CUBANET .INDEPENDIENTE

14 de febrero, 2003

La cola del periódico

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Con los primeros rayos del sol de cada día aparece junto a los kioskos de revistas la inevitable cola del periódico. No importa lo malo que esté el tiempo. Bajo lluvia o viento Ud. encontrará una larga fila de personas esperando la llegada del único diario de circulación nacional permanente, el órgano oficial del único partido político legal en el país. Años atrás se aseguró que con la inauguración de un nuevo poligráfico se terminarían las colas. Pero ahí siguen ellas, desafiando y desmintiendo las promesas oficialistas. Pudiera considerarse, con toda lógica, como absurdo y carente de sentido el hecho de una enorme cola para adquirir la información que se repite con machacona insistencia en los medios de comunicación durante las 24 horas del día. Pero aquí no hay nada de absurdo como no sea la propia realidad existencial

Existe una razón tan simple como extraordinaria: el único recurso para envolver al alcance del cubano promedio son los cuatro pliegos que normalmente conforman el exclusivo periódico oficialista, pues las jabitas de nylon se venden a 50 centavos, por lo que sólo se les utiliza en casos excepcionales, o al menos, cuando valga la pena. Pero la razón más poderosa está dada por el uso del periódico con fines higiénicos. Aunque el papel gaceta litografiado es bien antihigiénico, el cubano lo usa y al hacerlo opta por un mal menor; o al menos por un mal necesario. Un rollo de papel sanitario cuesta cinco pesos, mientras que el rotativo Granma vale 20 centavos. La decisión, puestas las opciones en la balanza de la economía familiar, es incuestionablemente a favor de los pliegos de papel gaceta. La abrumadora mayoría de las personas que forman estas colas sobrepasan los 60 años. No podía ser de otra forma.

Lamentablemente una parte significativa de nuestros jóvenes anda "luchando" los 20 pesos para comprar la botella de ron casero, y algunos los 10 para adquirir el cigarrillo de marihuana. La mayoría, como pequeños infantes, sueñan con el barquito de papel que les lleve a navegar hasta la otra orilla, o con el golpe de suerte que les conduzca al turista extranjero de medio tiempo o tiempo completo, que les meta en su maleta de viajero incansable. A nuestros jóvenes (otrora tan politizados) poco les interesa lo que acontece en el mundo y de lo que pasa acá creen saber bastante. Confían muy poco en lo que se les dice, y mucho menos en lo que se les promete por parte del gobierno. Los adultos ya tienen bastante con desafiar la guagua dos veces al día. Una para la ida al centro de trabajo y otra para el regreso del mismo, luego de 8 horas de agobiante labor a cambio de una exigua recompensa salarial, de un dinero que en la mano no se ve ni tampoco en la cazuela.

Sólo los viejos, con su pesado almanaque de arrugas, famélicos, desganados de vivir, forman la marchantería de los kioscos. El periódico es impredecible en su llegada. La espera es larga y en la cola se suele conversar. Se evitan los temas políticos, pero en la Cuba de hoy es imposible una conversación que no roce la política. Están los viejos que suelen evocar el recuerdo de la sopa china que al precio de 20 centavos quitaba una borrachera y hasta levantaba a un muerto. Otros prefieren hablar del vaso de cerveza a 10 centavos que se compartía con el vecino o el amigo en la barra de la bodega, al embrujo de un bolero de Orlando Vallejo, entre partidos de cubilete y obsequios de saladitos de aceitunas y lascas de jamón y queso. Era un tiempo en el que se podía confiar plenamente en el vecino y el amigo. A veces se deja ver uno de esos viejos felices o menos infelices bien cuidado por la familia. Receptor de alguna ayuda procedente del nieto transplantado en Miami. Excepcionalmente, se deja escuchar un anciano con ínfulas de orador, que a falta de auditorio, lanza al viento su verborrea oficialista. No pocos callan con un silencio impenetrable, indescifrable. Con la mirada huérfana de expresión. Como si estuvieran muertos en vida o viviendo en la propia muerte.


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