A paso de
bastón: Un perro del arroyo en cuidados intensivos
Manuel David Orrio, CPI
LA
HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Por un instante me hizo pensar que la perra
de sus amores se encontraba gravemente enferma, pero exquisitamente atendida en
la sala de cuidados intensivos del Hospital General Calixto García, uno
de los más importantes de la capital y del país. Pero me equivoqué
de medio a medio; estaba allí, diríase haciendo compañía
a atribulados familiares de personas al borde de la muerte, por esa costumbre de
los perros del arroyo de Cuba de aposentarse en cualquier lugar.
Si le importaban las ocultas tragedias que en semejante sitio se
desenvuelven nadie lo sabe. Para aquel perro de color amarillo quizás lo
decisivo era que justo en el vestíbulo de la célebre unidad de
cuidados intensivos del no menos célebre hospital, el cruce de unas
invisibles Líneas de Hardmann anunciaban a los canes el mejor espacio
para echarse y dormitar. Alli estaba, como el callado anuncio de una crisis en
los servicios de salud que se fue develando en breves imágenes de
escaleras con los pasamanos destruidos, de paredes sin pintura, de paneles
distribuidores de electricidad con los cables a los aires, de camilleros que
portaban las camillas escalones abajo, porque el ascensor no funcionaba.
Uno de los hospitales más importantes de Cuba debe de hacer pensar en
albas paredes y luminosidad casi hiriente a la vista. Todo lo contrario. La
desolación impera en los pasillos en semipenumbras, y puede ocurrir que
una operación quirúrgica se vea suspendida porque no se dispone de
algo tan elemental para esos menesteres como un tubo endotraqueal. En ese mismo
vestíbulo donde el perrito dormitaba casi indiferente, la imagen de una
camilla con urgencias de tapicería habla por sí misma. Entonces,
el durmiente perro deviene símbolo. Ni soñar que en condiciones de
eficiente administración hospitalaria pueda el animalito aparecer por allí,
ni aún creyendo esas historias de fidelidad canina, según las
cuales el animal acompaña al amo hasta en la tumba.
No; en realidad el asunto es más vulgar. La crisis de los servicios
de salud con que cuenta la población se muestra en detalles como ésos;
allí mismo, a la vera del can, una familia hubo de pedir ayuda a un amigo
para transportar a su domicilio a una recién operada. Por suerte para
todos, el amigo de marras parecía el chofer de un alto oficial de policía,
por lo cual se presentó al timón de un bien provisto automóvil,
que de algún modo palió la impericia de todos los involucrados
para poder introducir a la enferma en aquella suerte de limosina
post-totalitaria. Por ningún sitio, ni ambulancia ni camilleros.
Acabo de vivir la aventura, no precisamente como perro del arroyo, de ver a
mi esposa someterse a una operación en ese Hospital General Calixto García.
Puedo contar que de inicio fue todo un safari: hubo que aportar ropas de cama,
baldes de agua, el diablo colorado. Puedo decir que la atención del
personal de salud fue de Primer Mundo. Cirujanos de primera, enfermeras capaces,
pero todo de la mano con una debacle silenciosa, mostrada en múltiples
detalles como los narrados y otros que mejor me callo porque nadie me los va a
creer. El simple dato del perrito dormido en el vestíbulo todo lo dice.
Uno de los más incomprensibles puntos de esa aventura tiene que ver
con la distancia que existe entre los quirófanos y las salas de cuidados
intensivos. Literalmente, están en edificios distintos y bastante lejanos
entre sí, tratándose de pacientes recién operados. Para dar
solución al problema del traslado, la administración hospitalaria
ha creado algo así como un servicio interno de ambulancias, que van de un
pabellón a otro trasladando a los salidos de los salones quirúrgicos.
Mi mujer ofreció a la luna el espectáculo de sus torneadas
piernas, cuando en camilla la trasladaban de un sitio a otro. Calculo que entre
una operación y otra las ambulancias destinadas a tales fines deben de
recorrer cientos de kilómetros y consumir alguna que otra tonelada de
combustibles, en país donde a fuerza de apagones se "invita" a
la población al ahorro de petróleo. Pregunté, pero nadie
pudo, o quiso, explicarme.
Entretanto, el perro del arroyo que dormitaba en el medio del vestíbulo,
dueño como todos los perros del arroyo del sabio tacto de los vagabundos,
supo alejarse cuando un tropel de atribulados familiares se reunió a la
hora de recibir el llamado parte, momento en que una enfermera informa del
estado de salud de los pacientes. Nada, que después de todo, un perro del
arroyo es todo un ejemplo de dignidad.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|