Martí
doliente
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, febrero (www.cubanet.org) - Los intensos 42 años que pudo
vivir José Martí (1853-1895) estuvieron casi siempre teñidos
de dolor. Más que de ardides de taller, su vasta obra literaria y política
nació de angustiosos partos.
Niño todavía, quien llegaría a ser el héroe
nacional cubano, conoció la abominación de la esclavitud, y a los
16 años estaba ya preso por denunciar los abusos de la metrópoli.
A los 18 años fue deportado por la autoridades españolas y -a
excepción de unos meses- nunca más volvió a Cuba, su patria
amada.
En su fecundo exilio en los Estados Unidos, tardó 15 años en
organizar la guerra que terminaría con la dominación española
sobre la Isla. Los celos y las discordias de otros ilustres patriotas torturaron
su labor hasta el día de su muerte, acaecida en el campo de batalla.
Martí no pudo desentenderse del dolor, ni siquiera en su vida
familiar. A la tensa relación con su padre, que era español, había
que añadir los largos años que pasó sin ver a su familia,
la pérdida de varias hermanas, más jóvenes, y un tormentoso
vínculo conyugal, finalmente frustrado. Al morir, hacía cuatro años
que Martí no veía a su hijo.
Como aves rapaces, la soledad, las dudas y el desasosiego estuvieron siempre
comiendo en sus entrañas. En correspondencia con su alma ahíta de
tribulaciones, Martí solía vestir de negro.
Y si los espíritus se vistieran, hasta hoy seguiría de luto.
En los 108 años transcurridos después de su muerte, Cuba no ha
podido llegar a ser la república decente, próspera y cordial que
Martí concibió en su angustiosa forja.
Tras la obtención de la independencia de España, ganada con la
interesada colaboración yanqui, la nación cubana tuvo que soportar
una excesiva influencia del coloso del norte, institucionalizada a través
de la Enmienda Platt.
Durante ese período, que abarca el primer tercio del siglo pasado, el
alma de Martí debió estar en pena. Sus desvelos, su lucha y su
postrer martirologio no pretendían para su patria aquel oneroso estatus
de protectorado, sino la independencia absoluta.
Lo que vino después de ser abolida la Enmienda Platt debió
entristecer aún más al espíritu martiano. Entre 1934 y
1958, en Cuba se sucedieron una serie de gobiernos lastrados por la corrupción
y el desequilibrio socio-económico. Sin embargo, todavía se podía
lacerar más el legado martiano.
Luego de una revolución mayoritariamente apoyada por el pueblo
cubano, en 1959 llegó al poder un gobierno que desconoció las
libertarias doctrinas martianas. En su lugar, el nuevo régimen puso a
Cuba en condición de satélite estratégico al servicio del
imperio soviético.
La principal característica de este gobierno, totalmente reñida
con el abierto espíritu de Martí, ha sido la exclusión. En
los últimos 44 años todo cubano ha sido privado de cualquier
derecho que no favorezca la perpetuidad del sistema marxista.
En el colmo de la intolerancia, la negación de estos derechos ha
llegado a incluir hasta la honra del propio Martí. Cuando el pasado 28 de
enero se cumplió el aniversario 150 del natalicio del héroe
nacional, fuerzas represivas del régimen impidieron que cientos de
cubanos no comunistas rindieran homenaje ante las estatuas martianas, erigidas
en toda la Isla, muchas de ellas antes de 1959.
Así ocurrió, por ejemplo, en Consolación del Sur, en
cuyo parque el aparato policial desplegó a decenas de uniformados y
agentes de civil para impedir que seis activistas del Movimiento 5 de Agosto
honraran a Martí colocándole una sencilla ofrenda floral.
Desde su pétrea altura Martí se veía insensible. Pero
su espíritu de libertad tiene que estar rabiando de dolor. Sus angustias
se han multiplicado.
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