Un comedor
popular
Ramón Díaz-Marzo
|
Foto:Ramón Díaz-Marzo
|
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Hacía tiempo quería
comer potaje. En las cafeterías de los cuentapropistas no lo ofrecen.
Siempre es la misma cajita con un trozo de carde cerdo, arroz, vianda y ensalada
de estación. Y en las paladares, si está en el menú cuesta
tanto como en un restaurante del área dólar. De modo que mi única
alternativa eran los comedores populares, establecidos por el gobierno para que
la gente no muera de hambre.
Conocía un pequeño cuchitril en la calle Muralla esquina a
Compostela, en la Habana Vieja, y hacía allí me encaminé.
Eran las once de la mañana cuando llegué al comedor. Un segundo
grupo de ancianos aguardaba en la cola; el primer grupo ya devoraba su almuerzo.
Afuera soplaba un viento frío.
El pequeño establecimiento está diseñado para ofrecer
almuerzo a precios módicos a los retirados, previa presentación de
la libreta bancaria que lo acredita como jubilado y un documento extendido por
el Comité de Defensa de la Revolución. Cuando sobra comida, las
personas de la cola, aunque no sean jubilados, pueden almorzar a un costo mínimo.
La lista de precios anunciaba el arroz blanco a 25 centavos, el potaje de
frijoles blancos a 15; la sopa de carne a 40, croqueta a 25, ensalada de col y
tomate a 40 y la natilla de fresa a 25.
Llegó mi turno y entré, mezclándome con los ancianos
que habían llegado tarde.
Al principio la mesera me confundió con uno de los empleados de no se
qué empresa que estaban autorizados a almorzar ese día en el
comedor. Y tuve suerte, porque en la confusión me tomó la orden.
Pedí dos raciones de potaje, dos de arroz, seis croquetas y una ensalada.
Ya no quedaba natilla de fresa.
El potaje estaba frío, igual que el resto de los alimentos. Pero en
invierno uno tiene apetito, y yo estaba dispuesto a comer cualquier cosa.
Algunos de los ancianos que compartían mi mesa llevaban cacharros donde
ponían los alimentos que consumirían en la noche.
Mientras devoraba mi almuerzo pensé regresar al día siguiente
con mi cámara.
Ese primer día, la mesera tuvo que prestarme su cuchara, y me contó
que dos años atrás, cuando se inauguró el comedor, disponían
de cubiertos y vasos, pero en los primeros meses desaparecieron y ahora cada
cual, para almorzar, debía llevar su cuchara.
Al día siguiente llevé mi cámara. Eran las diez y media
de la mañana. Saludé a la mesera. Los jubilados no habían
llegado.
"Buenos días", le dije. "Me gustaría tomar
algunas fotos".
"Habrá que pedirle permiso al administrador", dijo. "¿Quién
es usted?"
"Periodista. Mientras usted habla con el administrador beberé un
refresco".
Fui hasta la esquina y compré un refresco por dos pesos.
Cuando regresé al comedor, en la puerta me esperaba el administrador.
Con mucha amabilidad me preguntó a título de qué quería
yo tomar fotos. Le dije que era periodista.
"Pero, ¿de cuál periódico?", preguntó.
"De CubaNet", le contesté.
"Yo tendría, primero, que llamar al municipio para pedir
autorización", dijo.
Me imaginé al municipio llamando al provincial; el provincial
llamando al nacional, y el nacional, finalmente, llamando al Comité
Central del Partido Comunista de Cuba.
"Ese periódico, ¿dónde se encuentra?", preguntó
el administrador como si le faltara una pieza para armar la historia. Varios
individuos corpulentos habían salido del comedor y me rodearon en
silencio.
"Soy periodista independiente
" No me dejó terminar.
"¡Haber empezado por ahí!", tronó el
administrador. "Yo pensaba que usted era un periodista de los nuestros. ¡Fíjese
bien lo que voy a decirle! Yo sé lo que es un periodista independiente.
Yo estuve 16 años trabajando en la Dirección General de
Inteligencia de la Seguridad del Estado. Yo soy militante del Partido Comunista.
Yo tengo dos hijos y una mujer y una madre enferma que mantener. Si usted
hubiera tomado fotos en el comedor sin consultar conmigo, yo le habría
quitado la cámara y el rollo.
"Supongo que la vía pública es libre", le dije, y
frente a su comedor podré tomar fotos, ¿no?"
"En la calle tire las fotos que quiera. Pero dentro de la Unidad, no.
El administrador, un mulato corpulento, rodeado por los otros individuos
corpulentos entraron en el comedor y cerraron la puerta. En pocos minutos serían
las once de la mañana. Varios jubilados ya se encontraban en el lugar.
Saqué mi cámara y comencé a tomar fotos. Los jubilados
preguntaron dónde serían publicadas, y respondí que en
Internet. Y uno de los jubilados exclamó sin ocultar su alegría:
"¡¿Esto lo verá el mundo entero?!"
"No lo dude", le dije.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|