14 de febrero
en La Isla de Cuba
Tamina S. Cué
Habana, siempre me matas después que el amor
me enferma. Habana, tu indiferencia te troca en mi patria chata.
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Ocurrió en La Isla de Cuba,
cadena Tiendas Meridiano. Una anciana sin su cartera lloraba como una bebita, en
el rostro una mueca de horror: "¡Mi retiro, mi retiro...!", era
su desconsolado reclamo para todos y para nadie.
Fue el 14 de febrero -viernes de tarde-, cuando yo estaba a la caza de algún
regalo que no resultase demasiado kitsch ni caro para mi gusto. Pensaba, además,
escribir algo sobre el amor en una ciudad como La Habana de hoy. De hecho, en mi
agendita de turno ya había emborronado la primera parrafagada un tanto
cursi -pues resulta muy difícil desembarazarse del consenso y hablar por
una misma en fecha tan melosa como el Día de San Valentín.
La anciana/bebita a punto del patatús, un coro de dolientes limitando
el aire acondicionado a su alrededor, un muchachón que jura venganza "por
cuenta propia" si descubre al carterista H.P. -yo siempre desconfío
de tal bravuconería moral- y, finalmente, un policía. Y yo que me
retiro en plena fuga hacia la salida: es obvio que la víctima anda sola y
la soledad de los viejos me deprime al instante. ¿Miedo a mi propio futuro,
complejo de culpa por el pasado materno? Da igual. Mi instinto de periodista no
alcanza para sobreponerme del trauma.
Del tirón casi me salgo de La Isla de Cuba. Por suerte, contengo mi
exilio de juguete a tiempo y me recuesto a la frontera de cristal. Quiero
recuperarme un poco antes de saltar al barullo. Así, me asomo a la
comedia silente al otro lado del vidrio semi-velado. Aún sigue siendo
viernes 14 de febrero en La Habana y supongo que alguien enamorado de algo habrá
de quedar allá afuera. Si persisto en la "búsqueda y captura"
de mi regalo tal vez aumenten las probabilidades de dar con esos seres
iluminados sobre los que -por lo demás- aún pretendo escribir.
A mi lado se alza un enorme botellón plástico. Medirá
unos tres metros y me hace evocar las películas en que similares anuncios
promocionales me llenaban de ingenua emoción. Habitar un espacio público
tan glamoroso e imaginativo como el de los filmes foráneos tendría
que ser -suponía yo entonces- una experiencia definitivamente vital. Pues
bien: hoy La Habana al cabo ha sido salpicada de botellones de refresco TuKola y
latones de cerveza Cristal y yo, sin embargo, sigo echando de menos tanto al
glamour como a la imaginación. La culpa cae íntegra sobre el
novelista checo Milan Kundera -mi autor de cabecera-, con su tesis de que el
socialismo es tan inelegante en la praxis como equitativo en discurso.
Desde mi posición -pez boqueando en su pecera gigante- la cúpula
del Capitolio Nacional me parece más desierta que nunca: acaso
desertada... La veo alzarse como una calva absoluta por encima de los ramajes
del Parque de La Fraternidad -con su promiscuidad de tierra importada de tantos
rincones del continente.
Sobre el telón de fondo de los "camellos" o metrobuses -M1,
M2, M4 y M7-, veo incontables rostros confundirse entre las columnas del portalón:
la mayoría se vuelve hacia mí un instante y luego sigue de largo.
Mas de pronto uno me lanza un beso -¡es el Día del Amor, ¿no?!-
y con sus puños pasa entonces a indicarme, aparatosamente, la
consistencia con que él valoriza mi cuerpo: todo parece indicar que "estoy
bien dura". El hombre carcajea con sorna, me señala sin recato, y
hasta se planta a esperar por mi reacción -incipiente/insipiente público
incluido. Yo decido escapar de nuevo. Ya no hacia el set montado allá
afuera -por supuesto- sino hacia la más remota locación de La Isla
de Cuba, en la tercera planta. En ocasiones, el "insilio" es la única
táctica tácita para sobrevivir al macherío del trópico.
Tras rebasar los escalones y dejar atrás una pegatina invitando al
Primero de Mayo de 2002, rebaso un arco detector de robos adornado al estilo de
un árbol de Navidad. Es la Sección de Niños. Me lo anuncia
el póster de una bebita rubia en los hombros de su padre -los dos
inmersos en un desfile en la Plaza de la Revolución, los dos bajo la
mirada sonriente de un anciano Fidel. Es allí donde casi me doy de bruces
con una vieja amiga de los años de universidad, ahora escudriñando
una cuna que porta una etiqueta caliente: ¡250 USD!
