La cola del
periódico
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Con los primeros rayos del sol de
cada día aparece junto a los kioskos de revistas la inevitable cola del
periódico. No importa lo malo que esté el tiempo. Bajo lluvia o
viento Ud. encontrará una larga fila de personas esperando la llegada del
único diario de circulación nacional permanente, el órgano
oficial del único partido político legal en el país. Años
atrás se aseguró que con la inauguración de un nuevo poligráfico
se terminarían las colas. Pero ahí siguen ellas, desafiando y
desmintiendo las promesas oficialistas. Pudiera considerarse, con toda lógica,
como absurdo y carente de sentido el hecho de una enorme cola para adquirir la
información que se repite con machacona insistencia en los medios de
comunicación durante las 24 horas del día. Pero aquí no hay
nada de absurdo como no sea la propia realidad existencial
Existe una razón tan simple como extraordinaria: el único
recurso para envolver al alcance del cubano promedio son los cuatro pliegos que
normalmente conforman el exclusivo periódico oficialista, pues las
jabitas de nylon se venden a 50 centavos, por lo que sólo se les utiliza
en casos excepcionales, o al menos, cuando valga la pena. Pero la razón
más poderosa está dada por el uso del periódico con fines
higiénicos. Aunque el papel gaceta litografiado es bien antihigiénico,
el cubano lo usa y al hacerlo opta por un mal menor; o al menos por un mal
necesario. Un rollo de papel sanitario cuesta cinco pesos, mientras que el
rotativo Granma vale 20 centavos. La decisión, puestas las opciones en la
balanza de la economía familiar, es incuestionablemente a favor de los
pliegos de papel gaceta. La abrumadora mayoría de las personas que
forman estas colas sobrepasan los 60 años. No podía ser de otra
forma.
Lamentablemente una parte significativa de nuestros jóvenes anda "luchando"
los 20 pesos para comprar la botella de ron casero, y algunos los 10 para
adquirir el cigarrillo de marihuana. La mayoría, como pequeños
infantes, sueñan con el barquito de papel que les lleve a navegar hasta
la otra orilla, o con el golpe de suerte que les conduzca al turista extranjero
de medio tiempo o tiempo completo, que les meta en su maleta de viajero
incansable. A nuestros jóvenes (otrora tan politizados) poco les
interesa lo que acontece en el mundo y de lo que pasa acá creen saber
bastante. Confían muy poco en lo que se les dice, y mucho menos en lo que
se les promete por parte del gobierno. Los adultos ya tienen bastante con
desafiar la guagua dos veces al día. Una para la ida al centro de trabajo
y otra para el regreso del mismo, luego de 8 horas de agobiante labor a cambio
de una exigua recompensa salarial, de un dinero que en la mano no se ve ni
tampoco en la cazuela.
Sólo los viejos, con su pesado almanaque de arrugas, famélicos,
desganados de vivir, forman la marchantería de los kioscos. El periódico
es impredecible en su llegada. La espera es larga y en la cola se suele
conversar. Se evitan los temas políticos, pero en la Cuba de hoy es
imposible una conversación que no roce la política. Están
los viejos que suelen evocar el recuerdo de la sopa china que al precio de 20
centavos quitaba una borrachera y hasta levantaba a un muerto. Otros prefieren
hablar del vaso de cerveza a 10 centavos que se compartía con el vecino o
el amigo en la barra de la bodega, al embrujo de un bolero de Orlando Vallejo,
entre partidos de cubilete y obsequios de saladitos de aceitunas y lascas de jamón
y queso. Era un tiempo en el que se podía confiar plenamente en el vecino
y el amigo. A veces se deja ver uno de esos viejos felices o menos infelices
bien cuidado por la familia. Receptor de alguna ayuda procedente del nieto
transplantado en Miami. Excepcionalmente, se deja escuchar un anciano con ínfulas
de orador, que a falta de auditorio, lanza al viento su verborrea oficialista.
No pocos callan con un silencio impenetrable, indescifrable. Con la mirada huérfana
de expresión. Como si estuvieran muertos en vida o viviendo en la propia
muerte.
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