¿Qué
hacer con las heridas?
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, Febrero (www.cubanet.org) - Tengo delante de mí unas
cartas y un libro. Las cartas son de José Lezama Lima, quien no padeció
más exilio que el que le impusieron dentro de su casa de Trocadero 162,
dirigidas a su hermana Eloísa; el libro, Isla tan dulce y otras historias
(cuentos de la diáspora), compilados por Carlos Espinosa, cubano
residente en Miami, prologado por Francisco López Sacha, ¡y
publicado por Letras Cubanas! Qué noble empeño ése de que
la Patria se una, por lo menos, a través de la literatura, qué
bello afán de la bondad. Pero, ¿qué dividió a la
Patria, dónde estaban estos seres generosos que hoy se amalgaman y antes
permitieron la atomización, qué fuerza no les permitió el
abrazo desde siempre? Las razones son obvias y las heridas latentes. ¿Qué
hacer con las heridas cuando el abrazo sea más limpio? ¿Las
cicatrices no serán muy amargos recuerdos? ¿Cuánto de
Nazareno necesitaremos para tanto perdón? ¿Quién pagará
por tan ásperos calvarios?
De las heridas supura este hilillo de agonía que escucho cuando
Lezama escribe a su hermana: "Qué desconcierto, querida, por todos
lados. Y el sujeto, la persona, el hombre enceguecido dentro de su destino. ¿Qué
tiempo demorará que este desconcierto se concierte, que a este caos le
surja un cosmo con nariz y todo? En el viejo puerto brumoso los sirénidos
de la imaginación no convocan a los navegantes aventureros. Una sola línea,
una sola deidad inexorable, un Moloch: el estado como la más fría
ballena, dormida entre los hielos".
La ballena comenzó a desperezarse cuando el sol del trópico
inundó otras fronteras y las fronteras comenzaron a mirar con malos ojos
a la ballena, y la ballena se sintió en peligro y poco a poco, muy
cautelosa, ha ido permitiendo a los sirénidos de la imaginación
navegar un tanto más lejos, pero no tanto que se pierdan de vista. Eso ha
permitido, de un tiempo acá, que en amagos de comprensión, de
amplitud de pensamiento, regresen los hijos pródigos: ¿perdonan los
padres a los hijos o necesitan, implorantes, que los hijos los perdonen a ellos?
Será cosa de ver. Por lo menos ya se puede leer a Severo Sarduy y a Gastón
Baquero sin que sea "un problema ideológico", ya se puede
hablar de la literatura escrita en el exilio sin que te acusen de alabar "a
los traidores", ya el "período gris" parece ir recuperando
su albura.
Pero, ¿y las heridas? Escucho otra vez el goteo sanguinolento del alma:
"La universidad de la Aurora, en Cali, Colombia, me invitó al IV
Congreso de la Narrativa Hispanoamericana, con tal de que diera una charla o una
conferencia con otros dos escritores. Llegaron los pasajes aquí a La
Habana, pero el resultado fue el de siempre: no se me concedió la salida.
Ahora recibo otra invitación del Ateneo de Madrid, para dar unas
conferencias. Siempre acepto, pero el resultado es previsible..."
Era Lezama en agosto de 1974 quejándose a su hermana Eloísa. Y
hoy, a quién le escribe Raúl Rivero doliéndose porque no le
permiten viajar a una feria del libro en Miami o México; a quién
le escribo yo contándole que después de 19 años mis libros
premiados en concursos de la UNEAC y el Ministerio de Cultura no se hayan
publicado aún; a quién pudo haberle escrito Guillermo Cabrera
Infante por su Habana perdida; a quién le escribió Antonio Benítez
Rojo; a quiénes les escriben Manuel Díaz Martínez o Pío
Serrano; a quiénes les escriben Daína Chaviano o Ramón Fernández
Larrea. Habrá tantas cartas apergaminadas en el futuro que, a lo mejor,
lo sensato será olvidarlas.
