en las circunstancias
más difíciles. Y todavía
hay miedo. Y estos dos factores, más 45
años de ateísmo militante, han creado
en muchas personas una falta de fe, de no creer
en nada ni en nadie.
A veces no es ausencia de fe religiosa, sino
ausencia de fe. Ausencia de esperanza, algo que
afecta psicológicamente. Para muchos, la
única esperanza es irse del país;
cosa que a mí me entristece mucho porque,
de hecho, Cuba está sufriendo una sangría
enorme. La gente joven, mucha gente valiosa, se
va del país porque no encuentra futuro
en Cuba, piensa que en Cuba no hay futuro, y por
lo tanto se va. No encuentran solución
para sus problemas económicos, no encuentran
solución para sus problemas espirituales,
se sienten presionados, se sienten frustrados.
Cuba es un país que tiene un techo muy
bajo.
¿Cuál es el papel social de la
Iglesia en la Cuba de 2004?
La Iglesia cada vez gana más conciencia
de esa responsabilidad que tiene de, en una situación
de tanta miseria, de tanta carencia, ser un canal
para ayudar a la gente a resolver sus problemas.
Te voy a hablar de mi parroquia. En mi parroquia
tenemos un grupo de atención a los niños
-siempre digo niños, aunque algunos tienen
30 ó 40 años- con síndrome
de Down. Es un grupo de alrededor de 40 niños.
Ayudamos a las familias a entender cómo
cuidar a sus hijos, a planear actividades, como,
por ejemplo, cantar, de modo que los niños
puedan socializar. También trabajamos con
los niños incapacitados físicos.
Tenemos un grupo de alcohólicos anónimos.
Tenemos alrededor de 400 ancianos a los que ayudamos
cuando podemos; a veces les llevamos jabón,
a veces les llevamos leche en polvo, o algo de
ropa si la conseguimos, porque tenemos también
un grupo de señoras que se dedican a hacer
batas de casa y pijamas para los ancianos enfermos,
sobre todo aquellos que están en la mayor
necesidad.
Desde hace dos años, gracias también
a la ayuda de nuestros hermanos del exilio, hemos
podido mantener un ajiaco. Tenemos una sola olla,
un sólo fogón. Tratamos de que ese
ajiaco tenga carne de cerdo o carne de ovejo,
viandas, verduras, espinacas, en fin
tratamos
de hacer un ajiaco sustancioso, y se lo damos
a unas 300 personas. Cada día lo reciben
100 ancianos, de modo que cada uno lo recibe dos
veces a la semana.
Pero la Iglesia Católica es, prácticamente,
la única organización independiente
de la sociedad civil cubana con una presencia
institucional. Más allá de su labor
esencial evangelizadora y asistencial, ¿cómo
asume la Iglesia esta posición única
en la sociedad cubana?
La Iglesia, a lo largo de los últimos
años, ha ido creciendo también en
la conciencia de su papel como maestra, en el
sentido de fuente de sensibilización, de
formación humana, de formación cívica.
Quizás el caso paradigmático sea
el del Centro Cívico Religioso de Pinar
del Río. Pero esto de alguna manera también
está haciéndose en las otras diócesis.
La Iglesia realiza una labor de iluminación
de las conciencias. Lo hacemos, por supuesto,
en las homilías de los domingos, pero también
se ha promovido la presencia de la Iglesia en
el mundo de la prensa. Una prensa realizada con
medios muy humildes, revistas, algunas con la
calidad de Vitral,otras más modestas; pero,
ciertamente, la Iglesia está consciente
de que en este sentido tiene una misión
que realizar.
Las semanas sociales, que se hacen todos los
años; las semanas de estudios históricos,
que se hacen cada dos años; congresos que
se realizan con temas específicos, como
el tema de Dios en la sociedad o el tema de la
familia. El congreso sobre la familia se celebró
recientemente en La Habana, anteriormente en Holguín.
