La indefensión del ciudadano
Por Dagoberto Valdés Hernández.
VITRAL. #73.
2 de Junio de 2004. Centro De Formación
Cívica y Religiosa de Pinar del Río.
Cuba. Año X. No. 60 Marzo - Abril de 2004.
Con bastante frecuencia se acercan a la Iglesia
numerosas personas buscando ayuda, buscando orientación
o apoyo para alguna gestión, por razón
de alguna injusticia o para reclamar lo que consideran
un derecho. No se trata sólo de personas
de bajo nivel educacional, sino también
profesionales de las más diversas especialidades,
maestros, médicos, incluso abogados, psicólogos,
jóvenes y adultos. cada cual con su tema,
cada uno con su historia. Hay algo que quisiera
destacar y que salta a la vista y a la razón
en todos ellos, sin excepción: se trata
de la falta de educación jurídica,
la falta de información de todo tipo, la
falta de orientación sobre a quién
acudir en caso de alguna necesidad o reclamo.
Se trata de una especie de analfabetismo funcional
acerca de para qué sirven las estructuras
sociales. Se trata de una ignorancia política
que les impide incluso conocer sus propios derechos
y deberes.
Esta indigencia cívica coloca a cualquier
ciudadano en una situación de indefensión
aplastante. Puede ser un especialista brillante
en biotecnología o un doctor en ciencias
sociales, pero no sabe a dónde dirigirse
cuando le son violados algunos de sus derechos
más elementales. No sabe distinguir el
trabajo de los bufetes colectivos de la función
social de la fiscalía. Por ejemplo: hace
unos días me encontré con un médico
que le han retenido su salida del país
durante cinco años y le sugería
que reclamara en la fiscalía y me contestó
casi horrorizado: "¿Estás loco?
La fiscalía es dónde acusan a la
gente y le piden años".
Otro día me detiene una señora
con una carta abierta, evidentemente violada y
luego mal pegada y me dice: "¡Mira,
lo que le han hecho a mi carta! Parece mentira
que sean tan chapuceros". Es decir, ya lo
que le asombraba no era la violación del
derecho constitucional de que la correspondencia
es inviolable, sino que pegaran el sobre de forma
evidente y chapucera. Cuando le digo que vaya
al Correo y reclame, la misma respuesta de cientos
de conciudadanos nuestros: "¡eso es
por gusto!"
Meses atrás en una reunión de una
Comisión de Justicia y Paz de la Iglesia
Católica se atendía a una persona
que había presentado un caso de violación
del debido proceso y tenía todas las pruebas
en la mano. Cuando se le sugirió conformar
un expediente, que lo firmara personalmente, para
presentarlo ante las autoridades competentes en
busca de solución, recogió todos
sus papeles, dijo que no quería firmar
nada, que si la Comisión deseaba presentarlo
por su cuenta, que lo hiciera, pero que ella tenía
miedo y no sabía en qué podía
perjudicarle aquella gestión. Recogió
y se fue diciendo que, a lo mejor, el remedio
era peor que la enfermedad.
Estos casos y otros muchos son signo y diagnóstico
de una situación de indefensión
del ciudadano que está en contradicción
esencial con un Estado de Derecho, es decir, con
la posibilidad real y efectiva, expedita y asequible
para todos, de que exista siempre un recurso a
la justicia o por lo menos a la atención
del ciudadano, sin que este tema que el recurso
empeore su situación o le traiga más
problemas.
En todos los ámbitos de la vida la defensa
de los derechos y las oportunidades de los ciudadanos
debe formar parte del ejercicio cotidiano de la
libertad personal y de la responsabilidad civil.
Si los derechos de los clientes no tienen en las
tiendas y mercados una defensa real y directa,
de nada valen esos carteles en las puertas de
los comercios que explican los derechos del consumidor
o del cliente. De nada valen los buzones de quejas
y sugerencias que en su inmensa mayoría
permanecen vacíos. ¿Por qué
ocurrirá así? ¿Será
porque no hay motivos para quejarse o será
que los clientes no creen en ese mecanismo y se
sienten indefensos ante los abusos y maltratos
de los vendedores? La indefensión del consumidor
no sólo perjudica al que compra, sino que
perjudica gravemente el prestigio, el marketing
y la gestión de los que intentan vender
a toda costa, con malos tratos, con indiferencia
soberana, con desgano y con trampas al consumidor,
que expresa esa situación de indefensión
saliendo de la tienda, meneando la cabeza y diciendo:
¡Todo es por gusto!
