CUBANET .INDEPENDIENTE

10 de febrero, 2003

Un comedor popular

Ramón Díaz-Marzo

Foto:Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Hacía tiempo quería comer potaje. En las cafeterías de los cuentapropistas no lo ofrecen. Siempre es la misma cajita con un trozo de carde cerdo, arroz, vianda y ensalada de estación. Y en las paladares, si está en el menú cuesta tanto como en un restaurante del área dólar. De modo que mi única alternativa eran los comedores populares, establecidos por el gobierno para que la gente no muera de hambre.

Conocía un pequeño cuchitril en la calle Muralla esquina a Compostela, en la Habana Vieja, y hacía allí me encaminé. Eran las once de la mañana cuando llegué al comedor. Un segundo grupo de ancianos aguardaba en la cola; el primer grupo ya devoraba su almuerzo. Afuera soplaba un viento frío.

El pequeño establecimiento está diseñado para ofrecer almuerzo a precios módicos a los retirados, previa presentación de la libreta bancaria que lo acredita como jubilado y un documento extendido por el Comité de Defensa de la Revolución. Cuando sobra comida, las personas de la cola, aunque no sean jubilados, pueden almorzar a un costo mínimo. La lista de precios anunciaba el arroz blanco a 25 centavos, el potaje de frijoles blancos a 15; la sopa de carne a 40, croqueta a 25, ensalada de col y tomate a 40 y la natilla de fresa a 25.

Llegó mi turno y entré, mezclándome con los ancianos que habían llegado tarde.

Al principio la mesera me confundió con uno de los empleados de no se qué empresa que estaban autorizados a almorzar ese día en el comedor. Y tuve suerte, porque en la confusión me tomó la orden. Pedí dos raciones de potaje, dos de arroz, seis croquetas y una ensalada. Ya no quedaba natilla de fresa.

El potaje estaba frío, igual que el resto de los alimentos. Pero en invierno uno tiene apetito, y yo estaba dispuesto a comer cualquier cosa. Algunos de los ancianos que compartían mi mesa llevaban cacharros donde ponían los alimentos que consumirían en la noche.

Mientras devoraba mi almuerzo pensé regresar al día siguiente con mi cámara.

Ese primer día, la mesera tuvo que prestarme su cuchara, y me contó que dos años atrás, cuando se inauguró el comedor, disponían de cubiertos y vasos, pero en los primeros meses desaparecieron y ahora cada cual, para almorzar, debía llevar su cuchara.

Al día siguiente llevé mi cámara. Eran las diez y media de la mañana. Saludé a la mesera. Los jubilados no habían llegado.

"Buenos días", le dije. "Me gustaría tomar algunas fotos".

"Habrá que pedirle permiso al administrador", dijo. "¿Quién es usted?"

"Periodista. Mientras usted habla con el administrador beberé un refresco".

Fui hasta la esquina y compré un refresco por dos pesos.

Cuando regresé al comedor, en la puerta me esperaba el administrador. Con mucha amabilidad me preguntó a título de qué quería yo tomar fotos. Le dije que era periodista.

"Pero, ¿de cuál periódico?", preguntó.

"De CubaNet", le contesté.

"Yo tendría, primero, que llamar al municipio para pedir autorización", dijo.

Me imaginé al municipio llamando al provincial; el provincial llamando al nacional, y el nacional, finalmente, llamando al Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

"Ese periódico, ¿dónde se encuentra?", preguntó el administrador como si le faltara una pieza para armar la historia. Varios individuos corpulentos habían salido del comedor y me rodearon en silencio.

"Soy periodista independiente…" No me dejó terminar.

"¡Haber empezado por ahí!", tronó el administrador. "Yo pensaba que usted era un periodista de los nuestros. ¡Fíjese bien lo que voy a decirle! Yo sé lo que es un periodista independiente. Yo estuve 16 años trabajando en la Dirección General de Inteligencia de la Seguridad del Estado. Yo soy militante del Partido Comunista. Yo tengo dos hijos y una mujer y una madre enferma que mantener. Si usted hubiera tomado fotos en el comedor sin consultar conmigo, yo le habría quitado la cámara y el rollo.

"Supongo que la vía pública es libre", le dije, y frente a su comedor podré tomar fotos, ¿no?"

"En la calle tire las fotos que quiera. Pero dentro de la Unidad, no.

El administrador, un mulato corpulento, rodeado por los otros individuos corpulentos entraron en el comedor y cerraron la puerta. En pocos minutos serían las once de la mañana. Varios jubilados ya se encontraban en el lugar.

Saqué mi cámara y comencé a tomar fotos. Los jubilados preguntaron dónde serían publicadas, y respondí que en Internet. Y uno de los jubilados exclamó sin ocultar su alegría:

"¡¿Esto lo verá el mundo entero?!"

"No lo dude", le dije.


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