Meditar sobre
discrepancias cultas
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Cuando a las 10 de la mañana
del 24 de febrero comenzó en el minúsculo apartamento de Martha
Beatriz Roque el acto central de la Asamblea para Promover a la Sociedad Civil
en Cuba para conmemorar desde el Grito de Baire hasta el derribo por la Fuerza Aérea
de Castro de cuatro pilotos de la organización Hermanos al Rescate, se
encontraban entre el medio centenar de personas allí presentes la esposa
del disidente encarcelado Oscar Elías Biscet y el Jefe de la Sección
de Intereses de los Estados Unidos de América, Embajador James Cason.
Decenas de actos similares se estaban celebrando en todo el país por
las organizaciones adscritas a la Asamblea, según se pudo conocer más
tarde. Pero, entretanto, la nota curiosa era la imagen patética de un
embajador yanqui resignado a ver lo que ocurría desde un atestado
pasillo, porque ése fue el lugar que encontró. Su elevada
estatura le sirvió de mucho, mientras su ojos azules sorteaban las
acrobacias de fotógrafos y camarógrafos de la prensa extranjera
acreditada en Cuba y de sus colegas independientes.
La última vez que la Asamblea realizó evento de naturaleza
similar, alrededor de un centenar de personas se desbordó hacia la calle,
por cierto digna de un estudio geológico para averiguar cuántos
baches y agujeros la adornan. Por ello, para esta ocasión, la Asamblea
decidió limitar el número de participantes. Pero ni aún así
pudo evitarse que el Embajador Cason se viera relegado a lo que en jerga de
teatros se denomina el gallinero.
No obstante, ni Cason, ni la esposa del opositor Biscet parecieron sentirse
molestos por apreturas y relegamientos. Estaban allí. Por lo tanto, de
un modo, y de otro, estaban expresando reconocimiento y solidaridad hacia la
Asamblea, en tanto que empeño alternativo al gobierno de Fidel Castro,
tanto como lo es el bien conocido Proyecto Varela, por cierto motivo de apoyo
oficial para la administración Bush y para muchos otros interesados en
atraer a Cuba hacia un régimen de normas democráticas
internacionalmente aceptadas.
Seguramente, tanto en la Habana como en el resto de Cuba, firmantes del
Proyecto Varela, incluso hasta seguidores cuasi fanáticos de Oswaldo Payá,
estaban haciendo lo mismo que el montón de apiñados en el
apartamento de Roque. Todos, absolutamente todos, conmemoraban una fecha tan
patria como el aniversario del Grito de Baire, y recordaban lo que para el mundo
opositor fue un asesinato en el aire. Recordaban y condenaban, quede claro.
Quizás como de paso, pero no tan de paso, varelistas y antivarelistas
desde el lado opositor coincidían en exigir libertad para los presos políticos
y de conciencia, apertura política y económica, ratificación
y respeto gubernamental de los instrumentos jurídicos internacionales
sobre derechos humanos, y, como se dice en Cuba, el diablo colorao. Cada uno a
su forma, en medio de discrepancias de todo tipo -el embargo, si cuadrar la caja
con la Constitución del 76 o el 92 o el 2002,váyase a saber, o lo
que sea- pero todos arribando a un consenso objetivo que para Cuba vale en estos
momentos su peso en oro. Para Cuba, así de simple.
Lo más interesante de ese proceso está ahí: el opositor
de a pie, con los zapatos rotos y un hambre que da lástima entre tanta
corrupción social, está dejando de acusar al opositor de al lado
de agente de la policía política, y se está dedicando a ver
cómo diantres pueden trabajar juntos. Quien no sirve se detecta, porque
todo lo fastidia. Y lo curioso es que está resultando.
Quizás esté naciendo en Cuba otra cultura política; se
le puede llamar así -cultura-porque está emergiendo desde lo
profundo de la sociedad. Desde tan profundo, que aún parece que va a
demorar bastante dicha cultura en permear a las jerarquías opositoras.
Las gubernamentales, por ahora, parecen incorregibles. Así que tratemos
de concentrarnos en las de la oposición, diríase bien encuadradas
en la dicotomía Payá vs. Martha Beatriz Roque, a los efectos de
este periodista sólo un instrumento para el análisis, no el
recurso de una media sin dignidad para explorar los matices, y para la cual nada
mejor que esas dicotomías, un poco al estilo de "en la esquina roja,
en la esquina azul
.."
Si se toma a los dicotomantes por símbolos, pudiera decirse de Roque
que aspira a ser la Margaret Thatcher de Cuba. Pero trabaja como una mula por la
democracia, aún pese a su carácter para algunos insufrible. Payá,
por su parte, parece un santo salido de los infiernos. Con su Proyecto Varela ha
revuelto el mundo, pero sigue siendo un Payá que en una entrevista radial
concedida el 19 de febrero a la emisora miamense WQBA dijo de Roque, y de sus
partners asambleístas Rene Gómez Manzano y Félix Bonne
Carcasses: "Sinceramente, no tengo confianza humana en ellos."
Dentro de Cuba, algunos se preguntan cómo ha sido posible para Payá
incluso hasta mantener un vínculo laboral estatal. Atribuyen ese vínculo
a supuestas conexiones deshonestas, olvidando por cuánto ha pasado el
ingeniero para lograr su hazaña. Pero ahora Payá, de víctima,
deviene victimario.
A mucha honra, este periodista considera al Proyecto Varela un esfuerzo
notable pero del cual discrepa. Y a mucha honra, este periodista es uno de los
dirigentes de la Asamblea. Si se razona en términos políticos, la
pregunta digna de hacerse es desde cuándo es necesaria esa llamada
confianza humana para, en términos políticos, ir a la mesa de
negociaciones para llegar a acuerdos que serían representativos del
creciente consenso observable en las bases opositoras. Payá ha
reaccionado declarando no confiables a personas como René Gómez
Manzano, quien con su elegancia de Lord dijo muy acertadamente que por el modo
con que se conducía el proceso de firmas para gestar el Proyecto Varela, éste
no tenía validez jurídica. Y es verdad, verdad como templo.
Detalles que olvidó Carter -el inocente Carter, el diabólico
Carter- cuando mencionó al Proyecto Varela en el Aula Magna de la
Universidad de La Habana en palabras de gran impacto mediático.
Martha Beatriz Roque puede ser insufrible. Payá, con sólo el
ejemplo aquí mencionado, ha demostrado que puede serlo también.
Pero la pregunta no es si uno u otro son dignos de "confianza humana".
La pregunta es si serán capaces de elevarse a alturas presidenciables,
por el sencillo procedimiento de ascender hasta las alturas alcanzadas por las
bases opositoras. Roque ha dado pasos, ése es hecho conocido. Payá
tiene hoy inmensas responsabilidades, primera de las cuales es que comience a
pensar como político, como verdadero político capaz de identificar
al adversario principal. En tal sentido, parece llegada la hora de meditar sobre
discrepancias cultas, aunque un Embajador yanqui termine relegado al gallinero.
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