PRENSA INTERNACIONAL
Junio 7, 2004
 

Un reto para la Iglesia

La Iglesia Católica ha expresado su voluntad de mediar en un diálogo nacional, afirma el padre José Conrado Rodríguez, en entrevista para 'Encuentro en la Red'.

Jorge Salcedo, Cambridge. Encuentro en La Red.

"Adondequiera que va el Papa, realiza actividades muy importantes. Pero ninguna lo es tanto como la celebración de la misa. Yo también quiero celebrar la misa con ustedes". Son las 9:15 p.m. Sobre la mesa de la sala, el padre José Conrado ha dispuesto el pan y el vino como lo hará habitualmente en su parroquia santiaguera de Santa Teresita de Jesús. La habitación está repleta y algunos han decidido tomar asiento en el piso. Hay un senador a mis pies. También hay periodistas, académicos, jueces, comerciantes, estudiantes y unos cuantos anónimos parroquianos de Cambridge -católicos, protestantes, judíos, agnósticos y ateos- que hemos venido a esta cena que se celebra en su honor. "Sea breve, padre", ruega la anfitriona. "La misa dura lo que dura la misa", responde él.

A las 11 de la noche consigo su atención. Su estilo llano y alegre -"Alegre es mi segundo apellido"- facilita el intercambio. Mañana, a primera hora, tendrá lugar esta entrevista.

Tras la visita del Papa en 1998, aumentó el número de cubanos que se acercó a la Iglesia Católica. ¿Fue éste un fenómeno momentáneo o ha sido un proceso sostenido?

Inmediatamente después de la visita del Papa, sí se notó el aumento de personas que iban a la iglesia. También hubo una mayor receptividad de la gente a la labor realizada por la Iglesia en la preparación de la visita, que fue realmente extraordinaria. Pero en el pueblo de Cuba hay como un cansancio, un cansancio que alcanza inclusive a comunidades de creyentes muy vivas, a personas muy comprometidas, muy fieles, que han sido fieles en las circunstancias más difíciles. Y todavía hay miedo. Y estos dos factores, más 45 años de ateísmo militante, han creado en muchas personas una falta de fe, de no creer en nada ni en nadie.

A veces no es ausencia de fe religiosa, sino ausencia de fe. Ausencia de esperanza, algo que afecta psicológicamente. Para muchos, la única esperanza es irse del país; cosa que a mí me entristece mucho porque, de hecho, Cuba está sufriendo una sangría enorme. La gente joven, mucha gente valiosa, se va del país porque no encuentra futuro en Cuba, piensa que en Cuba no hay futuro, y por lo tanto se va. No encuentran solución para sus problemas económicos, no encuentran solución para sus problemas espirituales, se sienten presionados, se sienten frustrados. Cuba es un país que tiene un techo muy bajo.

¿Cuál es el papel social de la Iglesia en la Cuba de 2004?

La Iglesia cada vez gana más conciencia de esa responsabilidad que tiene de, en una situación de tanta miseria, de tanta carencia, ser un canal para ayudar a la gente a resolver sus problemas. Te voy a hablar de mi parroquia. En mi parroquia tenemos un grupo de atención a los niños -siempre digo niños, aunque algunos tienen 30 ó 40 años- con síndrome de Down. Es un grupo de alrededor de 40 niños. Ayudamos a las familias a entender cómo cuidar a sus hijos, a planear actividades, como, por ejemplo, cantar, de modo que los niños puedan socializar. También trabajamos con los niños incapacitados físicos.

Tenemos un grupo de alcohólicos anónimos. Tenemos alrededor de 400 ancianos a los que ayudamos cuando podemos; a veces les llevamos jabón, a veces les llevamos leche en polvo, o algo de ropa si la conseguimos, porque tenemos también un grupo de señoras que se dedican a hacer batas de casa y pijamas para los ancianos enfermos, sobre todo aquellos que están en la mayor necesidad.

Desde hace dos años, gracias también a la ayuda de nuestros hermanos del exilio, hemos podido mantener un ajiaco. Tenemos una sola olla, un sólo fogón. Tratamos de que ese ajiaco tenga carne de cerdo o carne de ovejo, viandas, verduras, espinacas, en fin… tratamos de hacer un ajiaco sustancioso, y se lo damos a unas 300 personas. Cada día lo reciben 100 ancianos, de modo que cada uno lo recibe dos veces a la semana.