Todo esto nos muestra que la Iglesia está
preocupada por la situación del país
y está comprometida en ayudar a la gente
a asumir sus responsabilidades y a formarse para
hacer frente a esas responsabilidades. Por lo
tanto, la Iglesia, cada vez más tiene una
presencia en el mundo de la cultura, en el mundo
de la familia, en el mundo de la sociedad.
¿Cae la defensa de los derechos humanos
dentro de la misión social de la Iglesia?
Por supuesto. La única voz que se ha levantado
aquí para defender a los prisioneros de
conciencia, me decía la esposa de uno de
los 75 encarcelados hace un año, ha sido
la de la Iglesia Católica. Y no sólo
eso. Estas personas están recibiendo ayuda
continua de la Iglesia. Usted sabe que se ha puesto
a los presos muy lejos de sus hogares. Las familias
tienen que trasladarse en viajes de mil kilómetros,
a veces más, desde Guantánamo a
Pinar del Río, desde La Habana a Santiago
de Cuba, y la Iglesia ha dado alojamiento, apoyo,
a veces para trasladar a estas familias, ayudarlos
con comida, en fin
Y la esposa de este prisionero, que para en mi
casa cuando va a ver a su esposo, que está
en Guantánamo -ella vive en La Habana-,
me decía: 'la única institución
en el país que nos ayuda es la Iglesia'.
Nosotros sentimos que tenemos esta responsabilidad.
Pero la Iglesia no sólo trabaja con los
presos de conciencia. Tenemos un trabajo muy fuerte
con los presos comunes.
En mi parroquia, por ejemplo, tenemos un programa
de atención para las ex presas, personas
que salen de la cárcel con muchas heridas.
Las ayudamos psicológicamente. Tenemos
un centro para que aprendan computación,
para que aprendan cómo defenderse en la
vida. Y tenemos un programa para que estas personas
que no encuentran trabajo al salir de la cárcel
-en su mayoría madres de familia que no
tienen cómo mantener a sus hijos- puedan
hacer trabajos manuales, peluquería y cosas
así, en los locales de la Iglesia, tener
un trabajo honrado, rehacer sus vidas.
La Iglesia Católica ha tenido una vocación
mediadora en los conflictos sociales. Usted, personalmente,
solicitó al gobernante cubano un diálogo
nacional en 1994. ¿Quiere y puede la Iglesia
jugar este papel mediador entre las partes encontradas
de la nación cubana?
Esta voluntad de la Iglesia, en cuanto al diálogo
nacional, está expresada desde hace no
menos de veinte años. Desde las primeras
cartas pastorales que se hicieron a raíz
del año setenta, que fue la primera, una
y otra vez, sobre todo a medida que se ha ido
agravando la situación de la convivencia
social, del respeto a las libertades, y al mismo
tiempo creciendo la conciencia -por lo menos en
una parte de la población cubana-, de que
ellos necesitan un espacio social y político,
que ellos quieren ser protagonistas de sus vidas,
como dijera el Papa cuando estuvo en Cuba, que
ellos quieren vivir siendo ellos mismos, no que
les digan lo que tienen que hacer, lo que tienen
que pensar
La Iglesia ha expresado su voluntad muy clara
de ayudar y de mediar en un diálogo nacional.
Pudiera parecer un poco arrogante decirlo, pero
creo que para todo el mundo está claro
que la Iglesia Católica es la institución
más preparada para ayudar en este sentido.
El problema en Cuba es que una parte de los grupos
implicados en la situación, y me refiero
claramente al gobierno, no quiere el diálogo,
no acepta el diálogo.
En Cuba vivimos bajo el signo del monólogo.
Por lo tanto, la Iglesia, aunque tiene esta voluntad
e insistentemente ha invitado al diálogo,
ha encontrado la callada por respuesta. Hay un
dicho que dice que dos no se fajan si uno no quiere.
Lo mismo sirve para el diálogo. Dos no
dialogan si uno no quiere. Yo diría que
hay un paso más allá de este diálogo
nacional, y es: ¿qué pasaría
si la Iglesia iniciara un diálogo entre
los grupos políticos, religiosos, culturales,
fraternales, que no pasara por el gobierno?
