CUBANET .INDEPENDIENTE

17 de febrero, 2003

A paso de bastón: Un perro del arroyo en cuidados intensivos

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Por un instante me hizo pensar que la perra de sus amores se encontraba gravemente enferma, pero exquisitamente atendida en la sala de cuidados intensivos del Hospital General Calixto García, uno de los más importantes de la capital y del país. Pero me equivoqué de medio a medio; estaba allí, diríase haciendo compañía a atribulados familiares de personas al borde de la muerte, por esa costumbre de los perros del arroyo de Cuba de aposentarse en cualquier lugar.

Si le importaban las ocultas tragedias que en semejante sitio se desenvuelven nadie lo sabe. Para aquel perro de color amarillo quizás lo decisivo era que justo en el vestíbulo de la célebre unidad de cuidados intensivos del no menos célebre hospital, el cruce de unas invisibles Líneas de Hardmann anunciaban a los canes el mejor espacio para echarse y dormitar. Alli estaba, como el callado anuncio de una crisis en los servicios de salud que se fue develando en breves imágenes de escaleras con los pasamanos destruidos, de paredes sin pintura, de paneles distribuidores de electricidad con los cables a los aires, de camilleros que portaban las camillas escalones abajo, porque el ascensor no funcionaba.

Uno de los hospitales más importantes de Cuba debe de hacer pensar en albas paredes y luminosidad casi hiriente a la vista. Todo lo contrario. La desolación impera en los pasillos en semipenumbras, y puede ocurrir que una operación quirúrgica se vea suspendida porque no se dispone de algo tan elemental para esos menesteres como un tubo endotraqueal. En ese mismo vestíbulo donde el perrito dormitaba casi indiferente, la imagen de una camilla con urgencias de tapicería habla por sí misma. Entonces, el durmiente perro deviene símbolo. Ni soñar que en condiciones de eficiente administración hospitalaria pueda el animalito aparecer por allí, ni aún creyendo esas historias de fidelidad canina, según las cuales el animal acompaña al amo hasta en la tumba.

No; en realidad el asunto es más vulgar. La crisis de los servicios de salud con que cuenta la población se muestra en detalles como ésos; allí mismo, a la vera del can, una familia hubo de pedir ayuda a un amigo para transportar a su domicilio a una recién operada. Por suerte para todos, el amigo de marras parecía el chofer de un alto oficial de policía, por lo cual se presentó al timón de un bien provisto automóvil, que de algún modo palió la impericia de todos los involucrados para poder introducir a la enferma en aquella suerte de limosina post-totalitaria. Por ningún sitio, ni ambulancia ni camilleros.

Acabo de vivir la aventura, no precisamente como perro del arroyo, de ver a mi esposa someterse a una operación en ese Hospital General Calixto García. Puedo contar que de inicio fue todo un safari: hubo que aportar ropas de cama, baldes de agua, el diablo colorado. Puedo decir que la atención del personal de salud fue de Primer Mundo. Cirujanos de primera, enfermeras capaces, pero todo de la mano con una debacle silenciosa, mostrada en múltiples detalles como los narrados y otros que mejor me callo porque nadie me los va a creer. El simple dato del perrito dormido en el vestíbulo todo lo dice.

Uno de los más incomprensibles puntos de esa aventura tiene que ver con la distancia que existe entre los quirófanos y las salas de cuidados intensivos. Literalmente, están en edificios distintos y bastante lejanos entre sí, tratándose de pacientes recién operados. Para dar solución al problema del traslado, la administración hospitalaria ha creado algo así como un servicio interno de ambulancias, que van de un pabellón a otro trasladando a los salidos de los salones quirúrgicos. Mi mujer ofreció a la luna el espectáculo de sus torneadas piernas, cuando en camilla la trasladaban de un sitio a otro. Calculo que entre una operación y otra las ambulancias destinadas a tales fines deben de recorrer cientos de kilómetros y consumir alguna que otra tonelada de combustibles, en país donde a fuerza de apagones se "invita" a la población al ahorro de petróleo. Pregunté, pero nadie pudo, o quiso, explicarme.

Entretanto, el perro del arroyo que dormitaba en el medio del vestíbulo, dueño como todos los perros del arroyo del sabio tacto de los vagabundos, supo alejarse cuando un tropel de atribulados familiares se reunió a la hora de recibir el llamado parte, momento en que una enfermera informa del estado de salud de los pacientes. Nada, que después de todo, un perro del arroyo es todo un ejemplo de dignidad.


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