Aló
imposible. Teléfonos rotos, llenos y escasos
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, febrero (www.cubanet.org) - Después de comprobar que no
funcionaba, el muchacho rubio tiró el teléfono. Lo dejó
colgando, como un ahorcado. Un rato antes otro adolescente que no logró
comunicar había desprendido el cable de un halón, dejando el
aparato público fuera de servicio.
Después del rubiecito pasó mucha más gente. Al
comprobar que estaba roto, la mayoría descargó su rabia sobre el
teléfono. Unos le dieron un puñetazo, otros un par de halones al
cable.
Estas escenas acontecen en cualquier ciudad cubana, pero nos perjudican más
a los que vivimos en pequeños poblados del interior. En estos villorrios
la cantidad de teléfonos privados es mínima, y por tanto, los públicos
constituyen la única opción disponible para la mayoría.
En Herradura, por ejemplo, hay sólo unos 70 teléfonos para una
población que supera los 10 mil habitantes.
Para los más de nueve mil que no disponemos de una línea
privada, en Herradura hay tres teléfonos públicos. Aunque tienen
muchas cosas en común, cada cual tiene distinta ubicación y su
propia historia de despelote.
El más respetable -y después de todo, seguro- funciona con un
sistema de sólo poco más de un siglo de antigüedad. Este, que
está ubicado en el portal del correo, es de ésos que uno
descuelga, acciona una manivela un puñado de veces y al final, después
de un rato indeterminable, le contesta una operadora. Tras una tortuosa gestión,
pudiera ser que ella lo comunique a uno con el número solicitado.
Este teléfono tiene la ventaja de que se rompe poco. En cambio, su
alcancía es muy pequeña, por lo cual a menudo está llena, y
por tanto, fuera de servicio el equipo.
Los otros dos teléfonos públicos que tenemos en Herradura son
de tele-selección. Esto resulta una contrariedad, sin embargo. Muchos de
los lugareños que pretenden utilizarlos desconocen los códigos de
acceso de otras localidades y terminan descomponiendo los aparatos.
Estos modernos gemelos suelen competir a ver cuál se rompe más.
Aunque sólo tienen tres años de servicio ya parecen un par de
ancianos. A uno no le funciona la teclita tal, al otro la más cual. Como
una clara evidencia de que después de todo la gente los utiliza, estos
dos también suelen quedar fuera de servicio porque se les repletan las
alcancías hasta que vienen los empleados que las vacían.
Aparte de las frecuentes salidas de servicio por roturas o porque las alcancías
se llenan, los tres teléfonos públicos de Herradura tienen por lo
menos un par de cosas más en común.
Después de las 4 de la tarde y hasta las 11 de la noche, en
cualquiera de los tres uno puede pasarse una hora de cola para hacer una
llamadita. Si hay uno roto, el promedio de espera podría subir a hora y
media. Si hay dos rotos, hasta dos horas.
Otra característica que le es común a este fatídico trío
es la falta de privacidad. Ninguno tiene cabina. El "antiguano" está
en el correo. Los otros están en el exterior de una bodega y en el portal
de la funeraria, respectivamente.
De modo que hay que hablar en presencia de los que pasan un telegrama, hacen
una bullanguera para comprar fideos o despiden a un muerto. En cualquier caso
hay que hablar ante las miradas y los oídos expectantes de los que también
hacen cola para hacer una llamada.
Claro, cristalizar esta oportunidad es algo eventual, porque después
de todo también es posible que cuando llegue su turno aparezca en la
pantalla del teléfono un letrerito que dice: "Líneas
congestionadas. Espere por favor".
Es otro de los momentos en que mucha gente tira el teléfono y se va
sin comunicar. Quizás mañana tampoco pueda.
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