Aire Free
S.A.
Tamina S. Cué
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Pudo convertirse en nuestra gran
industria de Intramuros. Y más: pudo ser el motor de arranque de una
economía nacional que ya pide a gritos descentralizarse incluso a riesgo
de terminar balcanizada. Pudo convertirse, pudo ser... Pero nunca existió
marco legal para implementarla. Ni siquiera voluntad legislativa para bocetar
dicho marco en un tiempo compatible con nuestra esperanza de vida media. Y ya es
sabido que en historia el modo subjuntivo no cuenta -tan sólo el
imperativo.
Por otra parte, cuando por fin se haya instaurado el libre rejuego económico
que nos conectará al Extramuros global, entonces ya se habrá
obsoletizado hasta el concepto básico de mi proyecto. En un futuro patrio
menos claustrofóbico que nuestro presente hermético, ya será
demasiado tarde para implementar nada. Es justo en medio de tal paradoja
insoluble que decido hacer público su know-how, un poco al estilo del
genial Albert Einstein, quien publicaba sus aproximaciones teóricas
fallidas en aras de ahorrarle tiempo a sus colegas -igual si epígonos o
competidores.
Se trata -prolegómenos aparte- de Aire Free S.A., una larga y
concienzudamente acariciada empresa de oxigenación nacional.
El inicio no fue más que un burdo plagio al escritor cubano Reinaldo
Arenas (1943-1990), una de las voces más importantes del siglo XX
literario cubano -¿existirá algún otro? Cuenta Reinaldo que,
aún sobreviviendo rabiosamente en Intramuros, al recibir cartas del
extranjero lo primero que hacía siempre -¿durante horas?- era oler
el papel y el interior de aquel sobre milagroso que recién había
burlado la muralla de CORREOS DE CUBA. Puedo imaginarlo como un animal ya a
punto de asfixia, boqueando dentro del último bolsón de aire
respirable antes de su coletazo final. Todavía hoy le agradezco esas
desamparadas líneas que incluyó en su autobiografía 'Antes
que anochezca', y todavía hoy siento vergüenza de mi plagio póstumo
al cerrar el libro -incluido un colofón con su nota suicida. Ojalá
que esta confesión pública expíe en parte mi culpa.
Si el aire de Extramuros conseguía restaurar el atormentado espíritu
de Arenas al punto de él rememorarlo por escrito casi dos décadas
después -lamentablemente ya enfermo de muerte-, entonces ¿por qué
no intentarlo con el resto de los internos de un mismo experimento social...? ¡Eureka!
Mientras las instancias oficiales aún importaban pedales a falta de petróleo
-fue a mediados de los 90´s-, yo supuse que introducir aire respirable al
país bien podría asumirse como una actividad cuentapropista más:
una herejía perfectamente tolerable según los aires posmodernos
que corrían. Así de simple surgió en mi mente el concepto
de Aire Free S.A., por muy caricaturesca que pueda resultar ahora la idea -¿a
la postre todos no nos vamos convirtiendo justo en eso: en una cínica
caricatura de nuestras ilusiones perdidas?
Sin más, recluté a una amiga argentina residente en La Habana
desde los años de universidad -economista, por supuesto, como todo buen
argentino- y concebimos la idea de punta a cabo en el más estricto
clandestinaje: desde un nimio detalle de promoción hasta los formatos de
embalaje y protección al ambiente. Fue una muda guerra contra nuestra
propia euforia triunfalista: temíamos un plagio estatal a nuestro plagio
privado. Sólo al final aceptamos incluir a una abogada recién
graduada, y nunca Aire Free S.A. estuvo tan cerca de concretar su personalidad
jurídica como aquel verano del ´94. Nos sentíamos creativas;
nos sabíamos redentoras. Y yo hasta hubiera podido discursear sobre el
proyecto durante horas y horas frente a las cámaras de televisión
o los micrófonos de cualquier tribuna: ¡así de energúmeno
era entonces nuestro entusiasmo! (Tal vez todo entusiasmo lo sea.)
Un compresor de aire en cada vuelo de CUBANA al extranjero: eso era todo. El
resto serían sólo recipientes vacíos y, llegado el caso,
incluso reciclados. La clave sería la procedencia foránea, no
viciada por el estatismo, del gas incluido dentro -no importaba demasiado si más
o menos poluto. Se explotarían Londres, Madrid, México D.F.,
Buenos Aires (!!!) y el resto de los destinos comunes de la aerolínea, amén
de algunas exquisiteces de exportación como "Tour Eiffel à la
nuit" o "Atlantic Ocean at 10,000 feet". (Por razones tácticas,
la inclusión de Miami podríamos discutirla más adelante,
toda vez encauzado el proyecto.)
De pronto ya casi respirábamos el éxito rotundo no sólo
a escala personal, sino también en la variante King´s Size de Aire
Free S.A. ¿Por qué no...? Nuestros sprays bien podrían
colgarse como extintores de fuego en los atestados "camellos" endémicos
de La Habana, o en los mercados concurridos de personas a falta de productos, o
hasta en los paupérrimos policlínicos de barrio -para casos
urgentes de anafilaxis nacional: esa terrible pandemia que tantas mentes lúcidas
apagó durante las últimas décadas.
En cualquier variante de la historia, las tres estábamos dispuestas a
transar sin claudicar. Y es que éramos aprendices de "sardinas económicas",
no de los "tiburones políticos" con quienes negociaríamos
el permiso. Éstos, a su vez, demostraron estar dispuestos a no transar
incluso después de haber sido claudicados en toda variante de la
historia. Sin entrar en detalles bochornosos del teje-y-maneje burocrático,
ni en los de la voyeurista investigación policiaca que sufrimos las tres,
baste decir que no conseguimos más que una limitada licencia -válida
sólo para transferencias municipales del aire de Intramuros: ¡ni
siquiera entre provincias vecinas!- y que nuestro nombre fue rechazado por el de
Aire Fijo S.A., aludiéndose a la improcedencia legal de vocablos foráneos.
(Ya es sabido que todo poder es siempre etimológico.)
En este punto de estancamiento, mis dos colegas huyeron en estampida en el
lomo de un neumático inflado a reventar con aire de Cojímar,
mientras yo decidía esperar por los aires mejores que supuse llegarían
toda vez rebasado el pugilato migratorio Cuba vs. USA. Mas lo que llegó
en definitiva fue febrero de 1996 y, junto con las avionetas desjarretadas por
los Migs de combate, expiró también una licencia que -por lo demás-
tampoco nunca me digné a pagar. (La humillación humana a ratos da
la impresión de tener un límite.) Como resultado, me impusieron
una multa de 2,500 pesos nacionales, la cual he debido pagar religiosamente
salario tras salario -desde los 33 pesos iniciales de marzo del ´96 hasta
la última cuota que acabo de liquidar en este marzo del 2003.
Coincidamos en la máxima martiana de que hay ideas que para lograrlas
han de andar ocultas, pero concedamos que éste nunca será ya el
caso de mi Aire Free S.A. Por el contrario, puede resultarme incluso un
paliativo relatar esta alucinante fabulilla que diríase he plagiado del
propio Reinaldo Arenas, quien este año rebasaría su cumpleaños
60 y, sin embargo -¿acaso por ausencia de otro marco legal?-, todavía
permanece rabiosamente inédito en Intramuros. Por supuesto, tampoco se
trata ahora de la mullida retórica de convertir mi revés en
victoria, sino de cierta vocación einsteniana de ahorrarle tiempo a mis
colegas de Extramuros: igual si epígonos o competidores.
Intelectuales/inversionistas de todos los países, ¡ya estáis
sobre aviso!
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