Pero la Iglesia Católica es, prácticamente, la única organización independiente de la sociedad civil cubana con una presencia institucional. Más allá de su labor esencial evangelizadora y asistencial, ¿cómo asume la Iglesia esta posición única en la sociedad cubana?

La Iglesia, a lo largo de los últimos años, ha ido creciendo también en la conciencia de su papel como maestra, en el sentido de fuente de sensibilización, de formación humana, de formación cívica. Quizás el caso paradigmático sea el del Centro Cívico Religioso de Pinar del Río. Pero esto de alguna manera también está haciéndose en las otras diócesis.

La Iglesia realiza una labor de iluminación de las conciencias. Lo hacemos, por supuesto, en las homilías de los domingos, pero también se ha promovido la presencia de la Iglesia en el mundo de la prensa. Una prensa realizada con medios muy humildes, revistas, algunas con la calidad de Vitral,otras más modestas; pero, ciertamente, la Iglesia está consciente de que en este sentido tiene una misión que realizar.

Las semanas sociales, que se hacen todos los años; las semanas de estudios históricos, que se hacen cada dos años; congresos que se realizan con temas específicos, como el tema de Dios en la sociedad o el tema de la familia. El congreso sobre la familia se celebró recientemente en La Habana, anteriormente en Holguín. Todo esto nos muestra que la Iglesia está preocupada por la situación del país y está comprometida en ayudar a la gente a asumir sus responsabilidades y a formarse para hacer frente a esas responsabilidades. Por lo tanto, la Iglesia, cada vez más tiene una presencia en el mundo de la cultura, en el mundo de la familia, en el mundo de la sociedad.

¿Cae la defensa de los derechos humanos dentro de la misión social de la Iglesia?

Por supuesto. La única voz que se ha levantado aquí para defender a los prisioneros de conciencia, me decía la esposa de uno de los 75 encarcelados hace un año, ha sido la de la Iglesia Católica. Y no sólo eso. Estas personas están recibiendo ayuda continua de la Iglesia. Usted sabe que se ha puesto a los presos muy lejos de sus hogares. Las familias tienen que trasladarse en viajes de mil kilómetros, a veces más, desde Guantánamo a Pinar del Río, desde La Habana a Santiago de Cuba, y la Iglesia ha dado alojamiento, apoyo, a veces para trasladar a estas familias, ayudarlos con comida, en fin…

Y la esposa de este prisionero, que para en mi casa cuando va a ver a su esposo, que está en Guantánamo -ella vive en La Habana-, me decía: 'la única institución en el país que nos ayuda es la Iglesia'. Nosotros sentimos que tenemos esta responsabilidad. Pero la Iglesia no sólo trabaja con los presos de conciencia. Tenemos un trabajo muy fuerte con los presos comunes.

En mi parroquia, por ejemplo, tenemos un programa de atención para las ex presas, personas que salen de la cárcel con muchas heridas. Las ayudamos psicológicamente. Tenemos un centro para que aprendan computación, para que aprendan cómo defenderse en la vida. Y tenemos un programa para que estas personas que no encuentran trabajo al salir de la cárcel -en su mayoría madres de familia que no tienen cómo mantener a sus hijos- puedan hacer trabajos manuales, peluquería y cosas así, en los locales de la Iglesia, tener un trabajo honrado, rehacer sus vidas.

La Iglesia Católica ha tenido una vocación mediadora en los conflictos sociales. Usted, personalmente, solicitó al gobernante cubano un diálogo nacional en 1994. ¿Quiere y puede la Iglesia jugar este papel mediador entre las partes encontradas de la nación cubana?