Y cuando digo grupos, no sólo hablo de
cubanos que están dentro de la Isla, sino
también de cubanos que están en
el exilio. Esto sería un reto para la Iglesia.
Porque el gobierno lo podría interpretar
como una agresión a su poder absoluto.
En realidad, cuando uno va al diálogo,
precisamente porque va al diálogo, renuncia
a la fuerza, no agrede. Los que agreden son aquellos
que no permiten que los problemas se solucionen
con el concurso de todas las partes.
La reacción oficial a ese diálogo
vendría, me parece, en forma de acusación:
"La Iglesia se está metiendo en política".
La Iglesia es una parte de la sociedad, porque
somos parte de la sociedad cubana, una parte cualificada
de la sociedad, porque está estructuralmente
organizada dentro y fuera del país, una
parte que tiene una larga presencia en la vida
nacional, desde hace cinco siglos, los cinco siglos
de historia del pueblo cubano, y con una participación
en ella muy concreta.
Cuando uno piensa, por ejemplo, en la labor que
realizó Enrique Pérez Serantes a
raíz del asalto al cuartel Moncada, cuando
con su intervención salvó la vida
de los sobrevivientes del asalto, uno dice, bueno,
ciertamente, esto es algo muy en la esencia misma
de lo que es la labor social de la Iglesia. Y
esto no significa que la Iglesia se meta en política,
porque lo que está en juego aquí
es más que la política, que es sólo
un sector de la vida social; lo que está
en juego aquí es la vida misma, la vida
en dignidad.
Pero enfoquemos el diálogo nacional desde
la oficialidad. Si yo tengo el poder absoluto,
si me afectan poco las medidas de presión
externa y los moderados actos de rebeldía
interna, ¿qué incentivo tengo para
dialogar? Concretamente, ¿qué puedo
ganar yo en ese diálogo?
Esta pregunta es importante, pero parte de premisas
equivocadas. Si planteas el diálogo, su
conveniencia o condiciones de posibilidad, desde
un poder absoluto, desde los intereses de un poder
que sólo pretende auto-perpetuarse, no
puedes comprender su exigencia. El diálogo
parte de premisas éticas a las que no podemos
renunciar. Esas premisas son las de una vida digna,
plenamente humana. Es la vida en libertad.
Si algo define la "humanitas", la esencia
de lo humano, es la libertad, la capacidad de
autodeterminación, de ser responsable de
tus actos y de poder hacer con tu vida lo que
tú mismo determines. Ese respeto a la libertad
propia y ajena es una condición para la
paz, como intuyó Benito Juárez al
decir "el respeto al derecho ajeno es la
paz".
Por eso, el diálogo forma parte esencial
de la "vida justa", de la vida que deseo
vivir porque es buena. Es una cuestión
ética. Cuando el gobierno cubano se niega
a dialogar, está traicionando la esencia
misma del poder que ostenta, que es servir al
bien común de todo el pueblo cubano. Un
gobierno que no sirve a los intereses del bien
común, que no sirve a los intereses de
los ciudadanos que representa y a cuyo servicio
está, es un gobierno ilegítimo y
deslegitimizado. Porque el gobierno no es un fin
en sí mismo, es un medio. Él tiene
un fin, servir a la libertad y al bienestar de
todos los ciudadanos. Si no lo hace, traiciona
su razón de ser.
El gobierno de Cuba debe mirar el diálogo
con la sociedad cubana como un imperativo moral.
Los distintos grupos, iglesias, asociaciones,
individuos, de dentro y de fuera, cuando exigen
el diálogo, deben hacerlo como un imperativo
moral: al reclamar el diálogo, reivindican
su propia dignidad, rescatan su humanidad no respetada
y crecen en libertad y responsabilidad.
Con el diálogo, todos ganamos. Incluido
el gobierno, aunque pierda ese poder absoluto
que lo invalida para servir, porque ese poder
que aplasta, que se tiene que imponer no por las
razones sino por las acciones, es un poder destructivo.
