Balance a la
ligera
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El socialismo cubano es una
cangrejera en la que todo camina en sentido opuesto, o uno de esos viejos
motorcitos que dan un paso adelante y dos hacia atrás. Ello se desprende
del balance anual del Ministerio de la Industria Ligera realizado el 13 de
febrero pasado.
Si se le adjudica total credibilidad a los datos allí ofrecidos, se
tiene que de los 31 objetivos o propósitos de trabajo se cumplieron 12,
para un 38 % de cumplimiento, mientras que el plan de ventas no se pudo cumplir
y las exportaciones alcanzaron tan sólo el 71 % de lo previsto.
En un año en que a la población se le vendieron menos
productos racionados, las tiendas recaudadoras de divisas aumentaron sus ventas
en un 20 %. Como único logro tangible se destaca la producción de
43 millones de tabloides, destinados en su mayor parte al adoctrinamiento político
que conforme al léxico belicista del régimen, ha sido denominado "batalla
de ideas".
Según palabras del vicepresidente del Consejo de Estado Carlos Lage, "ningún
éxito económico es aceptable si viola una sola norma de disciplina
o de ética".
Anteriormente, y en fecha tan temprana como a mediados de la década
de 1960, el entonces comandante Ernesto Guevara, devenido ministro de
Industrias, sintetizaba esta idea con la frase: "la calidad es el respeto
al pueblo".
Si nos atenemos a ello, tenemos que concluir que el sistema político
imperante en el país ha sido totalmente irrespetuoso con el pueblo de
Cuba. Porque en ese evento no se dijo que la pasta dentífrica ofertada a
la población a razón de un tubo por núcleo familiar con
imprecisa periodicidad y que habitualmente satisface sólo el 10 % de las
necesidades, es de pésima calidad, pues cuando hace espuma no refresca, y
si refresca no hace espuma.
Tampoco se dijo una palabra sobre la calidad del detergente líquido,
que por afectar la piel muchas amas de casa prefieren no usarlo. Y se guardó
total silencio sobre la calidad de los zapatos de confección nacional que
se adquieren al precio de 20 y 30 dólares, y a las cuarta o quinta puesta
se despegan. A nadie se le ocurrió referirse al secreto a voces de que el
gobierno suele vender ropas con etiquetas extranjeras en las tiendas
dolarizadas, que realmente son producidas en las unidades de la Industria
Ligera.
Faltó expresar allí la idea de que cuando se le vende a un
ciudadano un artículo de baja calidad o dudosa procedencia, se incurre en
un delito de estafa. Asimismo, vender un jabón por la libreta de
racionamiento, que no huele, ni limpia, ni hace espuma, mientras el ofertado en
la tienda recaudadora de divisas es muy superior en calidad a pesar de haberse
elaborado en la misma fábrica, constituye una humillación al
ciudadano. Ello no admite otra clasificación, si es que se quiere ser
fiel a la palabra.
La calidad de un artículo sólo es propósito de una
economía centralizada como la cubana. En situaciones normales, la calidad
es condición, imperativo, requerimiento. Sencillamente si su producto
carece de ella, o ésta es insuficiente, no hallará comprador, no
podrá venderla. La venta se desplazaría hacia otro vendedor. Así
de sencillo.
Cuba, entre tantas cosas que la enorgullecían, contaba con una legión
de audaces y sabios empresarios privados que constituían una de sus
mayores riquezas.
Los zapatos "Ingelmo" habían acaparado el mercado nacional,
desplazando al calzado de procedencia norteamericana e italiana; la pasta "Gravi"
competía exitosamente con la mundialmente reconocida "Colgate";
las conservas "Conchita" hacían otro tanto con la prestigiosa
firma "Del Monte", y el refrescante "Jupiña" tenía
un amplio mercado nacional cerrado nada menos que para la exquisita y universal
"Coca-Cola". Y todo ello sin aspavientos ni balances anuales
televisados, donde siempre se expresa lo que le interesa decir al gobierno y
nunca lo que necesita saber el pueblo.
Porque en toda esta algarabía siempre adornada de falso optimismo, en
la que cualquier incumplimiento es achacado a los ciclones, sequías y al
inevitable imperialismo yanqui, no se dijo una frase de interés para el
pueblo. No se dijo siquiera si la tarjeta de racionamiento se reforzaría
con unos gramos más de jabón o detergente.
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