Esta voluntad de la Iglesia, en cuanto al diálogo nacional, está expresada desde hace no menos de veinte años. Desde las primeras cartas pastorales que se hicieron a raíz del año setenta, que fue la primera, una y otra vez, sobre todo a medida que se ha ido agravando la situación de la convivencia social, del respeto a las libertades, y al mismo tiempo creciendo la conciencia -por lo menos en una parte de la población cubana-, de que ellos necesitan un espacio social y político, que ellos quieren ser protagonistas de sus vidas, como dijera el Papa cuando estuvo en Cuba, que ellos quieren vivir siendo ellos mismos, no que les digan lo que tienen que hacer, lo que tienen que pensar…

La Iglesia ha expresado su voluntad muy clara de ayudar y de mediar en un diálogo nacional. Pudiera parecer un poco arrogante decirlo, pero creo que para todo el mundo está claro que la Iglesia Católica es la institución más preparada para ayudar en este sentido. El problema en Cuba es que una parte de los grupos implicados en la situación, y me refiero claramente al gobierno, no quiere el diálogo, no acepta el diálogo.

En Cuba vivimos bajo el signo del monólogo. Por lo tanto, la Iglesia, aunque tiene esta voluntad e insistentemente ha invitado al diálogo, ha encontrado la callada por respuesta. Hay un dicho que dice que dos no se fajan si uno no quiere. Lo mismo sirve para el diálogo. Dos no dialogan si uno no quiere. Yo diría que hay un paso más allá de este diálogo nacional, y es: ¿qué pasaría si la Iglesia iniciara un diálogo entre los grupos políticos, religiosos, culturales, fraternales, que no pasara por el gobierno?

Y cuando digo grupos, no sólo hablo de cubanos que están dentro de la Isla, sino también de cubanos que están en el exilio. Esto sería un reto para la Iglesia. Porque el gobierno lo podría interpretar como una agresión a su poder absoluto. En realidad, cuando uno va al diálogo, precisamente porque va al diálogo, renuncia a la fuerza, no agrede. Los que agreden son aquellos que no permiten que los problemas se solucionen con el concurso de todas las partes.

La reacción oficial a ese diálogo vendría, me parece, en forma de acusación: "La Iglesia se está metiendo en política".

La Iglesia es una parte de la sociedad, porque somos parte de la sociedad cubana, una parte cualificada de la sociedad, porque está estructuralmente organizada dentro y fuera del país, una parte que tiene una larga presencia en la vida nacional, desde hace cinco siglos, los cinco siglos de historia del pueblo cubano, y con una participación en ella muy concreta.

Cuando uno piensa, por ejemplo, en la labor que realizó Enrique Pérez Serantes a raíz del asalto al cuartel Moncada, cuando con su intervención salvó la vida de los sobrevivientes del asalto, uno dice, bueno, ciertamente, esto es algo muy en la esencia misma de lo que es la labor social de la Iglesia. Y esto no significa que la Iglesia se meta en política, porque lo que está en juego aquí es más que la política, que es sólo un sector de la vida social; lo que está en juego aquí es la vida misma, la vida en dignidad.

Pero enfoquemos el diálogo nacional desde la oficialidad. Si yo tengo el poder absoluto, si me afectan poco las medidas de presión externa y los moderados actos de rebeldía interna, ¿qué incentivo tengo para dialogar? Concretamente, ¿qué puedo ganar yo en ese diálogo?

Esta pregunta es importante, pero parte de premisas equivocadas. Si planteas el diálogo, su conveniencia o condiciones de posibilidad, desde un poder absoluto, desde los intereses de un poder que sólo pretende auto-perpetuarse, no puedes comprender su exigencia. El diálogo parte de premisas éticas a las que no podemos renunciar. Esas premisas son las de una vida digna, plenamente humana. Es la vida en libertad.

Si algo define la "humanitas", la esencia de lo humano, es la libertad, la capacidad de autodeterminación, de ser responsable de tus actos y de poder hacer con tu vida lo que tú mismo determines. Ese respeto a la libertad propia y ajena es una condición para la paz, como intuyó Benito Juárez al decir "el respeto al derecho ajeno es la paz".

Por eso, el diálogo forma parte esencial de la "vida justa", de la vida que deseo vivir porque es buena. Es una cuestión ética. Cuando el gobierno cubano se niega a dialogar, está traicionando la esencia misma del poder que ostenta, que es servir al bien común de todo el pueblo cubano. Un gobierno que no sirve a los intereses del bien común, que no sirve a los intereses de los ciudadanos que representa y a cuyo servicio está, es un gobierno ilegítimo y deslegitimizado. Porque el gobierno no es un fin en sí mismo, es un medio. Él tiene un fin, servir a la libertad y al bienestar de todos los ciudadanos. Si no lo hace, traiciona su razón de ser.

