Sin azúcar
no hay país
Ana Leonor Díaz, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Cuba, que desde hace tres siglos era
conocida como "azucarera del mundo", acaba de renunciar a su primera
industria, y deja en la estacada a más de un millón de familias
que tendrán ahora que reorientar su modo de vida.
La llamada "reconversión" azucarera se anuncia con cautela
y continuas declaraciones oficiales, que aseguran que nadie quedará sin
ingresos -lo del empleo es otra cosa.
Desde hace un decenio (en 1992) un tercio de los 156 centrales azucareros
están parados por falta de recursos para mantener la ineficiente
maquinaria de tecnología de Europa Oriental.
El gobierno alega que ya le resulta imposible producir azúcar por
debajo de los precios deprimidos del mercado mundial, una realidad que la Isla
pudo evadir mientras duró el subsidio soviético para financiar una
industria deficiente y cultivos "fantasmas" que apenas daban 10 ó
20 mil arrobas por caballería de rendimiento.
Hace dos años, el gobierno declaró que, por razones históricas
y culturales, la industria azucarera nunca sería abandonada en favor de
otro sector económico más rentable, pero la realidad se impone.
La producción de azúcar en la zafra 2000-2001 a duras penas
alcanzó 3,5 millones de toneladas, y en las bodegas habaneras el estado
vendió azúcar de Brasil por la libreta de racionamiento.
El concepto faraónico de la industria azucarera se inició
cuando a fines de los años 60 el gobierno se propuso producir, contra
todos los pronósticos, diez millones de toneladas de azúcar, algo
que nunca logró, pero que costó al país la paralización
de las principales actividades productivas por 18 meses en 1969, y la destrucción
del sistema ecológico en importantes zonas del país.
En ese entonces, una brigada del ejército, con costosos equipos
pesados de tala y desmonte, arrasaron con extensas zonas boscosas en las
provincias orientales y Camagüey, que vieron cómo se destruía
el ecosistema de la cuenca del Cauto y enormes sabanas de pasto en favor de un
cultivo de grandes gastos en fertilizantes, herbicidas y combustibles, sin la
adecuada proporción de costo-beneficio.
El desplome del comunismo europeo a principios de los años 90 puso en
evidencia la ineficiencia del sistema económico y las estrategias erráticas
de una industria que, en 1959, exhibía 300 años de tradición.
Pero el golpe de gracia de estos "palos a ciegas" lo trajo el
huracán Michelle, que en noviembre de 2001 arrasó a 8 de las 14
provincias del país, ocasionó pérdidas por 10 millones de dólares
en instalaciones e ingenios y "encamó" 144 mil caballerías
de caña, acelerando su maduración.
Sólo pudieron moler 53 de los 156 centrales en la última zafra
2001-2002, pero sus resultados no son los que se esperaban. La productividad
alcanzó las más bajas cotas, aún en las provincias
orientales, que no habían sido afectadas por el ciclón, con
jornadas de corte de cuatro horas, mala alimentación y escasa ropa de
trabajo.
Los costos también se encarecieron en el proceso industrial por la
molida atrasada de caña; el 65 % de la gramínea tenía tres
y cuatro días de cortada, básicamente por falta de combustible
para el transporte y prolongados apagones en los ingenios. Los cortes de energía
eléctrica ocurrían después de las cinco de la tarde en los
centros de acopio, procesadores mecánicos que cortan y quitan la paja de
la caña antes de pasar al central.
A su vez, muchos ingenios sólo disponían de combustible para
un día, retrasando el tiro por camiones y tractores.
A varios meses del desastre, el gobierno admite que, por tercer año
consecutivo, 45 centrales no molieron.
La estrategia oficial se llama "redimensionamiento", y tiene por
objetivo poner fin al caos social y económico de una industria que, hasta
1999 era la principal fuente de ingresos del país, seguida del turismo y
el níquel. Ahora, esa relación se invirtió: el turismo y el
níquel proveen el escaso sueldo de la nación, y del azúcar...
nada.
Fuentes oficiales dijeron que al menos se ahorrarán 300 millones de dólares
en gastos de operación que costaban las zafras, más otros cien
millones en combustible.
Ahora, 71 centrales serán desmantelados y su personal tendrá
varias opciones. Lo que queda de la industria pondrá el énfasis en
la producción de azúcar para consumo nacional y derivados de alto
valor que si no pueden vender en el extranjero, se espera sustituyan costosas
importaciones.
Se trata de la deztrana (empleada como catalítico en la industria
petrolera), el furfural (para pintura y barnices protectores), sorbitol (para la
producción de medicamentos y cosméticos), la fibra de bagazo para
tableros (en la industria del mueble) y alcohol absoluto (para fabricar ron y
medicamentos).
Los equipos de los centrales desmantelados serán aprovechados para
crear un "banco" de piezas de repuesto, y algunos, con maquinaria
obsoleta, intentarán atraer turismo extranjero, con visitas dirigidas a "un
ingenio típico", como el central "Australia", que fue el
comando de operaciones del gobierno cuando la invasión a Bahía de
Cochinos en 1961, y quieren convertirlo en museo.
Las opciones son perentorias para la fuerza de ingenieros, técnicos y
obreros arraigados por generaciones en los bateyes ahora silenciosos: pueden
pasar a trabajar en otros centrales (no se habla de darles vivienda) lejos de
sus familias; pueden estudiar una carrera universitaria como ingeniería
informática, aunque no les garantizan después una plaza, o pueden
negarse a estudiar, con lo cual se les paga un mes de sueldo y quedan sin
trabajo.
El experimento escolar comenzó en octubre con 84 mil matriculados que
tendrán ingresos (que no empleos) garantizados si aceptan hacer cursos de
recalificación en cultivos varios y forestales por tres años. En
un futuro están obligados a trabajar en granjas estatales, ganadería
de búfalos (¿?) o desarrollo de bosques durante cinco años
(los técnicos) y ocho los universitarios.
Pero el gobierno no ha explicado cómo enfrentará el mercado
laboral abarrotado en 2005, o si continuará pagando salarios simbólicos
de siete dólares mensuales para retener un ejército de jóvenes
calificados sin empleo productivo.
Desde que la revolución de los barbudos triunfó en 1959, el
gobierno prometió que no había más "tiempo muerto"
en los bateyes y sería erradicado el precario bohío de palmas y
yaguas.
Ahora se confirma que el grueso de la planta industrial azucarera, ociosa en
los últimos tres años, pasará a los recuerdos de la
historia, mientras el feo bohío actual de lata y cartón prolifera
en todas las ciudades.
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