Pero, ¿y las heridas? ¿Se sanan las heridas con unas nobles
palabras salidas de un noble hombre, que es a no dudarlo Francisco López
Sacha, cuando escribe en el prólogo del libro Isla tan dulce... "Por
eso es necesaria esta presencia en el panorama de nuestras Letras, esta
compilación que no puede ser una antología, ni lo pretende, sino
tan sólo una muestra de algo que nos pertenece y estamos en la obligación
de rescatar?"
¿No era una obligación , estética, moral, no haberla
permitido nunca, y nos hubiéramos evitado la penosa obligación de
rescatarla ahora? ¿Quién produjo el extravío? Ah, las
circunstancias históricas. Y las circunstancias históricas nos
obligan ahora al rescate. "Y el hombre... pobre, pobre", en medio de
ese vapuleo de circunstancias históricas, "vuelve los ojos como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada ... y la resaca de todo lo
sufrido se empoza como charco de culpa en la mirada". Las heridas están
ahí. Por más que se enmascaren están ahí. ¿Quién
las redimirá?
El dolor no es polvo que se acumula sobre una mesa de noche y luego el
plumero diligente limpia con el mayor de los desenfados. El dolor es más
hondo y cala más fuerte. Tratar de evitarlo después de provocado
es producirlo dos veces, pero, ¿qué saben del dolor quienes lo
inducen? Leo adolorido, sangrando, las siguientes líneas: "La
aparición de este volumen no es, por consiguiente, un hecho fortuito,
sino parte de una ética y una política cultural que es
consustancial al ideario de la Revolución y que estimula, promueve y
defiende los valores artísticos que seamos capaces de crear en cualquier
lugar del mundo".
¿Dónde reposaba, despreocupadamente, esa consustancialidad de la
ética y la política cultural cuando se perdió lo que de
hace un tiempo a esta parte se viene rescatando con mano apresurada? Lo
consustancial tiene un carácter permanente, integra el todo. ¿O es
que la consustancialidad del ideario de la Revolución tiene un carácter
variable? Claro que toda sustancia y consustancia es perfectible, pero no me
pongan bálsamo donde había árnica, y donde, para algunos,
todavía la hay.
En cuanto a que no es un hecho fortuito, es obvio, no puede serlo. Más
que una casualidad es una necesidad defensiva frente al desenmascaramiento que
han padecido esa ética y esa política cultural que ahora pretende
presentarse como plural y acogedora después de más de tres décadas
de estrechísimo calvinismo ¿O ya se olvidó aquello de: con la
Revolución todo, fuera de la Revolución nada? Si la intención
de la nueva política cultural fuera transparente verdaderamente, si la
guiara la buena fe, no se pretenderían huecos en la memoria. El tren de
los muertos en Macondo fue verdad, y aún quedan algunas ánimas en
pena vagando por estos platanales.
Mas, si fuera menester agradecer el mendrugo, se agradece, pero no era
necesario. La literatura producida en el exilio ya llega a su público
natural por muchas vías y sin que la criben cuidadosamente para que la
arena demasiado abrasiva no se escape por el tamiz. No es un acto de justicia
publicar hoy a quienes, ayer no más, fueron obligados a partir y a
quienes se les calificó de las más agrias maneras. Que la turbia
política cultural cubana de hoy pretenda acoger en su regazo a los
estigmatizados de ayer no supone ni por asomo que existe dentro de la cúpula
de poder -aunque quizás sí entre los intermediarios- una noción
clara de las atrocidades estéticas y humanas que cometieron y ahora
tratan de restañar; no supone en ningún momento sinceridad. Ocurre
que la fuerza, calidad, triunfos de la literatura cubana del exilio es innegable
y que sería una vergüenza más no tomarla en cuenta. Esa es la
verdadera razón de la actitud supuestamente tolerante de hoy; ésa
es la verdadera razón para ese supuesto disfraz de apertura, pluralidad,
hermandad que desean mostrar. Los que se fueron, y lo que se quedaron -aunque
vivieron fuera- demostraron que eran verdaderos escritores, profundos
humanistas; no permitieron otra alternativa que la de reconocer su valor.
Reconocerlos hoy, reincorporarlos cuando nunca debieron ser separados -ni como
seres ni como escritores- no es altruismo, es deuda.
Pero, ¿y las heridas? Las heridas no tienen precio.
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