El gobierno de Cuba debe mirar el diálogo con la sociedad cubana como un imperativo moral. Los distintos grupos, iglesias, asociaciones, individuos, de dentro y de fuera, cuando exigen el diálogo, deben hacerlo como un imperativo moral: al reclamar el diálogo, reivindican su propia dignidad, rescatan su humanidad no respetada y crecen en libertad y responsabilidad.

Con el diálogo, todos ganamos. Incluido el gobierno, aunque pierda ese poder absoluto que lo invalida para servir, porque ese poder que aplasta, que se tiene que imponer no por las razones sino por las acciones, es un poder destructivo. Cuando yo quiero ilustrar la maldad de ese poder, retomo el cuento del rey Midas. El rey Midas todo lo que tocaba lo convertía en oro: una flor, su perro, hasta su propia hija… El oro es valioso, pero no más que una hija que te ama, que te acaricia y puede besarte, hablarte… la maldad de ese poder absoluto está en que destruye la vida, afecta a las conciencias, entristece al ser humano, lo llena de frustración y desesperanza.

Si el gobierno cubano fuera capaz de cambiar hacia una actitud abierta, más respetuosa de sus propios ciudadanos y sus intereses diversos, ganaría en autoridad lo que perdería en poder. Autoridad es poder espiritual, tiene que ver con el respeto y la aceptación libre y voluntaria, tiene que ver con la verdad, con la justicia, con la igualdad, con una sociedad capaz, de fraternidad y libertad, sin miedos y con mayores posibilidades de ser feliz y de hacer felices a las personas.

Dentro de la comunidad exiliada, la Iglesia ha puesto un énfasis particular en la prédica de la reconciliación. ¿Cuál ha sido su experiencia con los cubanos que vivimos fuera de Cuba?

Hablar de reconciliación a los cubanos del exilio puede ser visto de dos maneras, cuando la que habla de reconciliación es la Iglesia. Una, como una pretensión inútil, porque muchos cubanos se sienten en plena comunión con el pueblo cubano en la Isla, y entonces se ofenden si uno les dice que tienen que reconciliarse. 'Estamos reconciliados, ayudamos a nuestras familias, mandamos remesas, ¿cómo nos pide usted reconciliación…?'.

Otra parte dice, 'es imposible reconciliarnos con el gobierno de Cuba, porque ese gobierno ha sido la causa de que nosotros hayamos perdido nuestra patria, nuestros bienes, nuestras vidas, tal y como las queríamos vivir'. Sin embargo, es una realidad que hay una ruptura, hay una situación de división, de oposición, de lucha, de parte de los comunistas cubanos y de parte del exilio.

Por eso el problema pudiéramos plantearlo de esta manera. En Cuba hay una inmensa mayoría silente -yo escribí esto ya hace varios años- y dos minorías vociferantes. La inmensa mayoría silente es el pueblo cubano, la inmensa mayoría del pueblo cubano en la Isla y en el exilio, que quiere encontrar el camino del futuro, que quiere normalizar la situación del país, que quiere lograr una Cuba con todos y para el bien de todos.

Hay dos minorías vociferantes, que son el gobierno de Cuba, y ciertos elementos de Miami que se dedican a sembrar una actitud que ellos piensan que es patrióticamente combativa, pero no se dan cuenta de que en el fondo excitan los peores sentimientos que pueda haber en el corazón del ser humano. Llega el momento en que tiene que surgir una voz diferente, y poco a poco va surgiendo, poco a poco se va manifestando y se va organizando, una voz diferente que realmente logre la aceptación del otro como distinto y diferente.

En el ámbito de las relaciones Cuba-Estados Unidos, la Iglesia ha abogado repetidamente por el levantamiento del embargo. Los críticos de la Iglesia han caracterizado esta posición como un quid pro quo con el gobierno cubano para facilitar la labor de la Iglesia en la Isla…

La Iglesia se ha comprometido tan claramente con la defensa de los derechos humanos en Cuba, que acusarla de querer manipular estas cosas para lograr privilegios no sólo es injusto, sino totalmente falso. La Iglesia se opone al embargo desde el principio de la legalidad. Ningún gobierno debe usar ese acto de fuerza contra un pueblo, porque los que sufren realmente no son los gobernantes, son los pueblos.

