Muerte y
resurrección
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Ya puede hablarse de una ciudad
perdida en el tiempo. Es cierto que La Habana, como capital, continúa
existiendo con sus ministerios (y misterios), embajadas, centros de poder político
y cultural. Pero como ciudad, comenzó a desaparecer el 1 de enero de
1959.
Antes, cualquier barrio de La Habana era un mundo dentro de la capital.
Trasladarse de un barrio a otro era como salir al extranjero. Las guaguas eran
aviones en los cuales la gente se trasladaba a otro país-barrio. Ahora,
un habitante de la Habana Vieja camina por todos los barrios, quemando kilómetros
de suela y tacón, y al final tiene la sensación de que no se ha
movido de la acera de su casa.
Antes, cualquier calle de la capital estaba colmada de cafeterías,
tiendas, pequeños negocios, puertas que conducían a casas de huéspedes,
barberías, bodegas. Había orden y limpieza en las calles. Cada
persona sabía el lugar que ocupaba en la sociedad. Existía la vida
privada, el silencio, el recogimiento en medio del tráfago de una gran
ciudad. Ahora reina el caos, la desesperación, la sensación de un
incierto futuro, aunque las autoridades se empeñen en proclamar lo
contrario en sus discursos públicos. Todos saben que se acerca el final
inevitable. Pero hacemos silencio, y hasta se nos olvida que estamos haciendo
silencio.
Antes, los barrios eran países separados por una distancia que la
propiedad privada hacía inmensa a través de pequeños
negocios, y el pueblo cubano no acariciaba la idea de marcharse del país.
Ahora, los barrios caben en una sola cuadra, todo se ha vuelto pequeño,
mezquino, y la mayor parte de la gente desea abandonar su país. Apenas
quedan personas que tengan la esperanza de reconstruir a la patria, porque todos
esperan un cataclismo social o porque la patria ya la destruyeron sin necesidad
de un desembarco yanqui en nuestras costas.
Antes, a uno le caían los años encima sin salir del barrio. En
medio de la pobreza la gente vivía feliz, y la entidad cultural del modo
de ser cubano no había que defenderla. Ahora, el paso de los días,
con un pan con croqueta y un vaso de agua con azúcar en el estómago,
es insoportable. La gente sigue siendo pobre, pero no es feliz, y dicen las
autoridades que la entidad cultural del modo de ser cubano tiene que ser
defendida por un aparato político conocido como el ministerio de Cultura,
que vigila a sus artistas y creadores y distribuye viajes, derecho a publicar y
promociones, como si los creadores fueran un rebaño conducido al matadero
de las demagogias y los sofismas.
Las mismas calles y algunos edificios aún existen, pero la ciudad se
ha encogido como la "piel de zapa" de Balzac, y sus actuales muertos
vivientes resisten la calamidad esperando la gloriosa resurrección urbanística
con todas sus consecuencias.
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