Al margen de
la pastoral
Tamina S. Cué
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Toda religión -al decir de José
Ortega y Gasset- parece subestimar el "flanco laico de Dios", entidad
tradicionalmente acaparada por el discurso religioso de uno u otro signo. En
principio, tal "religiosidad laica" -según la entiende Umberto
Eco- no excluye la noción de lo sagrado, del límite, de la
interrogación, de la espera, y hasta de la comunión con aquello
que trasciende al hombre a su alrededor. Antes bien, lo anterior bien puede
hacer madurar una "ética natural" de reconocimiento al prójimo
-no sólo de tolerancia sino de aceptación y asunción del "otro"-
aún sin que medie principio divino alguno.
Es cierto que este pugilato intelectual muchas veces ha terminado con la
sustitución mecánica de la gracia por la razón y de la
religión por la política: Dios reencarna en otro concepto absoluto
y, al final, el afán de trascendencia nos zambulle en el deísmo
-Octavio Paz ha reflexionado al respecto. Es cierto que el fundamentalismo ateo
de un "Estado sin Dios" devaluó primero a la persona y después
a su cadáver a lo largo del siglo XX. Pero esto es producto de una
reducción chauvinista del concepto del "otro" -de una vocación
poco "católica", si nos remitimos tan sólo a la etimología
griega del término. A su vez, tampoco es menos cierto que existen muchísimos
seres humanos que, honestamente, aún buscamos dentro y fuera de nosotros
sin haber intuido jamás el milagro pascaliano de la Presencia Real.
Y en medio de tales zozobras, por supuesto, la Cuba de hoy con sus cinco
siglos de evangelización vertical: la Cuba de hoy con sus incontables
cruces plantadas dentro y fuera de los cementerios -mudos testigos del
inapelable fardo de la tradición nacional.
Y es que, efectivamente, "nuestra cultura es cristiana". Justo así
nos lo recuerda a "sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas,
fieles cristianos de la Arquidiócesis de La Habana y a todos los cubanos
de buena voluntad" el cardenal Jaime Ortega en su reciente Carta Pastoral
NO HAY PATRIA SIN VIRTUD; un memorándum
que acaso pretende exorcizar los demonios de la desmemoria galopante, la lasitud
intelectual, y la laxitud de esperanza que ya amenazan con instaurarse
vitaliciamente en la Isla como un endémico Síndrome de Parkinson &
Alzheimer, con énfasis clínico en los nacidos después de
1959. ("Queridos jóvenes: tienen que resistir al vaho decadente del
mundo...")
Sólo que a ratos da la impresión de que "los cubanos de
buena voluntad" serán aquéllos a punto de convertirse ya al
cristianismo o aún más: "a seguir el camino luminoso del
sacerdocio" para dar continuidad a la inquietud por "salvar almas"
del joven Félix Varela (1787-1853).
La Carta Pastoral, documento inteligente y sensible como el espíritu
que anima a su autor, deviene a ratos sutil veto participativo para aquéllos
que -por mera honestidad intelectual- carecen de fe religiosa y, por
transitividad, se supone habrán de "desatender los dictámenes
de la conciencia y arrojarse como un tigre sobre sus semejantes para devorarlos".
Ya no nos basta con "primero pensar". Ni siquiera con hacerlo "en
cubano". Citando en reverso sería: con impiedad no hay virtud
posible, y sin virtud la Patria se desvanecerá bajo nuestros pies. Es una
situación desesperada -realmente lo siento tanto por mí como por
la Patria.
El derecho a la vida ante el imperante culto a la muerte, una educación
para la libertad que desembote conciencias y funde futuros, la familia como
templo anterior a cualquier Estado y Derecho, y hasta la misión profética
de la Iglesia (incluida su sabia doctrina social): es obvio que NO HAY PATRIA
SIN VIRTUD -más allá de la sospecha del título- resulta un
noble texto cuyo discurso apela al amor antes que a la justicia inmisericorde. Y
a ras de un año 2003 que promete ser de leyes nacionales "a
rajatablas", el mensaje del cardenal Jaime Ortega resulta un paliativo
incluso para los no incluibles en él.
Por otra parte, la alusión a los "escritores y poetas cubanos"
incita a un segundo reclamo de mi parte -en este caso a nombre del gremio.
Nuestro modo de hacer no sólo es "válido" sino autónomo:
da la bienvenida mas no requiere de legitimación o reprobación
extraliteraria alguna. Desafortunadamente, la aproximación artística
a la realidad ni siquiera es útil como "diagnóstico".
Menos aún para "esbozar senderos de futuro" -no importa cuántas
veces haya conseguido tal proeza en la historia. El arte es incapaz de reflejar
nada: es expresión y, a lo sumo, lectura cósmica en paralelo. Nos
homogeniza a la luz del lenguaje. De ahí tal vez esa falsa ilusión
especular que -aún de buena fe- nos hace anteponer la ley ética a
la ley estética, para entonces -ya no de buena fe- exigir cuentas al
creador como quien sigue el rastro de un forajido.
Por lo demás, todo documento episcopal siempre me remite -una vez más-
a aquella dramática mensajería de emergencia con que, en los años
sesenta, la Iglesia Católica intentó conservar voz propia en medio
del vocerío cubiche. Ahí están "Por Dios y por Cuba",
"Ni traidores ni parias", "¿Es cristiana la revolución
social que se está verificando en Cuba?", "Roma o Moscú",
"Con Cristo o contra Cristo" y "Respeto y justicia" -entre
otras escrituras sobrecogedoras incluso ya en lontananza. Y están también,
por supuesto, los discursos pronunciados durante la visita de Juan Pablo II en
enero de 1998 y, antes, la Carta Pastoral EL AMOR TODO LO ESPERA -que continúa
esperándolo todo desde hace justo una década.
En el aniversario 150 de la muerte de Félix Varela y centenario del
nacimiento de José Martí (1853-1895), contemplar -aún desde
el margen- reclamos existenciales tan vehementes emociona a quien, como yo, casi
se habitúa a la "postración moral, que trae consigo la falta
de entusiasmo y la desesperanza". Acaso mis reclamos, pues, no sean sino
consecuencia de una voluntad afirmativa cuyo umbral de reacción aún
debe desadaptarse del monólogo social para -ojalá que más
temprano que tarde- intuir cuándo no es tan peligroso sospechar menos de
un dogma.
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