CUBANET .INDEPENDIENTE

20 de febrero, 2003

Respiración artificial de cultura cubana

Patricia Fontanar

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Asistimos, un pequeño grupo de escritores, a la conferencia de un amigo. Organizada en una librería subsede, a la sombra de la Feria del Libro de La Habana, se retrasó por la espera de un improbable público y comenzó finalmente "en familia" a las 3 de la tarde. Subíamos las escaleras del estrecho saloncillo y ocupamos asientos rápida y silenciosamente, como un grupo de familiares que asisten a un velorio.

La conferencia, de presentación al libro de Ricardo Piglia, Respiración Artificial, estuvo a cargo del escritor y poeta Jorge Alberto Aguiar Díaz. Este supo aprovechar a Ricardo Piglia y abrió su discurso hacia el enfoque de 'El escritor argentino y la tradición' -texto de Borges comentado por Piglia- haciendo un análisis de la literatura cubana y sus nacionalismos. En la opinión de Jorge Alberto, nuestra literatura contemporánea, caduca y perdida en la búsqueda de cánones nacionales, y ahogada en la ansiedad poscolonial, debe situarse para su salvación en el estatus de postnacionalidad. Cito: "El escritor cubano de hoy debe, como estrategia de supervivencia, ubicar su conceptualización literaria en un espacio postnacional".

Una vez finalizada la conferencia, el mínimo auditorio, -que repito, se componía de 4 amigos del conferencista- le pidió que abundara sobre el tema, y tuvo lugar el dialogo merecedor de estas líneas.

Se comentó el provincialismo lírico que rodea hoy a la literatura cubana dentro de la isla; aquélla, se dijo, ara en el mar. No se encuentra "viva" y su letargo se parece a un largo tiempo muerto. Y es que en nuestra aldea la literatura, como la cultura, se mantiene en el tramite oficial, es coordinada, institucionalizada, y reivindicada por y según el discurso oficial que se ampara en una elaborada "tradición". Las maniqueas raíces tan parloteadas que equilibran en una cuerda sostenida desde la palabra Cultura en las tribunas, hasta la voz chillona del funcionario cultural.

Rolando Sánchez Mejías, en un debate publicado en Encuentro en la Red, dice: "¿Dónde comienza la política y termina la retórica? ¿Pound se equivocó en vida o en poesía? ¿Era Lezama un blanco venido a menos que escribía poesía barroca porque añoraba un Siglo de Oro en la cultura y Guillén un mulato comunista que quería hacer sonar los versos como si fueran tambores porque la sangre lo pedía? ¿Así las cosas en la cultura?" Y es que la voz oficial de la "cultura cubana" ha creado sus cánones de tradición, de manera que Guillén es tan mal leído como Martí, porque se les ha construido un discurso que los re-crea y los ubica a su antojo para que sirvan de baluarte político.

Así las cosas en la cultura, el cubano medio no lee ni a Guillén ni a Martí donde merece la pena leerlos, les tiene repulsión y de tan conocidos se han vuelto inmensamente desconocidos allí donde en realidad dieron en el blanco en materia literaria los dos, y de pensamiento el segundo, y allí donde son en verdad antecedentes culturales de importancia.

La estrechez de un discurso "cultural" monolítico hace de la cultura una reducción hereditaria y estereotipada que marca delimitaciones en las maneras de pensar, leer y hacer una tradición, y crea una mediocre manera de hacer, pensar y leer la cultura.

"Si la literatura se inserta exclusivamente dentro de un espacio nacional y hegemónico, se murió", sentenció Jorge Alberto en nuestra conversación "en familia" y su voz resonó en el saloncillo como un pésame.

Sánchez Mejías había dicho: "Actualmente vivimos el resurgimiento del nacionalismo cubano. Para dicha empresa no contamos con muchos siglos. Ahí tenemos el siglo XIX. ¿Quién no tiene su siglo XIX? Pero el de 'nosotro'  tiene un hermoso atributo, el de parecer fundacional. (...) Desaparecida la ideología que cerraba el campo, la metástasis se ha extendido de manera sobrehumana. O se ha encogido. Es como cuando uno se va poniendo viejo, se va muriendo, se encoge uno y no sabe si está viejo o enfermo, pero parece niño. Niño de la derecha a la izquierda. Pidiendo a gritos su siglo XIX como piden los niños viejos "su buchito de café", con la boca desdentada, ínfima, esclerótica, y sin embargo no desprovista de entusiasmo, de dulzura, de deseos de durar. Cada vez que uno ve un muerto venir hacia él debe preguntarle qué quiere."

Sánchez Mejías sintió esa muerte como nosotros en el saloncillo del velorio mientras conversábamos. "La respuesta del muerto se llama Tradición", dijo el ex integrante del grupo Diáspora(s) desde Barcelona.

Durante nuestra conversación se habló también de la cultura del exilio. Malas o regulares condiciones, y desarraigos y arraigos aparte, el exilio cubano posee la posibilidad de vivir espontáneamente, de alzar su voz sin la barrera de la censura, de acceder a la cultura mundial de la que está aislado el habitante de la isla, y de emitir una diversidad de registros. Aunque fuera de Cuba nuestra cultura se conserve como la momificación de una sensibilidad extrapolada y contaminada de nostalgia.

