Agustín Tamargo.
El Nuevo Herald,
febrero 16, 2003.
Las noticias que llegan de Cuba desde hace algunos años, demasiados años,
son todas pacíficas, como de una tierra donde no sucede nada. ¿Estalla
una bomba en un cuartel? No. ¿Se le prende fuego a una nave de la marina de
guerra? No. ¿Se descarrila un tren de carga? No. ¿Se ejecuta públicamente
a uno de los innumerables genízaros de la dictadura que pululan por todas
las provincias? No. ¿Se alzan en la manigua grupos de guajiros con armas
robadas en alguno de los infinitos cuarteles? No. ¿Se sabotean la comida y
los servicios de un hotel para que los turistas aprendan que no se va a gozar a
un sitio donde no se hace más que sufrir? No. Nada de este tipo ocurre,
como ocurría antes, en épocas de Batista, cuando, dicho sea con
toda honradez, la opresión era infinitamente menor. ¿Será que
los cubanos de hoy son otros cubanos? ¿Será que cuarenta años
de régimen policial abusivo ha matado en ellos, rebeldes tradicionales,
todo instinto de lucha? ¿Será que las privaciones humanas, el
hambre, la falta de ropa, de transporte y de vivienda ha cambiado el orden de
las prioridades? ¿Será que el cubano de hoy no quiere luchar, sino sólo
supervivir?
No lo sé, no lo sé, y no me atrevo siquiera a hacer sobre esto
ninguna conjetura. En primer lugar, porque falto de allí hace muchos años,
y porque nunca conocí de cerca la mecánica asfixiante de aquella
tiranía. En consecuencia, ignoro si lo que ésta ha destruido de
una manera total ha sido no sólo la riqueza del país, y la paz del
país, y la esperanza del país, sino la simple capacidad del
ciudadano para diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo. Pero así
y todo, me niego a formar parte de los pesimistas y no dejo de pensar, de
hablar, de leer y de oír sobre las cosas de Cuba, aunque casi todas ellas
me causen dolor. No tengo más país que aquél y no quiero
ningún otro pese a los muchos que se me han ofrecido. No tengo más
pueblo que aquél, pese a que todos los de América Latina son de mi
sangre y siento lo que está pasando en Colombia y en Venezuela como si yo
fuera colombiano o venezolano. No tengo más angustia, ni quiero más
destino, que el que elija un día el pueblo aquél, aunque ese
destino no sea el de mi predilección.
Por eso me levanté alegre hoy. Alegre, porque vi que en Palma Soriano
un grupo de cubanos se reunió en una casa para discutir el Proyecto
Varela, el modo de hacérselo aceptar a la tiranía. Y eso provocó
la enfurecida represión de ésta, que rodeó la casa de la
reunión con sus matones y amenazó brutalmente a los que allí
estaban congregados.
El Proyecto Varela no goza de respaldo unánime, ya lo sé.
Muchos cubanos, aquí y allá, creen que es demasiado flojo, que le
concede demasiado al enemigo, que morirá en el vacío de la nada,
ya lo sé. Pero yo digo: ¿y qué otra cosa hay en aquel páramo?
Hay otros grupos de oposición pacífica, claro está, y a
todos se les da el mismo trato que al Proyecto Varela, el trato de la ignorancia
o de la persecución. Pero existen, están allí, se mueven en
aquella endiablada maraña que es la tiranía castrista,
lamentablemente servida aún hoy por tantos cubanos bribones y
oportunistas. Están allí, alzan la voz, aunque no se les escuche.
Protestan, aunque no les hagan caso. Y siguen creciendo y ganando adeptos todos
los días pese a que no es mucho lo que pueden ofrecer a aquel pueblo en
sustitución de lo que el régimen les da, que no es nada.
¿Es inútil este sacrificio? ¿Es aceptable esta forma de
resistencia moral frente a una tiranía que lo que está pidiendo a
gritos es una insurrección popular seguida de la ejecución y
condena de todos los culpables? Muchos dicen que sí, que todo eso es
vano, que esos proyectos pacifistas son como echar una botella al mar. Pero la
han echado, y la botella tiene dentro un mensaje. ¿Que no lo recibirá
nadie? Eso no podemos decirlo. Al principio eran unos pocos, hoy son millares y
millares. Al principio hacían los reclamos en susurro, ahora los vocean
en las calles y plazas. Al principio, ni se les hacía caso, hoy la tiranía
tiene que enfrentarlos y amenazarlos porque están creciendo.
Para terminar, digo sólo esto: yo no sé si estas protestas cívicas
pacíficas se transformarán un día en otra cosa, en algo del
género radical, que es el que positivamente cambia cualquier sistema y el
que yo deseo y espero. Pero en ese camino andamos y en ese camino hay que
seguir. En los ejércitos, es esencial e indispensable que alguien le dé
al soldado un rifle para ganar la guerra. Pero tampoco es desdeñable
ofrecerle al soldado sediento un vaso de agua para que calme su sed y siga la
lucha. La libertad es misteriosa y a veces viene por donde menos se le espera. Y
la libertad de Cuba, que ha recorrido todos los caminos de la isla, dejando por
todas partes sangre, mártires y paredones, pero no ha llegado a cuajar,
está en algun sitio, esperando que los cubanos salgan a encontrarla.
Rechazar al que la sigue buscando, aunque sea con voz débil y métodos
frágiles, no creo que sea la más noble estrategia en esta larga y
dolorosa lucha. |