Nos saludamos. Está eufórica. A punto de cumplir cuarenta y
cuatro años y ya va a ser abuela. Mi amiga no cabe en sí. Está
enamorada de su futura nieta. Ese amor parece salvarla de todo el horror vivido
o por vivir. Yo también estoy a punto de emocionarme con mi hallazgo,
pero justo entonces descubro que en realidad me horroriza su amor. Me huele a
estratagema contra el dolor y a bálsamo contra la memoria. Conozco bien
la historia de mi amiga. Y por si fuera poco se lo digo tal cual.
Hace tal vez un par de años que ella y yo no coincidíamos. Mi
exabrupto le resulta fatal. Se excusa, amaga con retirarse del salón. Me
desconoce del todo. Pero al final soy yo quien se excusa y se retira sin previo
amago. Recién cumplidos mis cuarenta y cuatro años todavía
nunca he pensado en ser abuela. Tendría que ser madre primero.
En la planta baja ya no quedan trazas del incidente. ¿Adónde han
marchado todos?, me pregunto. ¿Acaso a donde mismo pienso marcharme
finalmente yo?, me respondo. A ninguna parte en especial, a cualquier tienda de
nombre menos náufrago que La Isla de Cuba: a La Sortija o La Sin Rival,
por ejemplo.
Apenas me paro sobre el percudido granito del portalón y enseguida
reparo en que si todos han ido a algún sitio, ése ha de ser el
parqueo de taxis "por cuenta propia". Allí están: dos
policías, el coro teatral, un muchachón que jura venganza esposado
y otro aún golpeando el maletero de un Chevy -supongo que alguno habrá
de ser el chofer-, más la anciana, que en esta escena ha sido sustituida
por una embarazada igual a punto del patatús. Al parecer, recién
me he perdido una bronca. Al parecer es, también, el Día de San
Valentón.
Esta vez es un amigo reciente el que casi se da de bruces conmigo. Es poeta.
Un poeta raro, inédito de remate. Creo que tiene talento, pero el miedo
se lo carcome a diario. Dice que después de leer a Octavio Paz, a él
ya sólo le restan dos futuros -los dos imposibles para su neurosis-:
callarse adentro o gritar afuera. Hoy luce especialmente desencajado. "Quieren
botar a Ponte", me suelta, "lo oí por la onda corta".
"¿Cuál Ponte...?", reacciono apenas. "Antonio José
Ponte, el escritor. Hasta el ministro lo dijo: es el Joseph Brodsky de nuestra
generación y por eso lo quieren botar." "¿Botar de la isla
de Cuba?", me inquieto. "Por el momento de la UNEAC, después
quién sabe: ¡va y ahora mismo ya estamos viviendo el Caso P de
nuestra generación!" Yo sonrío nerviosa. Lo animo. "Ahora
mismo sólo estamos viviendo un 14 de febrero más: ¡anímate!"
Y fue como ordenarle "¡aléjate!" pues me dejó
plantada entre las columnas del portalón. Tenía prisa -se justificó
en lontananza-, tenía que escribir. Además -creí escuchar
al hombrecito escuálido que ya se alejaba sin voltearse jamás-,
justo esa mañana también se había muerto Dolly.
No recordaba a ningún familiar suyo con un nombre tan kitsch. "¿Dolly
quién...?", le grito apenada por mi ignorancia ya póstuma. "¡¡¡La
oveja clonada!!!", me informa antes de desaparecer Factoría abajo.
Ciertamente, se trata de un poeta con vocación científica. Al
igual que Ponte -comienzo a rearmar el rompecabezas en mi desmemoria caótica-
se ha graduado de alguna ingeniería que desde hace años prefirió
no ejercer.
Para mí ya esto fue demasiado. Crucé Monte y me desplomé
sobre los mármoles fúnebres de la Fuente de la Noble Habana. Sus
cañerías estaban resecas. Mi cabeza también. Pero da igual.
Mi instinto de periodista esta vez sí me obliga a sacar la agendita de
turno y ponerme a emborronar una larga parrafagada desenamorada. Comienzo
citando los versos de aquel "Canto a La Habana" que compusiera mi tío
Virgilio poco antes de abandonarla para siempre en 1994: Habana, siempre me
matas / después que el amor me enferma. / Habana, tu indiferencia / te
troca en mi patria chata.
Por lo demás, creo que un buen amigo y amante quedará sin
regalo este viernes 14 de febrero en La Habana. Así sea.
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