Los gobernantes, los que tienen el poder, siguen comiendo, siguen vistiendo, siguen viajando, tienen todas las posibilidades, mientras que la gente vive bajo un sufrimiento realmente espantoso, como es la situación de Cuba. El principio fundamental es no utilizar medidas de fuerza. Sin embargo, no es menos cierto que cuando un pueblo es rehén de un gobierno, de algún modo hay que presionar a ese gobierno. No lo debe hacer una sola nación. Eso debe ser obra de muchas naciones, y siempre con el propósito de buscar una salida, una solución al problema.

En documento de trabajo de 1997, los presbíteros de Oriente diagnosticaron a la sociedad cubana con el síndrome de la indefensión aprendida, un caso extremo de postración social en la que la gente deja de sentirse dueña de su destino. Siete años después, ¿cómo ha evolucionado el paciente?

Las medidas coercitivas, tanto en el plano económico como en el plano político y en el plano del derecho a la información, el clima de represión que se vive dentro de la Isla, es mayor hoy. Por lo tanto, la indefensión se ha agudizado. A mí a veces me da la impresión de que en Cuba vivimos en un estado catatónico. El enfermo catatónico está paralizado, pero en un momento determinado entra en una fase de agitación totalmente descontrolada. Yo creo que ése es el caso de Cuba en estos momentos.

Hay una parálisis social, y esto tiene que ver con la indefensión, con la desesperanza. Porque hay dos maneras de calificar este estado: la indefensión aprendida o la desesperanza inducida. Los dos términos iluminan nuestra realidad desde distintas perspectivas. La situación es de desesperanza inducida porque tiene un propósito, logra un objetivo…

Su prédica de la reconciliación no parece estar reñida con un reconocimiento de la falta de derechos fundamentales en Cuba. ¿Es la suya una posición marginal dentro de la Iglesia?

Si repasaras las humildes páginas de las revistas que mantiene la Iglesia hoy, en prácticamente todas las diócesis, ibas a descubrir que no hay una sola de estas revistas que no haya salido a defender los derechos humanos y a criticar su violación, a veces haciendo referencias muy concretas, otras veces en un lenguaje más abstracto.

Yo nunca me he sentido un francotirador. He estado predicando por años las mismas cosas. Y lo mismo pasa con todos los curas de Cuba. No creo que el mío sea un caso aislado. Tal vez sea un caso que, por circunstancias coyunturales, ha salido a la palestra pública; y quizás ha pesado en esto una cierta conciencia que tengo de la responsabilidad que tenemos como Iglesia con la verdad de lo que está pasando en Cuba.

Hay una propaganda que presenta la vida del cubano como si fuera el ideal de una vida justa, de una sociedad que realiza o está realizando todos los sueños que puede tener una persona. Eso no es verdad. Y el no decirlo, el no hacerlo saber a otros países, a otros pueblos que puedan caer en la misma situación en la que nosotros estamos y no queremos estar, a mí me parece que es una responsabilidad.

¿Cómo se vive la doctrina de Jesús fuera del ámbito de la Iglesia? ¿Se puede llevar una vida cristiana en Cuba fuera de los recintos de la Iglesia?

La vida cristiana no se realiza dentro de los recintos de la Iglesia, porque la vida cristiana es toda la vida. Es el compromiso con el pobre, es la solidaridad con el que sufre, es crear el ambiente de amor en la familia, es el respeto por el otro. Es decir, que uno va a la Iglesia a escuchar la palabra de Dios, a compartir la fe con los hermanos, a recibir de los demás y a dar a los demás las experiencias que uno tiene de la presencia de Dios en su vida. Pero la vida cristiana es la vida.