Cuando yo quiero ilustrar la maldad de ese poder,
retomo el cuento del rey Midas. El rey Midas todo
lo que tocaba lo convertía en oro: una
flor, su perro, hasta su propia hija
El
oro es valioso, pero no más que una hija
que te ama, que te acaricia y puede besarte, hablarte
la maldad de ese poder absoluto está en
que destruye la vida, afecta a las conciencias,
entristece al ser humano, lo llena de frustración
y desesperanza.
Si el gobierno cubano fuera capaz de cambiar
hacia una actitud abierta, más respetuosa
de sus propios ciudadanos y sus intereses diversos,
ganaría en autoridad lo que perdería
en poder. Autoridad es poder espiritual, tiene
que ver con el respeto y la aceptación
libre y voluntaria, tiene que ver con la verdad,
con la justicia, con la igualdad, con una sociedad
capaz, de fraternidad y libertad, sin miedos y
con mayores posibilidades de ser feliz y de hacer
felices a las personas.
Dentro de la comunidad exiliada, la Iglesia ha
puesto un énfasis particular en la prédica
de la reconciliación. ¿Cuál
ha sido su experiencia con los cubanos que vivimos
fuera de Cuba?
Hablar de reconciliación a los cubanos
del exilio puede ser visto de dos maneras, cuando
la que habla de reconciliación es la Iglesia.
Una, como una pretensión inútil,
porque muchos cubanos se sienten en plena comunión
con el pueblo cubano en la Isla, y entonces se
ofenden si uno les dice que tienen que reconciliarse.
'Estamos reconciliados, ayudamos a nuestras familias,
mandamos remesas, ¿cómo nos pide
usted reconciliación
?'.
Otra parte dice, 'es imposible reconciliarnos
con el gobierno de Cuba, porque ese gobierno ha
sido la causa de que nosotros hayamos perdido
nuestra patria, nuestros bienes, nuestras vidas,
tal y como las queríamos vivir'. Sin embargo,
es una realidad que hay una ruptura, hay una situación
de división, de oposición, de lucha,
de parte de los comunistas cubanos y de parte
del exilio.
Por eso el problema pudiéramos plantearlo
de esta manera. En Cuba hay una inmensa mayoría
silente -yo escribí esto ya hace varios
años- y dos minorías vociferantes.
La inmensa mayoría silente es el pueblo
cubano, la inmensa mayoría del pueblo cubano
en la Isla y en el exilio, que quiere encontrar
el camino del futuro, que quiere normalizar la
situación del país, que quiere lograr
una Cuba con todos y para el bien de todos.
Hay dos minorías vociferantes, que son
el gobierno de Cuba, y ciertos elementos de Miami
que se dedican a sembrar una actitud que ellos
piensan que es patrióticamente combativa,
pero no se dan cuenta de que en el fondo excitan
los peores sentimientos que pueda haber en el
corazón del ser humano. Llega el momento
en que tiene que surgir una voz diferente, y poco
a poco va surgiendo, poco a poco se va manifestando
y se va organizando, una voz diferente que realmente
logre la aceptación del otro como distinto
y diferente.
En el ámbito de las relaciones Cuba-Estados
Unidos, la Iglesia ha abogado repetidamente por
el levantamiento del embargo. Los críticos
de la Iglesia han caracterizado esta posición
como un quid pro quo con el gobierno cubano para
facilitar la labor de la Iglesia en la Isla
La Iglesia se ha comprometido tan claramente
con la defensa de los derechos humanos en Cuba,
que acusarla de querer manipular estas cosas para
lograr privilegios no sólo es injusto,
sino totalmente falso. La Iglesia se opone al
embargo desde el principio de la legalidad. Ningún
gobierno debe usar ese acto de fuerza contra un
pueblo, porque los que sufren realmente no son
los gobernantes, son los pueblos.
Los gobernantes, los que tienen el poder, siguen
comiendo, siguen vistiendo, siguen viajando, tienen
todas las posibilidades, mientras que la gente
vive bajo un sufrimiento realmente espantoso,
como es la situación de Cuba. El principio
fundamental es no utilizar medidas de fuerza.
