El
nacionalismo nacional: ¿Meta o mito?
(A despropósito del 24 de Febrero)
Tamina S. Cué
"(...) si la madre España cae -digo, es un
decir- salid, niños del mundo; id a buscarla...!" ESPAÑA,
APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ - CÉSAR VALLEJO
Un fantasma recorre Cuba: el fantasma del nacionalismo.
Y es fórmula fácil -"pan comido", "como coser y
cantar"-: a futuros inciertos, pasados inamovibles; a presentes precarios,
una férrea lectura del origen-destino de la nación. Easy-shopping:
te venden un porvenir improbable a cambio de un pasado posible -unívoco.
Se llama Marketing de la Historia y, más temprano que tarde, habrá
de estudiarse en la televisada Universidad para Todos.
En consecuencia, ningún cubano de Cuba podrá sentirse
desvalido en medio de la actual noche patria: incluso en pleno naufragio aún
podremos asirnos a nuestra sublime fatalidad geográfica. En consecuencia,
al menos hoy todos contamos con ese breve pero suficientemente trágico
pastiche histórico que zurce en un mismo lienzo al 10/10/1868 con el
24/2/1895 con el 12/8/1933 con el 1/1/1959 -recortería narratológica,
vocación de zapatero remendón.
Como ubicuos jinetes apocalípticos, tales son los cuatro colores
primarios de nuestro óleo nacionalista. Bastan esas cuatro fechas para
atizar el espejismo del making of una gran nación donde antes apenas
existía La Mayor de las Antillas -una finca fértil. Y justo desde
esos cuatro peldaños de trampolín podremos saltar entonces hacia
una meta común: asaltar el mito heroico de la identidad nacional sin
importarnos demasiado si abajo nos espera la mar-océano o tan sólo
una piscinita vacía -rezago de nuestra burguesía caída en
desgracia no desde el 1/1/1959 sino acaso desde el mismo 10/10/1868.
Como ocurre con todos los -ismos sociales, tampoco ha sido gratuita entre
los cubanos de Cuba la entronización del nacionalismo más como
terapia intensiva que como discurso oficial -monológico, por lo demás.
No se trata aquí de un fenómeno novedoso -ni siquiera moderno-
sino de un viejo reflejo mítico de la humanidad. Y es que, ante el clarín
real o falaz de "¡el lobo, que viene el lobo...!", no hay
conglomerado histórico que no reaccione cerrando sus filas a cal y canto,
a la par que todos echan mano a una buena tranca para repeler al salvaje invasor
-sea lobo, águila calva, o mero gusano. ("Tranquilidad viene de
tranca" era la reprimenda preferida de mi madre, quien desde los años
60 ya intuía que todo poder es siempre un rejuego etimológico: una
incontinente voluntad de narrar a conveniencia un país.)
Llegamos así con naturalidad a nuestro síndrome "del telón
de acero" o, en un argot más doméstico, al "de los
pestillos pasados" (incluso pasados de moda). Según el español
Fernando Savater, es algo así como una esquizofrenia donde el país
y el contra-país pugnan -a machetazos, porrazos, o con batallas de ideas-
por absorber el todo por la parte. Toda identidad deviene así, por
definición, en un pacto ficcional: un sesgo, un arquetipo. De ahí
su infantilismo inmanente y su eficacia estadística. De ahí que el
Coro Trágico Nacional no disponga más que de un bocadillo al cual
aferrarse antes de que caiga el telón. Y lo corea ad infinitum, ad
absurdum, y hasta el taedium vitae: "¡Cierra la muralla, cierra la
muralla...!", tal como lo legitimara en versitos para niños Nicolás
Guillén, nuestro -¡no podía ser de otro modo!- Poeta
Nacional.
Por otra parte, "que Cuba se abra con todas sus magníficas
posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba" fue el leit-motiv con
que el Papa Juan Pablo II dejó inaugurada su visita a la Isla, en enero
de 1998 -en otro siglo y milenio. Aquel antídoto contra el hermetismo
nacional pareció caducar el mismo domingo 25 en que despegó el
MD-11 del Sumo Pontífice, aún reverberantes los aplausos entre las
inconmovibles arquitecturas de la Plaza de la Revolución, el Ministerio
del Interior, y el de las Fuerzas Armadas: todo bajo las miradas cómplices
de un Martí en piedra, un "Che" Guevara metálico, y un
Cristo de cartón -ecléctica iconografía insular.
Sucede que, justo un quinquenio después, tal vez sea pertinente ahora
subir la dosis de un antídoto mucho más pragmático que
programático: "que Cuba se abra con todas sus magníficas
posibilidades a la propia Cuba". Porque, ¿no es acaso a los nacionales
a quienes excluye en primer término cualquier nacionalismo a ultranza? Ya
sabemos que es legal, pero ¿será legítimo que una parte de
Cuba -aún siendo la mayor- juegue a "la gallinita ciega" con la
otra parte de Cuba -aún siendo la menor? ¿Existirá algún
derecho para nuestras minorías o todo no ha sido más que otro "populismo
cualitativo": antesala proto-fascista según el pensador italiano
Umberto Eco?
Rechazo de plano cualquier conato de respuesta simplista. Por favor, no más
slogans donde enarbolar -a ratos a media asta- el kitsch político
nacionalista de uno u otro signo, pues todos serán enseguida reconocibles
por el uso abusivo de las cuatro fechas referidas arriba -10/10/1868, 24/2/1895,
12/8/1933, 1/1/1959-, las que son esgrimidas a nivel de discurso como si se
tratara de un tute triunfal: una patente de corso.
Es cierto que un pueblo desmemoriado habrá de ser conducido
mansamente hacia cualquier otra parte, desde la hi-tech ducha de teléfono
hasta la rústica cámara de gas Zykklon: las dos camufladas bajo
una misma marca, BRAUSEBAD -etimología sin ética. Pero, ¿qué
suerte le espera entonces a un pueblo con memoria hipermétrope -uno que
se enorgullece de vislumbrar mucho en lontananza y no se embulla a ver nada bajo
su propia nariz? ¿Cómo distinguirá éste la meta
improbable del mito posible en los pregones de cualquier orador?
Releyendo los versitos acaso también para niños de "España,
aparta de mí este cáliz" -libro póstumo del poeta
peruano César Vallejo-, y sin ningunear jamás la sentencia de Lévi-Strauss
de que "todo desciframiento de un mito es otro mito", se me ocurre que
ha llegado el lugar y el momento de tañer un rimbombante contra-clarín
post-nacional que anuncie algo así como un ¡Cuídate, Cuba, de
tu propia Cuba! / ¡Cuídate de la hoz sin el martillo, / cuídate
del martillo sin la hoz! / ¡Cuídate de la víctima a pesar
suyo, / del verdugo a pesar suyo / y del indiferente a pesar suyo! / (...) / ¡Cuídate
del leal ciento por ciento! / (...) / ¡Cuídate de tus héroes!
/ ¡Cuídate de tus muertos! / (...) / ¡Cuídate del
futuro...!
No importa que a uno y otro extremo de nuestros nacionalismos nacionales se
me tilde ahora de pretender pasar por evangelista con dos milenios de retraso -más
el agravante de portar un sexo equivocado. Créanme que esta vez se trata
en verdad de una Mala Nueva: un Disangelio antes que un Evangelio. Mas si no
probable, al menos tampoco creo imposible que aún estemos a tiempo: ¡por
favor, no lo hagamos demasiado peor ahora...! A estas alturas ya toda tragedia
es out-fashioned y, además, ¿no existirá siquiera una duda
razonable de que la piscinita pueda estar absolutamente vacía?
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