CUBANET .INDEPENDIENTE

25 de febrero, 2003

A rueda robada, carretilla decomisada

Miriam Leiva

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Humildes personajes arrastran sus rudimentarias carretillas a lo largo de las estrechas calles, ondulantes por los baches en el escaso pavimento, o brincando entre adoquines centenarios en los alrededores de la Plaza de la Catedral, en La Habana. De miércoles a sábado llevan las obras de arte de pintores, grabadores, escultores en madera, ceramistas y artesanos. El resto de la semana no, porque el Estado vela para que no vendan demasiado y "se enriquezcan".

El enjambre se mueve con desacostumbrada diligencia en esta ciudad, donde todo es lento y dificultoso. El inquieto cubano ha aprendido a tener paciencia para esperar lo que le toca enfrentar cada día: el transporte, la cola de las pocas medicinas en la farmacia o de algún alimento vendido por la magra cuota de racionamiento.

Todo debe estar listo antes de que comiencen a llegar los turistas extranjeros. Los mismos artistas o sus representantes colocan las obras en los sitios habituales, algunos con premura si se les ha hecho algo tarde. En cuanto llega el primer cliente muestran su mejor sonrisa, responden sus múltiples interrogantes y procuran convencerlos de que ésa será su mejor compra en la capital.

Nada parecido sucede en las tiendas estatales, donde al cubano apenas se le atiende cuando lanza su libreta de abastecimiento sobre el mostrador. Ni en las tiendas de artículos que se venden fuera de racionamiento. Un poco mejor lo recibirán en las que se compra en divisas, adonde debe acudir el cubano para adquirir lo más elemental a precios muy altos.

La iniciativa mercantil denota que el hombre motivado es eficiente. Los precios no son elevados como para enriquecerse, porque los artistas más cotizados usualmente no llevan su producción allí. Algunos de ellos, incluso, tienen la rara posibilidad de disponer de sus propias galerías o comercializan en sus hogares.

Sin duda, los vendedores de la Catedral tendrán ingresos superiores a los bajos salarios pagados a la mayoría de la población por el estado, en pesos devaluados. Pero además de recibir sus remuneraciones de forma honesta, como resultado de su trabajo, brindan la oportunidad de ganarse el sustento a miles de personas, fundamentalmente habitantes del pobre municipio Habana Vieja, quienes viven hacinados en carcomidos edificios con pequeñas habitaciones, y no poseen otras fuentes de empleo. En todo caso, los modestos pagos que reciben son muy superiores a cualquier salario del bienhechor empleador estatal.

En algún espacio se preparan meriendas. En otro se engalanan, más bien disfrazan, las damas y caballeros negros y mulatos que pululan para reclamar a los turistas el pago de un dólar por retratarse junto a "lo folclórico" con un puro habano en la boca. Quizás en otro se guardan las obras o la carretilla para trasladarlas desde algún improvisado y vetusto almacén al mercado en la mañana.

Pero el miércoles 19 de febrero llegaron ¡a las carretillas! los temidos inspectores. Comenzó el decomiso y la imposición de multas de 600 pesos (unos 23 dólares). Como promedio, los carretilleros ganan alrededor de 30 dólares mensuales por su humilde labor.

- ¿Por qué quiere llevarse mi carretilla? -inquirió un propietario. Tengo licencia.

Respuesta muy sencilla. A la cubana. En la Habana Vieja los grandes depósitos plásticos para la basura han perdido sus ruedas. Los carretilleros las han "tomado" para fabricar sus instrumentos de trabajo

Un ingenuo propietario replicó:

- Yo no las robé. Además, tengo licencia. En todo caso, llévese las ruedas y déjeme el resto.

Respuesta del inspector:

- Muéstreme los papeles de compra de la madera.

Pero, ¿qué comprobantes puede tener alguien, si esos artículos no se comercializan en la red de establecimientos estatales, en pesos o dólares? Debe suponerse, pues, que fueron adquiridos en el mercado negro, que de ilegal ha pasado a habitual.

Conclusión: como no se encuentran las ruedas ni los que han cometido el supuesto delito, alguien tiene que cargar con las culpas. Se acabaron las carretillas, y para colmo, deben abonar 600 pesos.

Es cierto que en lugares donde están colocados tanques de desperdicios con ruedas, alguno se encuentra en muletas o necesita silla de ruedas. Reprobable actuación que lesiona a toda la ciudadanía. Pero la solución no puede ser arbitraria.

Por todo el país se han emprendido grandes redadas en los últimos meses. Se inició con la persecución de las drogas y se ha extendido a todo lo imaginable: antenas parabólicas escondidas para captar los prohibidos canales extranjeros, "bancos" de alquiler de "videocasetes", sacos de harina... La penalización va desde el decomiso de los materiales hasta la confiscación de las viviendas.

Ahora ha toca el turno a las carretillas. ¿Mañana qué vendrá?

Ola represiva contra trabajadores por cuenta propia


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