El viejo del
mercado
PINAR DEL RÍO, junio (www.cubanet.org) - Era domingo por la tarde y
corría una brisa que empezaba a envejecer. Algunas personas realizaban
sus compras en el mercado. En Cuba, comprar en los mercados se está
convirtiendo en un privilegio que disfrutan muy pocas personas.
Un ciudadano promedio no tiene los ingresos suficientes para realizar
compras cotidianas en un mercado libre. El cubano está obligado a comer
de los alimentos que recibe racionados por la libreta estatal, y eso es bien
poco.
Pero era domingo y al parecer la gente había estado ahorrando. El
mercado se veía más animado. Una señora discutía
precios con el encargado de la venta de carnes. Al fin quedó convencida y
accedió a efectuar la compra. Entonces vi al viejo.
El hombre estaba sentado en el suelo a un costado del establecimiento de los
vegetales. Algunos pasaban por el lugar y lo miraban. Eran miradas parecidas a
las que a veces dirigimos a los objetos extraños.
Al principio lo miré como los demás. Luego fue otra cosa. Era
la primera vez que veía a aquel anciano. El hombre tenía a su lado
un saco mugriento que nadie sabe qué guardaba. Lo cierto es que se
abrazaba al saco como si se tratara de su tesoro más grande.
Esa tarde no compré nada en el mercado. Cuando vi al viejo sentado en
el suelo, sólo atiné a mirarlo detenidamente. Pensé que
aquel hombre había sido niño alguna vez y corrió por las
calles y tal vez fue lo más grande de la vida para sus padres. Lo más
probable era que no tuviera nada en el mundo, sólo aquel saco del que no
se separaba. Entonces se levantó y se encaminó a la puerta del
mercado. Se detuvo junto a los latones de basura. Miró a un lado y otro y
comenzó a sacar objetos de los contenedores. En su saco echaba todo lo
que le parecía de importancia: latas, restos de vegetales ya marchitos,
cartones que un día fueron partes de algunas cajas, hojas sueltas y otras
cosas echadas a la basura.
El viejo llenó el saco y se alejó del lugar. En la noche el
calor era insoportable y caminé hasta la entrada del mercado. Allí
se levantan árboles enormes que refrescan el sitio. Entonces vi el grupo,
la ambulancia y un carro de la policía. Me acerqué y pude darme
cuenta de lo que sucedía cuando vi el cuerpo de un hombre colgando por
una soga amarrada a la rama de un árbol. Era el viejo. Su figura se
balanceaba todavía acompasadamente. Un hombre se me acercó
despacio y me dijo al oído:
- Pobre viejo, un policía le quitó el saco con sus cosas y le
prohibió regresar al mercado.
Hice un gesto de agradecimiento al hombre por su confesión y me alejé
del lugar. Me encaminé al parque del pueblo y me senté en un banco
a pensar. El viejo fue valiente y no renunció a su lugar y sus cosas.
Decidió morirse para no complacer a quien intentó arrebatarle lo único
que le quedaba en este mundo. cnet/06
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba controla el acceso a Internet. CubaNet no
reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción
de este material, siempre que se le reconozca como fuente.
|