Sin embargo, no es menos cierto que cuando un
pueblo es rehén de un gobierno, de algún
modo hay que presionar a ese gobierno. No lo debe
hacer una sola nación. Eso debe ser obra
de muchas naciones, y siempre con el propósito
de buscar una salida, una solución al problema.
En documento de trabajo de 1997, los presbíteros
de Oriente diagnosticaron a la sociedad cubana
con el síndrome de la indefensión
aprendida, un caso extremo de postración
social en la que la gente deja de sentirse dueña
de su destino. Siete años después,
¿cómo ha evolucionado el paciente?
Las medidas coercitivas, tanto en el plano económico
como en el plano político y en el plano
del derecho a la información, el clima
de represión que se vive dentro de la Isla,
es mayor hoy. Por lo tanto, la indefensión
se ha agudizado. A mí a veces me da la
impresión de que en Cuba vivimos en un
estado catatónico. El enfermo catatónico
está paralizado, pero en un momento determinado
entra en una fase de agitación totalmente
descontrolada. Yo creo que ése es el caso
de Cuba en estos momentos.
Hay una parálisis social, y esto tiene
que ver con la indefensión, con la desesperanza.
Porque hay dos maneras de calificar este estado:
la indefensión aprendida o la desesperanza
inducida. Los dos términos iluminan nuestra
realidad desde distintas perspectivas. La situación
es de desesperanza inducida porque tiene un propósito,
logra un objetivo
Su prédica de la reconciliación
no parece estar reñida con un reconocimiento
de la falta de derechos fundamentales en Cuba.
¿Es la suya una posición marginal
dentro de la Iglesia?
Si repasaras las humildes páginas de las
revistas que mantiene la Iglesia hoy, en prácticamente
todas las diócesis, ibas a descubrir que
no hay una sola de estas revistas que no haya
salido a defender los derechos humanos y a criticar
su violación, a veces haciendo referencias
muy concretas, otras veces en un lenguaje más
abstracto.
Yo nunca me he sentido un francotirador. He estado
predicando por años las mismas cosas. Y
lo mismo pasa con todos los curas de Cuba. No
creo que el mío sea un caso aislado. Tal
vez sea un caso que, por circunstancias coyunturales,
ha salido a la palestra pública; y quizás
ha pesado en esto una cierta conciencia que tengo
de la responsabilidad que tenemos como Iglesia
con la verdad de lo que está pasando en
Cuba.
Hay una propaganda que presenta la vida del cubano
como si fuera el ideal de una vida justa, de una
sociedad que realiza o está realizando
todos los sueños que puede tener una persona.
Eso no es verdad. Y el no decirlo, el no hacerlo
saber a otros países, a otros pueblos que
puedan caer en la misma situación en la
que nosotros estamos y no queremos estar, a mí
me parece que es una responsabilidad.
¿Cómo se vive la doctrina de Jesús
fuera del ámbito de la Iglesia? ¿Se
puede llevar una vida cristiana en Cuba fuera
de los recintos de la Iglesia?
La vida cristiana no se realiza dentro de los
recintos de la Iglesia, porque la vida cristiana
es toda la vida. Es el compromiso con el pobre,
es la solidaridad con el que sufre, es crear el
ambiente de amor en la familia, es el respeto
por el otro. Es decir, que uno va a la Iglesia
a escuchar la palabra de Dios, a compartir la
fe con los hermanos, a recibir de los demás
y a dar a los demás las experiencias que
uno tiene de la presencia de Dios en su vida.
Pero la vida cristiana es la vida.
No hay vida cristiana y vida profana para un
cristiano. No hay vida cristiana cuando estoy
en la iglesia y vida profana cuando estoy en la
calle, o en la casa, en el trabajo, en la escuela.
La vida cristiana es vivir de manera diferente
a como puede vivir una persona que no tiene fe.
Todo eso es la vida cristiana. Y es para eso que
Jesucristo vino al mundo, para transformar la
existencia de las personas. La vida cristiana
se puede vivir en cualquier situación.