Si los derechos de los trabajadores no tienen
en los propios centros de trabajo, en los sindicatos,
en los tribunales, una defensa real y efectiva
que resuelva a favor del que tiene la razón.
Si la administración que paga, es juez
y parte. Si no hay una instancia superior e independiente
a los que cometen las injusticias o arbitrariedades,
entonces los trabajadores caen en ese estado de
indefensión que expresan diciendo: ¡Todo
es por gusto!
Si los derechos de los ciudadanos que piensan
distinto y tienen otras opciones ante la vida
tienen que ser defendidos en tribunales o instancias
administrativas que no son independientes de los
que trazan la forma en que hay que pensar y las
únicas opciones permitidas, entonces esos
ciudadanos caen en ese estado de indefensión
que les conduce a marcharse de este país
con una última frase en sus labios y una
amargura grande en su corazón: ¡Todo
es por gusto!
Si los jóvenes no encuentran espacios
para defender y expresar sus criterios y demandas
de cambio, como ocurre en cualquier lugar del
mundo. Si los religiosos no tienen otra instancia
judicial donde reclamar el derecho a construir
templos, a expresar su fe en los ámbitos
públicos, a tener acceso a los medios de
comunicación o a escoger como creyentes
el tipo de educación que desean para sus
hijos. esos jóvenes y esos religiosos caen
en un estado de indefensión tal que no
encuentran a dónde acudir y expresan el
ya consabido: ¡Todo es por gusto!
No caigamos en esa tentación terrible
que sólo refuerza la indefensión
misma y la fuerza del que quebranta la justicia.
No todo es por gusto. No todo está perdido.
Nos quieren hacer creer que o todo cambia de una
vez o nada cambia. Los cubanos tenemos la tentación
de querer que cambie todo al mismo tiempo y de
una vez. Y esto no ha sido así nunca, en
ningún lugar. Esta es la causa del inmovilismo:
creer que todo es por gusto. Que nada de lo que
hagamos cambiará nada. Es una trampa para
que todo siga igual.
Frente a la indefensión de los ciudadanos
no basta la queja. Es necesario combinar un conjunto
de actitudes y acciones para empoderar a las personas,
para cultivar su autoestima y su autogestión.
En primer lugar: la educación sobre los
derechos y deberes que cada uno tiene la merece
por ser persona, no porque nadie, ni el Estado,
ni los tribunales, ni la administración
laboral nos los concedan. Vienen de nuestra naturaleza
humana y nos han sido dados por el mismo Dios.
Nadie tiene en este mundo poder para obviar, violentar
o desconocer estos derechos. Ni Dios mismo los
viola. Dios respeta, como nadie, nuestra libertad.
En segundo lugar: Crear, adecuar o renovar las
estructuras, las instancias que defienden los
derechos de los ciudadanos. Eso contribuye a viabilizar
esa institución que existe en muchos países
que le llaman: Defensor del Pueblo, Tribunal de
Garantías Constitucionales, Atención
a los ciudadanos, Vicarías de la Solidaridad,
Consultorías jurídicas, etc.
En tercer lugar: el tejido de la sociedad civil,
las asociaciones de ciudadanos, los sindicatos,
las Iglesias, las organizaciones vecinales, las
escuelas y centros de formación, las asociaciones
culturales, junto a otras muchas, deben ser espacios
de participación y solidaridad donde los
ciudadanos puedan superar su indefensión
y puedan encontrar apoyo efectivo, afectivo y
acompañamiento en su propio desempeño
frente a las violaciones de sus derechos.
En cuarto lugar: los medios de comunicación
social, la televisión, la prensa escrita
y radial, la Internet, deben contribuir con su
información precisa y verídica a
la educación para la defensa de los derechos
de todos sin distinción. La información
manipulada y deformada, o la simple falta de información,
es el peor enemigo de los derechos de las personas.
El grado de indefensión de los ciudadanos
es directamente proporcional con el grado de desinformación
y manipulación de los medios de comunicación
social. Estas y otras soluciones para la defensa
de los derechos de las personas no son por gusto,
es decir, no son baldías. Si las conocemos
y las aplicamos, serán efectivas y darán
a los ciudadanos soberanía y derecho.
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