CUBANET .INDEPENDIENTE

12 de febrero, 2003

Muerte y resurrección

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Ya puede hablarse de una ciudad perdida en el tiempo. Es cierto que La Habana, como capital, continúa existiendo con sus ministerios (y misterios), embajadas, centros de poder político y cultural. Pero como ciudad, comenzó a desaparecer el 1 de enero de 1959.

Antes, cualquier barrio de La Habana era un mundo dentro de la capital. Trasladarse de un barrio a otro era como salir al extranjero. Las guaguas eran aviones en los cuales la gente se trasladaba a otro país-barrio. Ahora, un habitante de la Habana Vieja camina por todos los barrios, quemando kilómetros de suela y tacón, y al final tiene la sensación de que no se ha movido de la acera de su casa.

Antes, cualquier calle de la capital estaba colmada de cafeterías, tiendas, pequeños negocios, puertas que conducían a casas de huéspedes, barberías, bodegas. Había orden y limpieza en las calles. Cada persona sabía el lugar que ocupaba en la sociedad. Existía la vida privada, el silencio, el recogimiento en medio del tráfago de una gran ciudad. Ahora reina el caos, la desesperación, la sensación de un incierto futuro, aunque las autoridades se empeñen en proclamar lo contrario en sus discursos públicos. Todos saben que se acerca el final inevitable. Pero hacemos silencio, y hasta se nos olvida que estamos haciendo silencio.

Antes, los barrios eran países separados por una distancia que la propiedad privada hacía inmensa a través de pequeños negocios, y el pueblo cubano no acariciaba la idea de marcharse del país. Ahora, los barrios caben en una sola cuadra, todo se ha vuelto pequeño, mezquino, y la mayor parte de la gente desea abandonar su país. Apenas quedan personas que tengan la esperanza de reconstruir a la patria, porque todos esperan un cataclismo social o porque la patria ya la destruyeron sin necesidad de un desembarco yanqui en nuestras costas.

Antes, a uno le caían los años encima sin salir del barrio. En medio de la pobreza la gente vivía feliz, y la entidad cultural del modo de ser cubano no había que defenderla. Ahora, el paso de los días, con un pan con croqueta y un vaso de agua con azúcar en el estómago, es insoportable. La gente sigue siendo pobre, pero no es feliz, y dicen las autoridades que la entidad cultural del modo de ser cubano tiene que ser defendida por un aparato político conocido como el ministerio de Cultura, que vigila a sus artistas y creadores y distribuye viajes, derecho a publicar y promociones, como si los creadores fueran un rebaño conducido al matadero de las demagogias y los sofismas.

Las mismas calles y algunos edificios aún existen, pero la ciudad se ha encogido como la "piel de zapa" de Balzac, y sus actuales muertos vivientes resisten la calamidad esperando la gloriosa resurrección urbanística con todas sus consecuencias.


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