No hay vida cristiana y vida profana para un cristiano. No hay vida cristiana cuando estoy en la iglesia y vida profana cuando estoy en la calle, o en la casa, en el trabajo, en la escuela. La vida cristiana es vivir de manera diferente a como puede vivir una persona que no tiene fe. Todo eso es la vida cristiana. Y es para eso que Jesucristo vino al mundo, para transformar la existencia de las personas. La vida cristiana se puede vivir en cualquier situación.

Por tres siglos, al comienzo del cristianismo, los cristianos fueron echados a los leones. La legión más grande de mártires y de santos que tiene la Iglesia la hizo bajo la opresión y la persecución del imperio más poderoso de la antigüedad. Por lo tanto, la vida cristiana se puede vivir en cualquier circunstancia. Y en Cuba se está viviendo. Y se está viviendo no sólo en la Iglesia Católica, sino también en otras comunidades hermanas, porque los hermanos de otras comunidades y otras congregaciones cristianas, y también de comunidades judías, están viviendo un compromiso de fe, y están teniendo presente en sus vidas al Dios en que tú y yo creemos.

En abril de 2003 fueron condenados 75 disidentes en Cuba. A usted parece haberle afectado mucho este evento y se ha referido al mismo en dos homilías de mi conocimiento. También realizó un ayuno a favor de estos activistas e intentó estar presente en sus juicios. ¿A qué se debió su reacción?

Conozco personalmente a seis de estos prisioneros de conciencia. Tres de ellos fueron feligreses míos cuando fui párroco de Palma Soriano. A dos de ellos los conocí desde adolescentes, de jóvenes -son jóvenes todavía, por supuesto-; es decir que, por ocho años, el tiempo que fui párroco de Palma Soriano, pude conocerlos profundamente. A los tres de Palmarito, igual, los conocí siendo párroco en Palma Soriano, y hemos mantenido un profundo vínculo de amistad, de cariño, de admiración profunda de parte mía, porque estos jóvenes, para mí, son una gloria de la patria.

En el Evangelio, cuando se nos habla de la resurrección de Cristo, y en particular en el relato de los discípulos de Emaús, hay una frase que siempre me ha impresionado mucho. Y es cuando Cristo, presente en aquel misterioso compañero de camino, explica las escrituras a los dos discípulos que salieron huyendo de Jerusalén entristecidos, defraudados por la muerte de Jesús, y les dice como resumen de la palabra de Dios: "el Mesías tenía que padecer para entrar a la gloria". Y esto es como un principio de la vida. Hay personas que tienen que entregar su vida para que otros tengan vida.

Y, para mí, estos hombres, estos amigos míos, estos antiguos feligreses, lo que han hecho es eso. Han arriesgado su tranquilidad y la de sus familias, han comprometido su libertad, yo diría que aun sus vidas, para defender un ideal de justicia, de libertad, de paz, de reconciliación. Porque son hombres pacíficos, que jamás utilizaron las armas, que jamás se lanzaron por el camino de la violencia. En este sentido, yo creo que son un ejemplo de la obligación que tenemos todos, jóvenes y adultos, de defender nuestros derechos y el derecho de los demás.

José Conrado: La libertad desde el púlpito

- "Hemos vivido en la mentira, engañando y engañándonos. Hemos hecho el mal y ese mal se ha volcado contra nosotros, sobre nosotros. Todos somos responsables, pero nadie lo es en mayor proporción que usted" (Carta a Fidel Castro, 25 de marzo de 1995).
- "Tengo fe en que la larga noche de la Patria terminará en un amanecer de libertad, justicia y paz, y que ya desde ahora, el espíritu evangélico del perdón y la reconciliación hará posible el mañana que hoy nos parece lejano y difícil" (Carta de despedida de Palma Soriano, octubre de 1996).
- "…a lo largo y ancho de la Isla, se ha estado juzgando a pacíficos defensores de los derechos humanos (…) No podemos permanecer indiferentes ante esta nueva 'pasión del Señor' (…) Cada cual que ocupe su puesto, al pie de la cruz, acompañando a Cristo, ayudándolo a cargar la cruz, o en el bando de los vociferantes y acusadores, siempre dispuestos a emplear sus violentas espadas. No hay opción. No nos han dejado opción. O con Cristo o contra él" (Homilía Quinto Domingo de Cuaresma, marzo de 2003).

(c) 1996-2004 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana
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