Por tres siglos, al comienzo del cristianismo,
los cristianos fueron echados a los leones. La
legión más grande de mártires
y de santos que tiene la Iglesia la hizo bajo
la opresión y la persecución del
imperio más poderoso de la antigüedad.
Por lo tanto, la vida cristiana se puede vivir
en cualquier circunstancia. Y en Cuba se está
viviendo. Y se está viviendo no sólo
en la Iglesia Católica, sino también
en otras comunidades hermanas, porque los hermanos
de otras comunidades y otras congregaciones cristianas,
y también de comunidades judías,
están viviendo un compromiso de fe, y están
teniendo presente en sus vidas al Dios en que
tú y yo creemos.
En abril de 2003 fueron condenados 75 disidentes
en Cuba. A usted parece haberle afectado mucho
este evento y se ha referido al mismo en dos homilías
de mi conocimiento. También realizó
un ayuno a favor de estos activistas e intentó
estar presente en sus juicios. ¿A qué
se debió su reacción?
Conozco personalmente a seis de estos prisioneros
de conciencia. Tres de ellos fueron feligreses
míos cuando fui párroco de Palma
Soriano. A dos de ellos los conocí desde
adolescentes, de jóvenes -son jóvenes
todavía, por supuesto-; es decir que, por
ocho años, el tiempo que fui párroco
de Palma Soriano, pude conocerlos profundamente.
A los tres de Palmarito, igual, los conocí
siendo párroco en Palma Soriano, y hemos
mantenido un profundo vínculo de amistad,
de cariño, de admiración profunda
de parte mía, porque estos jóvenes,
para mí, son una gloria de la patria.
En el Evangelio, cuando se nos habla de la resurrección
de Cristo, y en particular en el relato de los
discípulos de Emaús, hay una frase
que siempre me ha impresionado mucho. Y es cuando
Cristo, presente en aquel misterioso compañero
de camino, explica las escrituras a los dos discípulos
que salieron huyendo de Jerusalén entristecidos,
defraudados por la muerte de Jesús, y les
dice como resumen de la palabra de Dios: "el
Mesías tenía que padecer para entrar
a la gloria". Y esto es como un principio
de la vida. Hay personas que tienen que entregar
su vida para que otros tengan vida.
Y, para mí, estos hombres, estos amigos
míos, estos antiguos feligreses, lo que
han hecho es eso. Han arriesgado su tranquilidad
y la de sus familias, han comprometido su libertad,
yo diría que aun sus vidas, para defender
un ideal de justicia, de libertad, de paz, de
reconciliación. Porque son hombres pacíficos,
que jamás utilizaron las armas, que jamás
se lanzaron por el camino de la violencia. En
este sentido, yo creo que son un ejemplo de la
obligación que tenemos todos, jóvenes
y adultos, de defender nuestros derechos y el
derecho de los demás.
José Conrado: La libertad desde el púlpito
- "Hemos vivido en la mentira, engañando
y engañándonos. Hemos hecho el mal
y ese mal se ha volcado contra nosotros, sobre
nosotros. Todos somos responsables, pero nadie
lo es en mayor proporción que usted"
(Carta a Fidel Castro, 25 de marzo de 1995).
- "Tengo fe en que la larga noche de la Patria
terminará en un amanecer de libertad, justicia
y paz, y que ya desde ahora, el espíritu
evangélico del perdón y la reconciliación
hará posible el mañana que hoy nos
parece lejano y difícil" (Carta de
despedida de Palma Soriano, octubre de 1996).
- "
a lo largo y ancho de la Isla, se
ha estado juzgando a pacíficos defensores
de los derechos humanos (
) No podemos permanecer
indiferentes ante esta nueva 'pasión del
Señor' (
) Cada cual que ocupe su
puesto, al pie de la cruz, acompañando
a Cristo, ayudándolo a cargar la cruz,
o en el bando de los vociferantes y acusadores,
siempre dispuestos a emplear sus violentas espadas.
No hay opción. No nos han dejado opción.
O con Cristo o contra él" (Homilía
Quinto Domingo de Cuaresma, marzo de 2003).
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