Anatomía
de un barrio en ruinas
Armando Soler
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Ayudo al anciano a levantarse. Se ha
lastimado una rodilla al caer sobre la carcomida acera. Nativo de Santos Suárez,
al parecer, me comenta adolorido: "¡Esto ya es una guardarraya!"
El área de este barrio es de unos cuatro kilómetros cuadrados.
Antes de 1959, estaba poblado por ciudadanos de clase media y algunos de clase
alta. Delimitado por la Avenida Santa Catalina, la Calzada de Vía Blanca
y la Calzada de 10 de octubre, el barrio es un enorme triángulo
irregular, conformado por alrededor de 200 manzanas y cruzado por 69 calles con
nombre y apellido. Posee cerca de 100 mil metros cuadrados de superficie de
aceras, y alrededor de 280 mil metros cuadrados para viales automotores.
En un trabajo de campo con el fin de analizar el estado de los servicios públicos
elementales, revisé el 10 por ciento de las calles como muestra de análisis.
Los resultados son deprimentes.
El nivel de deterioro o destrucción avanzada del promedio de
superficie peatonal oscila entre el 15 y el 25 por ciento de esa área por
cuadra, y en algunos casos particulares es muy próximo al 50 por ciento.
En cuanto a las calles, pese a recientes esfuerzos formales de reparación,
curiosamente en los alrededores de los centros educaciones, un aproximado de la
tercera parte del total del pavimento está deteriorado en extremo.
Algunas calles son intransitables. Los múltiples salideros del servicio
de agua corriente acrecientan este efecto devastador.
El sistema de alcantarillados es el mismo de hace más de 60 años
para una población tres veces mayor. Entre el 30 y 40 por ciento de las
calles no poseen o tienen cegadas las bocas de las alcantarillas para el desagüe.
En determinadas conjunciones de calles, como las de Zapotes y Durejes, se
observan delirantes adaptaciones constructivas en las viviendas de los vecinos,
que han tratado de levantar el nivel del suelo de sus casas para enfrentar las
crecidas que allí se concentran en temporada de lluvias.
La iluminación pública deja mucho que desear. Exceptuando dos
o tres avenidas con instalación regular, aunque inestablemente
utilizadas, la oscuridad reina en el resto. Se calcula una luminaria cada cinco
o seis cuadras, aunque no siempre se enciende, o lo hacen de manera alterna.
El suministro de agua corriente a las viviendas ocurre, en la mayoría
abrumadora del área, cada 48 horas. Abunda la "cultura del tanque y
el jarrito", la que sustituye el uso de duchas y llaves de agua buena parte
del tiempo, promoviendo la multiplicidad de depósitos con poca higiene y
la constante presencia de vectores dañinos, transmisores de epidemias.
Entre otros males, la falta de señalización de buena parte de
las calles, de hidrantes para incendios, y la pobre y distante ubicación
de teléfonos públicos, se suman al apabullante paisaje de casas
deterioradas, faltas de pintura y superpobladas. Las maltratadas áreas
verdes son las mismas de hace cuatro décadas, despobladas de muchos de
sus árboles.
El nivel de abandono y vandalismo del área pública que sufre
esta zona no es privativa. Con excepción de zonas turísticas muy
precisas y recién remozadas, el deterioro de la ciudad-capital es
creciente y todo indica que sucede ante la mirada indiferente de las autoridades
competentes.
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