Sábado
de feria
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - No sabía qué hacer con
ese sábado. Era otro día denso, lento, de quien no espera más
que un buen verso de amor para salvarse de la pobreza, la monotonía y los
discursos. Había intentado con mis notas para posibles crónicas,
con películas de un "banco clandestino", con una partida de
ajedrez, con las canciones de Carlos Varela, con los poemas de Luis Rogelio
Nogueras, pero el aburrimiento seguía siendo empecinadamente socialista.
La feria del libro que se celebra en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña,
en La Habana, no me entusiasmaba. Sabía de antemano lo que me encontraría:
viejos escritores que, otrora defenestrados y ahora rescatados por obra y gracia
de los birlibirloques de la política nacional, se pasearían
alborozados y cautelosos, nuevos "cuadros políticos" que con
disfraces de intelectuales dirigen los organismos culturales, homenajes tardíos
a personalidades verdaderas de las letras cubanas, ediciones apresuradas de aquéllos
que en años más combativos habían sido relegados por
sospecha de perniciosos para la cultura proletaria a que se aspiraba; y
ausencias, tantas ausencias, que me descorazonarían.
No obstante, abordé mi entrañable "camello" y me
fui, con el pueblo, a disfrutar de la feria. Había poco que comprar. Y
ese poco se vende en dólares. Pero la gente, muchísima gente, se
arremolinaba y se debatía en colas enormes, las más para fiambres
y refrescos. Las lecturas y presentaciones de libros contaban con pocos
asistentes. Para los libros en moneda nacional, había que estar dispuesto
a fatigarse entre el turbión que se los disputaba.
Me fui a la Tribu de la Poesía. Un ficus enorme bajo cuya sombra se
reúnen los poetas para esgrimir sus versos. Había pocos poetas y
escasas personas interesadas en la poesía. Allí me saludó
Amir Valle, siempre amable, sonriente y valeroso; me saludó Andresito
Mir, apocado, nervioso, interesado porque asistiera el próximo miércoles
a la presentación de su libro; me saludaron, entre asustados y distantes,
César López y Pablo Armando Fernández; me abrazó
efusivo el siempre efusivo Waldo Leiva, quien me agradeció la nota que
escribí sobre su libro; me saludaron dos señoras que decían
recordarme de cuando ellas eran jóvenes y yo un poeta vivo; me saludó
el silencio que se hizo cuando un poeta joven, de quien no tenía
noticias, comenzó a leer sus versos:
El país será golpe sordo sabor a sangre humo en mi boca cuando
vengan a preguntarnos otra vez a quién debemos la sobrevida...
Y el silencio seguía y seguían los versos. Una urdimbre
luminosa de ideas se entretejió en mi cabeza. Michael H. Miranda, que así
se llama el poeta joven que yo no conocía, que no conozco, continuó
con su poema hasta llegar a estos versos que me estremecieron, por mí y
por él:
Esta noche estaré entre los acusados saldré en la televisión
como el vilipendiado de turno me juzgarán serio grave como arena
negra...
Y supe que había valido la pena asistir ese sábado a la feria
del libro en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, había oído
el buen verso de amor que me salvara de la pobreza, la monotonía y los
discursos.
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