Alejandro Ríos.
El Nuevo Herald,
mayo 7, 2003.
En un artículo sobre la Feria de Guadalajara me refería a las
huestes de venerables ancianos que la política oficial cubana utiliza, a
conveniencia, en eventos nacionales e internacionales para reafirmar la
fidelidad de los intelectuales a los designios de la revolución. El artículo
fue publicado en Encuentro en la red.
Al llamarlos domesticados levanté airadas protestas y controversias
entre parientes y admiradores de los encartados, principalmente de Cintio
Vitier, a pesar de no ser la única persona de la llamada tercera edad que
viajaba en la delegación oficial cubana.
Por estos días, ancianos en precarias condiciones dentales han
aparecido en la televisión oficial cubana vitoreando la revelación
pública de la identidad de los informantes que colaboraron con la
Seguridad del Estado para dar al traste con el avance sustancial de la sociedad
civil en Cuba, mediante una redada represiva donde terminaron en prisión
periodistas, escritores, economistas y otros pensadores independientes, empeñados
en una alternativa al socialismo eterno que proclama la constitución
recientemente enmendada al efecto.
Viejo caballero indigno resultó ser el delator intelectual del
operativo: Néstor Baguer, un señor de 81 años y boina
guevarista que se vanagloria de estar en esos menesteres desde tan temprano como
los años sesenta.
En sus declaraciones, Baguer se ha ocupado prolijamente de la figura de Raúl
Rivero. El método, sin apenas imaginación, es muy parecido al que
empleara Carlos Aldana hace algunos años con la poeta María Elena
Cruz Varela: el descrédito personal.
Rivero es un excelente poeta --dice Baguer--, pero es un mercenario que se
arruinó moralmente y se pasó al bando del enemigo cuando, al
parecer, ya no se sentía cómodo en el de amigos como el propio
Baguer.
El informante intelectual se desempeñó en el diario Juventud
Rebelde como uno de los defensores del idioma ante el muchas veces comentado
descalabro lingüístico del castrismo en su columna En defensa del
idioma.
Un buen día, sin embargo, nos despertamos con la noticia de que se
había convertido a la disidencia en el campo específico del
periodismo independiente. Cierta vez fue agredido por su temeridad
contrarrevolucionaria otoñal. Quizás, y este criterio es
totalmente especulativo, fue cuando supo que no tendría el valor para
afrontar las consecuencias de su osadía y decidió trabajar para la
policía política. La leyenda de agente desde los años
sesenta vendría después para dar verosimilitud a la revelación
pública de su otra vida.
Si no fuera éste el caso y Baguer resultara ser delator de pura cepa,
puede inferirse que su vinculación con la Academia Cubana de la Lengua le
sirvió para vigilar los movimientos ''subversivos'' de Dulce María
Loynaz en su propia casa, donde sesionaba la división criolla de la
Academia Española de la Lengua.
Recuerdo que en los predios de la UNEAC escritores que ya habían
sufrido la parametración de décadas anteriores tendían a
evitarlo y dejarlo con la palabra en la boca. Estos recientes acontecimientos
demuestran que en Cuba nunca se sabe quién es quién y para quién
trabaja. Sin embargo, se desarrolla un olfato natural para detectar a los
informantes y Baguer, de alguna manera, ya no era confiable.
La vejez debe ser un sitio digno de la vida. Rumores llegados de La Habana
dan cuenta de cómo entre aquellos ancianos aterrizados en la Feria de
Guadalajara uno comentó en los pasillos de la UNEAC que mucho se había
demorado la revolución para dar cuenta de los desatinos de Raúl
Rivero.
Criticar al llamado neofascismo norteamericano, como una orientada consigna,
y callar ante el apresamiento de un poeta amigo produce un inapropiado
desequilibrio en el ocaso de la vida. Delatar o callar ante las injusticias en
la vejez es una manera muy indigna de ser recordado.
Escritor y crítico de cine cubano. |