Pero ¿cuál es la sensibilidad dentro de la isla? Ramón Díaz-Marzo, periodista independiente de CubaNet, que asistió a la conferencia, recordó La Habana republicana de su niñez. Una manzana de aquella Habana parecía enorme por la cantidad de establecimientos que había en ella. Así, contó Ramón, la gente tomaba un ómnibus para distancias de cuatro manzanas. Hoy el habanero camina grandes distancias si puede evitar coger el ómnibus y apenas nota el cambio de escenario cuando pasa el límite de un municipio para entrar al otro. No hay matices. La basura, el polvo, la fealdad de los edificios destruidos, los escombros de antiguas construcciones, los viejos locales cerrados, la rutinaria decoración de las tiendas en divisa, y la rutinaria falta de decoración en los establecimientos de moneda nacional; una uniformidad de blancos y negros donde todo es gris.

Dice Ramón, "a medida que te vas poniendo viejo las 24 horas se acortan, el tiempo es menor y pasa muy rápido. Antes, cuanto la ciudad era mayor por su diversidad, era una ciudad infantil..." Esta era la abulia de la que se quejan jóvenes que padecen de vejez prematura, manera de sentir acentuada a partir de los años 90; La Habana es una aldea aburrida de la que todos, a excepción de los que aman la vida provinciana, quieren salir.

Sabemos que en ninguna aldea se puede hablar de avanzada cultural; sabemos que las aldeas sólo pueden reproducir, casi siempre mediocremente, la cultura de las ciudades. Sabemos que el carácter de uniformidad de la aldea reprime toda fuga a su ortodoxo sistema perfectamente encuadrado de tradiciones.

Un escritor de la generación de los 80, presente en la sala-velorio, habló de un periodo de estancamiento en la literatura cubana, en su opinión, manifestada por una ausencia de variedad temática. Según él, la literatura joven se encuentra inmersa en su mayoría dentro del erotismo y el realismo sucio. Quizás pudiera hablarse de una nueva uniformidad del arte, aunque diferente a la última uniformidad ocurrida en los años 70, durante el periodo gris del realismo socialismo.

Ahora no se trata de una posición casi obligatoria dictada explícitamente desde los presupuestos políticos del momento. Ahora coexisten varias razones, donde si el discurso oficial hace las veces de amortiguador de la creatividad, por medio de la censura, a la voz diferente o suspicaz, las circunstancias de una política editorial del mercado extranjero en torno a Cuba, ha impulsado un modo de escritura. Y dice Sánchez Mejías: "Sólo basta echar una ojeada a la literatura cubana de hoy día para saber de qué estamos hablando cuando empleamos el término de 'forma nacional'. Sólo basta preguntarse qué quieren las editoriales europeas de un escritor cubano para saber de qué estamos hablando. Como van a la caza en las Ferias del Libro de La Habana, amparadas por la 'política cultural cubana', el material folklórico esbozado en la literatura."

La literatura ha dejado de ser un "acto propio", dijo alguien en la sala velorio y en plena cara del muerto. Cuando Lezama hacía sus Orígenes, imprimía y repartía los números de la revista llevando a cabo precisamente eso, un acto propio de manifestación cultural. Ahora Orígenes tendría que ser presentado como proyecto a alguna editorial carente de recursos económicos que decidiera acoger la iniciativa para asumirla como una revista más de la homogénea plana escrita existente en la Isla, con sus provincianismos, su censura, su única manera de ver la cultura -es decir, Orígenes no podría ser nada "raro", o lo que es lo mismo, original-y un sórdido mecanismo burocrático relacionado con la salida o no, aceptación o no, crítica o no, de la revista.

¿Diáspora(s) fue el último proyecto cultural literario espontáneo?, se preguntó alguien en voz alta, quizás contemporáneos contemplando los bordes raídos del ataúd. El conferencista abogó por la valentía, por una posición de fuerza, por llevar a cabo ese "acto propio" del artista que es el arte con el valor -aunque quizás también con la astucia, nos aclaró el mismo conferencista-con que lo hicieron los Diáspora(s). "Dejar de pedir permiso", a las instituciones oficiales de la cultura, señaló Jorge Alberto. Está claro que la espontaneidad no es una propuesta de la política cultural en Cuba, y sabemos que la cultura dentro de la Isla ha de moverse dentro de los límites de la política cultural o disentir desde las márgenes. Se trata de enfrentar la responsabilidad de la cultura. En cualquier caso -y es ésta una conclusión propia que no sé si será compartida por todos los familiares del muerto- creo que vale más estar al margen y hasta no estar que seguir alimentando al difunto con formol.

"Ya harán legales las ediciones cuentapropistas", dijo Ramón riendo para relajar las caras de quienes han de conducir ahora el ataúd escaleras abajo, y salir con él a las calles monótonas de la pequeña aldea. A pesar de haber sido un velorio, la conferencia y el dialogo que le siguió fueron, probablemente, uno de los pocos momentos "vivos" y verdaderamente culturales de esta Feria.


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