CUBANET .INDEPENDIENTE

24 de febrero, 2003

Sin azúcar no hay país

Ana Leonor Díaz, Grupo Decoro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Cuba, que desde hace tres siglos era conocida como "azucarera del mundo", acaba de renunciar a su primera industria, y deja en la estacada a más de un millón de familias que tendrán ahora que reorientar su modo de vida.

La llamada "reconversión" azucarera se anuncia con cautela y continuas declaraciones oficiales, que aseguran que nadie quedará sin ingresos -lo del empleo es otra cosa.

Desde hace un decenio (en 1992) un tercio de los 156 centrales azucareros están parados por falta de recursos para mantener la ineficiente maquinaria de tecnología de Europa Oriental.

El gobierno alega que ya le resulta imposible producir azúcar por debajo de los precios deprimidos del mercado mundial, una realidad que la Isla pudo evadir mientras duró el subsidio soviético para financiar una industria deficiente y cultivos "fantasmas" que apenas daban 10 ó 20 mil arrobas por caballería de rendimiento.

Hace dos años, el gobierno declaró que, por razones históricas y culturales, la industria azucarera nunca sería abandonada en favor de otro sector económico más rentable, pero la realidad se impone.

La producción de azúcar en la zafra 2000-2001 a duras penas alcanzó 3,5 millones de toneladas, y en las bodegas habaneras el estado vendió azúcar de Brasil por la libreta de racionamiento.

El concepto faraónico de la industria azucarera se inició cuando a fines de los años 60 el gobierno se propuso producir, contra todos los pronósticos, diez millones de toneladas de azúcar, algo que nunca logró, pero que costó al país la paralización de las principales actividades productivas por 18 meses en 1969, y la destrucción del sistema ecológico en importantes zonas del país.

En ese entonces, una brigada del ejército, con costosos equipos pesados de tala y desmonte, arrasaron con extensas zonas boscosas en las provincias orientales y Camagüey, que vieron cómo se destruía el ecosistema de la cuenca del Cauto y enormes sabanas de pasto en favor de un cultivo de grandes gastos en fertilizantes, herbicidas y combustibles, sin la adecuada proporción de costo-beneficio.

El desplome del comunismo europeo a principios de los años 90 puso en evidencia la ineficiencia del sistema económico y las estrategias erráticas de una industria que, en 1959, exhibía 300 años de tradición.

Pero el golpe de gracia de estos "palos a ciegas" lo trajo el huracán Michelle, que en noviembre de 2001 arrasó a 8 de las 14 provincias del país, ocasionó pérdidas por 10 millones de dólares en instalaciones e ingenios y "encamó" 144 mil caballerías de caña, acelerando su maduración.

Sólo pudieron moler 53 de los 156 centrales en la última zafra 2001-2002, pero sus resultados no son los que se esperaban. La productividad alcanzó las más bajas cotas, aún en las provincias orientales, que no habían sido afectadas por el ciclón, con jornadas de corte de cuatro horas, mala alimentación y escasa ropa de trabajo.

Los costos también se encarecieron en el proceso industrial por la molida atrasada de caña; el 65 % de la gramínea tenía tres y cuatro días de cortada, básicamente por falta de combustible para el transporte y prolongados apagones en los ingenios. Los cortes de energía eléctrica ocurrían después de las cinco de la tarde en los centros de acopio, procesadores mecánicos que cortan y quitan la paja de la caña antes de pasar al central.

A su vez, muchos ingenios sólo disponían de combustible para un día, retrasando el tiro por camiones y tractores.

A varios meses del desastre, el gobierno admite que, por tercer año consecutivo, 45 centrales no molieron.

La estrategia oficial se llama "redimensionamiento", y tiene por objetivo poner fin al caos social y económico de una industria que, hasta 1999 era la principal fuente de ingresos del país, seguida del turismo y el níquel. Ahora, esa relación se invirtió: el turismo y el níquel proveen el escaso sueldo de la nación, y del azúcar... nada.

Fuentes oficiales dijeron que al menos se ahorrarán 300 millones de dólares en gastos de operación que costaban las zafras, más otros cien millones en combustible.

Ahora, 71 centrales serán desmantelados y su personal tendrá varias opciones. Lo que queda de la industria pondrá el énfasis en la producción de azúcar para consumo nacional y derivados de alto valor que si no pueden vender en el extranjero, se espera sustituyan costosas importaciones.

Se trata de la deztrana (empleada como catalítico en la industria petrolera), el furfural (para pintura y barnices protectores), sorbitol (para la producción de medicamentos y cosméticos), la fibra de bagazo para tableros (en la industria del mueble) y alcohol absoluto (para fabricar ron y medicamentos).

Los equipos de los centrales desmantelados serán aprovechados para crear un "banco" de piezas de repuesto, y algunos, con maquinaria obsoleta, intentarán atraer turismo extranjero, con visitas dirigidas a "un ingenio típico", como el central "Australia", que fue el comando de operaciones del gobierno cuando la invasión a Bahía de Cochinos en 1961, y quieren convertirlo en museo.

Las opciones son perentorias para la fuerza de ingenieros, técnicos y obreros arraigados por generaciones en los bateyes ahora silenciosos: pueden pasar a trabajar en otros centrales (no se habla de darles vivienda) lejos de sus familias; pueden estudiar una carrera universitaria como ingeniería informática, aunque no les garantizan después una plaza, o pueden negarse a estudiar, con lo cual se les paga un mes de sueldo y quedan sin trabajo.

El experimento escolar comenzó en octubre con 84 mil matriculados que tendrán ingresos (que no empleos) garantizados si aceptan hacer cursos de recalificación en cultivos varios y forestales por tres años. En un futuro están obligados a trabajar en granjas estatales, ganadería de búfalos (¿?) o desarrollo de bosques durante cinco años (los técnicos) y ocho los universitarios.

Pero el gobierno no ha explicado cómo enfrentará el mercado laboral abarrotado en 2005, o si continuará pagando salarios simbólicos de siete dólares mensuales para retener un ejército de jóvenes calificados sin empleo productivo.

Desde que la revolución de los barbudos triunfó en 1959, el gobierno prometió que no había más "tiempo muerto" en los bateyes y sería erradicado el precario bohío de palmas y yaguas.

Ahora se confirma que el grueso de la planta industrial azucarera, ociosa en los últimos tres años, pasará a los recuerdos de la historia, mientras el feo bohío actual de lata y cartón prolifera en todas las ciudades.


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